Una Revolución Surrealista con mucho ruido y pocas nueces
- VP Producciones
- 2 may 2017
- 4 Min. de lectura
Al entrar a la sala, el dramaturgo y director Eduardo Gilio hace la advertencia de cuidar los pasos, pues hay luces en el piso y la distancia entre las gradas y el escenario es estrecha. Todo es azul, onírico, fresco, tranquilizante y es asociado a la parte más intelectual de la mente, aquella que servirá para desarrollar el surrealismo, que se inspira en las teorías psicoanalíticas para intentar reflejar el funcionamiento del subconsciente, dejando de lado cualquier tipo de control racional.

Un par de sillas adornan el escenario, mientras Maria Atencio, Juliana Beltran y Sofia Vera, desarrollaran la tesis del teatro de Antonin Artaud, quien «odiaba que el teatro sea visto como una mera expresión artística para provocar risas y hacer que el espectador salga en ‘feel good mood’, le asqueaba aquello”. Para él el teatro debía mostrar lo peor del hombre y hacerlo reflexionar sobre su propia inmundicia.
Las actrices se desplazan por el escenario con movimientos de danza, entrelazando con sus parlamentos con textos del surrealismo con su contexto histórico, su influencia en el arte, teniendo la biografía de André Bretón como fundamento de los textos que se recitan como salmos bíblicos, o se describen como acciones vividas por alguien en especial, pero siempre como si fueran sueños, que se fusionan entre las actrices para reflejar las distintas manifestaciones que conformaban el movimiento surrealista.
Las tres muestran dominio del cuerpo y un rígido entrenamiento en danza que se demuestra en escena, junto a la declamación de los textos, entrelazando las voces en un juego entrecruzado de ritmos sonoros.
“La Revolución Surrealista, el sueño no está muerto” es una obra de teatro idea, dramaturgia y dirección de Eduardo Gilio que rinde homenaje a artistas como André Bretón, Joan Miró, Salvador Dalí, quien protagoniza el cartel de la obra, Giorgio de Chirico, René Magritte, Max Ernst, Luis Buñuel, Man Ray y Grete Stern exponentes del surrealismo.
El texto es surrealista al mezclar las ideas de Bretón, de Artaud con los trabajos de Sigmund Freud sobre el inconsciente, la escritura y lo simbólico, en un juego que integra teatro, danza teatro, teatro de objetos, danza, canto, para mostrarnos un homenaje a esta tendencia artística a 120 años del nacimiento de André Bretón, líder del movimiento y creador de sus manifiestos.
La sensación como espectador es que las tres actrices representan a pacientes de un psiquiátrico – será por la influencia de Freud – que se encuentran en el patio del centro mental para recitar – a veces a coro, otras veces dominando la escena – los textos sobre el teatro visto por el escritor francés o mediante fragmentos de las obras de Bretón, o escenificando alguna escena del Perro Andaluz de Luis Buñuel.
El texto no parece tener mayor importancia en este montaje de Teatro Acción, que se presentó en el Teatro Estación Perico y en Lamar Encoche Multiespacio, pues la danza y la simbología son lo resaltante de este poético espectáculo.
Objetos – como muñecas de diversos tamaños – y el vestuario desparramado son elementos vivos que forman parte del código escénico y estético de la propuesta de Gilio, que se aleja del teatro “convencional” o “clásico”, en el que los actores interpretan un texto dramático y personajes que, en mayor o menor medida, responden a un conflicto.
La música es una mezcla de esilos y ritmos que distrae en algunos momentos y no permite apreciar el movimiento de las actrices y tapa los parlamentos, que como ya he indicado no parece relevante
Si bien la propuesta estética es atractiva y no vista con regularidad en Jujuy, el problema radica en que no hay un hilo conductor o una idea coherente sobre lo que es surrealismo, perdiendo el espectador una oportunidad para saber más de este movimiento cultural.
Las escenas se van sucediendo y repitiendo, con textos declamados más que interpretados y que pareciera proponer al espectador que elabore una tesis sobre una sesión de terapia grupal en un sanatorio mental, mediante el recurso de la memoria y la evocación de las imágenes.
A veces ellas son pacientes, otras veces son enfermeras y médicos que visitan a las enfermas mentales, que se acompañan de muñecas de varios tamaños o con sombrero en forma de delfín, todo mezclado con las luces azules o de colores tipo árbol de navidad para crear estas imágenes oníricas que buscan crear impacto en el espectador.
Una de las premisas del teatro de Artaud – expuesta en el «Teatro y su doble» es que “…mientras el teatro se limite a mostrarnos escenas intimas de las vidas de unos pocos fantoches, transformando al público en voyeur, no será raro que las mayorías se aparten del teatro, y que el público común busque en el cine, en el music hall o en el circo satisfacciones violentas…Las intrigas del teatro psicológico que nació con Racine nos han desacostumbrados a esa acción inmediata y violenta que debe tener el teatro…”, por ello, el montaje de “La Revolución Surrealista, el sueño no está muerto” es una puesta concebida como movimiento que otorga un rol preponderante al ritmo y a la dinámica de los cuerpos.
Estímulos para provocar la memoria, mediante imágenes oníricas, son fórmulas que utiliza el dramaturgo para crear la reacción en el público, aunque no siempre lo logra, pues los comentarios que escuché a la salida de la obra fueron más de incertidumbre, de desilusión, que de planteamientos entendidos y compartidos, para bien o mal, como una propuesta dirigida a dejar un mensaje.
Decía Artaud que «el teatro de la crueldad intenta recuperar todos los antiguos medios mágicos para alcanzar la sensibilidad», sin embargo, “La Revolución Surrealista, el sueño no está muerto” no logra sensibilizar al público y se queda solamente en un enunciado de medios mágicos quedando en una propuesta visual interesante, pero sin sustento ni condimentos, o lo que es igual fue una Revolución Surrealista con mucho ruido y pocas nueces, pero esa es simplemente mi Visión Particular.
Francisco Lizarazo
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