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9.660 kilómetros de viaje terrestre

Voy de Caracas rumbo a Jujuy

Durante muchos años aseguré que la salida para la situación económica política de Venezuela estaba por Maiquetía, un chiste tal vez muy negro, pero que no dejaba de ser real, tal vez en eso radica lo irónico. Sin embargo, ahora comenzando el 2015 debo reconocer que me equivoqué y que la salida ya no está por el aeropuerto – por lo que fuimos bautizados como los balseros del aire – sino que ahora hay que buscar alternativas como la salida por las fronteras terrestres.


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En este sentido, Expresos Internacional Ormeño (que tiene su sede en Lima, Perú) es una «solución» al deseo de salir de Venezuela pagando en bolívares para llegar hasta Argentina. Esta empresa muestra con orgullo su récord Guinnes recibido en 1995 al hacer una travesía de 9,660 kilómetros pasando por seis países: Venezuela, Colombia; Ecuador, Perú, Chile, y Argentina.


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El costo del pasaje desde Venezuela hasta Buenos Aires totaliza los 28.600 bolívares, durante el mes de febrero porque los costos aumentan mensualmente. De esta cifra, llegar hasta Lima son 22000 bolívares, y los restantes 8.600 comprenden el recorrido desde Lima hasta la capital argentina. ¿Es caro salir de Venezuela? Definitivamente SÍ, además debemos calcular un monto de unos 50 dólares diarios para gastos de alimentos y otros egresos que iremos encontrando en la ruta.

De Caracas a Colombia: coimas, mordidas o vacuna

El día 21 de febrero, sábado para más señas, estaba a las 7 de la mañana en el terminal de Expresos Ormeño, ubicado en la avenida La Paz detrás del Bloque de Armas en Caracas, ya que en teoría el autobús salía a las 8 de la mañana.


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Aquí comienza una serie de incumplimientos y maltratos por parte de la empresa limeña, ya que no solo no salimos a la hora fijada, sino que terminamos haciéndolo casi a las 11 de la mañana, para una hora después volvernos a detener – por casi una hora – para esperar a un pasajero que venía en taxi desde la terminal.

El autobús hizo el alto de una hora en la subida a Tazón, área poco atractiva, no por su paisaje – que lo hace un lugar excelente para contemplar la vegetación – sino por la inseguridad de la zona. Pero, afortunadamente, nada sucedió, salvo la pérdida de tiempo y así retomamos nuestro viaje.


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Dentro de la unidad 121 de Expresos Ormeño, como sucede en todo lugar donde hay seres humanos, comenzamos a ser una familia, estaríamos 4 días juntos las 24 horas y eso, aunque se dice fácil, es toda una proeza, que indudablemente genera uniones, rechazos y permite conocer a quienes lo acompañan a uno en esta aventura terrestre.

Estaban las «morochas», ellas son amigas pero se conocen tanto que físicamente son muy parecidas por eso ese mote. También estaba en «Embajador», un señor que se dirigía a Lima, para proseguir a Santiago de Chile y que constantemente estaba caminando por el autobús, ya fuera hablando con los pasajeros del piso superior, donde yo iba, o bajando a conversar con los choferes o los pocos pasajeros que para el momento de la salida en Caracas ocupaban los asientos del primer piso.

Entre los pasajeros también estaba el “colombianito”, un joven de unos 23 años que estaba regresando a su casa, mientras que en la fila delante de la mía estaba una pareja de ecuatorianos con sus dos hijos, un bebé varón que no hacía otra cosa que jugar con lo que tuviera a su mano y una beba que fue un angelito, no lloró, salvo en muy contadas excepciones.


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La primera parada del expreso se realizó entre los estados Lara y Yaracuy en «Las Piedras» un merendero donde los interesados podían ir al baño, cargar los celulares, comprar golosinas, agua, papitas, galletas o almorzar como Dios manda. En total fueron unos 30 minutos para reponer energías.

Entrada la noche del día 21 de febrero del 2015 llegó la noticia: como estábamos cerca del estado Zulia, debíamos hacer una «vaca» para recoger dinero, ya que en esta entidad venezolana hay dispuestas 10 alcabalas y para evitar que nos bajaran las maletas, revisándolas exhaustivamente, había que darle a los efectivos militares (Guardia Nacional Bolivariana) una «contribución», entiéndase coima, mordida o vacuna, algo de lo que ya yo estaba enterado porque en un viaje que hice a Medellín se aplicó el mismo sistema de «martilleo».

De las 10 alcabalas, 8 fueron sorteadas sin problema.   Sin embargo, en una de las alcabalas que no pudimos evitar, debimos recibir la visita de los militares con el pasaporte en mano para que ellos hicieran un control visual de las personas. Un chico de Perú, que venía a mi lado y que traía un pestón de gripe, debió bajar con los militares para alguna averiguación, pero las cosas no pasaron a mayores y pronto volvió a la unidad para emprender nuevamente el recorrido.


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La segunda alcabala ya implicó que todos los pasajeros se bajaran del autobús, con sus pertenencias, y buscaran sus maletas para hacer un chequeo más detallado de lo que llevábamos. Los hombres fueron separados de las mujeres y cada fila colocaba sus pertenencias sobre una mesa y allí se procedía a la revisión. Luego de unos 45 minutos no se encontró nada, afortunadamente y reemprendimos la marcha.


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Mientras el autobús rodaba por las carreteras venezolanas y veíamos algunas películas para distraernos, comenzamos a notar que la unidad no era todo lo buena que debería ser, ya que desde los aires acondicionados, tal vez por falta de mantenimiento, comenzó a caer agua como si de una lluvia interna se tratara. Inmediatamente la creatividad venezolana se puso de manifiesto y entre todos se improvisaron canales de desagüe confeccionados con bolsas de las que llevaban los pasajeros, que se pegaban a los vidrios en ángulo con cinta transparente. Lamentablemente, no había bolsas suficientes y mi vecino, el peruano con el gripón, tuvo que cambiarse de lugar para evitar terminar como un pollito mojado. La ventaja fue que desde ese momento, yo tenía los dos puestos, eso sí, debía estar pendiente de no mojarme.

A las 4 de la mañana del domingo 22 de febrero llegamos a nuestra primera frontera: Paraguachón, que es el límite entre Venezuela y Colombia.

A esa hora nos bajamos del bus y comenzamos a hacer nuestra fila en migración de Venezuela, que abre sus puertas a las 5 de la mañana. Hay que pagar unos 130 bolívares para salir, llenar una planilla y luego se recibe el sello que identifica nuestro pasaporte como saliendo del país.

Cumplido ese primer tramo, los pasajeros deben caminar unos 50 metros por una zona conocida como «tierra de nadie», porque ya eso no es Venezuela, la acabamos de dejar atrás, pero tampoco es de Colombia, ya que no hemos ingresado en Migración. Del lado colombiano, la oficina del DAS está toda iluminada, con sillas para que quienes van a ingresar a esa nación se sientan y jueguen a la sillita, se van moviendo de lugar en la medida en que un puesto queda vacío. Al llegar nuestro turno, presentamos el pasaporte y el funcionario nos selló indicando que teníamos 90 días para transitar por el territorio sin ser considerado un ilegal.

En esta zona fronteriza también es el momento indicado para cambiar moneda venezolana por colombiana. No se asusten, pero realmente aquí es cuando se nota que lo «Fuerte» de la moneda nacional es pura propaganda porque necesitamos 13 bolívares para comprar un peso colombiano, y el peso está a 2.459 para comprar un dólar. Definitivamente, no es el mejor momento de la moneda de Bolívar. Todas las transacciones son el efectivo, no se aceptan tarjetas de débito, al menos en las cercanías de la frontera que fue por donde estuve.

Colombia: Paisajes, costa y comida


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El amanecer en Colombia nos llevó hasta el parador Tayrona, donde un desayuno, con sopa y pescado, tiene un costo de 20 mil pesos colombianos (unos 15 dólares), además que se podía ir al baño, bastante limpios, y comprar «botanas, pasapalos», o recargar los suministros de agua, pañales para los bebés, etc.


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Como dice el refrán, «barriga llena corazón contento» así comenzamos nuestro segundo día de viaje, visitando la costa colombiana, teniendo de compañía el paisaje azul de las aguas, las olas, y lo árido de una tierra bañada de mar, con la mirada atenta de quienes desde el exterior del autobús nos veían y – tal vez- soñaban con viajar y poder ver lugares y personas que en ese momento ellos no podían.


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En horas de la tarde llegamos a un pueblo, para una parada estratégica, bañarnos, y comer algo. Hay que reconocer que el lugar seleccionado por los choferes de Ormeño no fue el mejor, y la mayoría de los pasajeros decidieron o no comer, o cruzar la calle para comprar unos «pinchos» ya que lo que ofrecía el parador era muy caro y no tenía un aspecto apetitoso.


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Colombia es un país que enamora, con su vegetación, sus ríos y colores, pero donde – además – comer es un verdadero placer, ya que es mucha la oferta gastronómica que presenta, con sus carnes, frijoles, arroz, pescado, entre otros. Esto sería luego un problema para quienes abordaron en esta nación para ir hacia el sur del continente, ya que al ir bajando, las costumbres culinarias cambian y no todos están acostumbrados.


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Un ejemplo de la gastronomía colombiana estuvo – para fortuna nuestra – en Coma Sabroso, en la población de Uribe, donde además de la posibilidad de bañarse como seres humanos decentes, en una habitación de hotel o motel, se podía comer – tipo self service – frijoles guisados, arroz blanco o arroz mixto, tipo chino, carne sudada, o alimentos más sencillos como empanadas, papa rellena o pastelitos de carne y queso, con jugos o refrescos, con precios mucho más económicos que en los anteriores lugares, contando – además – con conexión wifi, algo muy importante cuando uno está viajando entre países y no puede estar comprando chips telefónicos a diestra y siniestra.


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El recorrido por Colombia incluye como paradas fijas Medellín, Cali y Bogotá, donde el autobús descarga y recoge pasajeros. Volviendo al tema del autobús 121 y sus deficiencias, en un momento del recorrido por Colombia, uno de los monitores de televisión decidió que su color favorito iba a ser desde ese momento el rosado y así se mantuvo todo el trayecto. Por si esto fuera poco, que en realidad es una nimiedad, los choferes parecían estar inaugurando la ruta porque varias veces se perdieron, agarrando otra vía y tendiendo que preguntar en muchas ocasiones la mejor manera para retomar el camino.


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Dicen que no por mucho madrugar amanece más temprano, pero afortunadamente logramos llegar a la frontera entre Colombia y Ecuador, lo que incluyó una nueva visita a la oficina de migración, para sellar el pasaporte de salida (en el puesto de Rumichaca) y un camino por «tierra de nadie», con un desayuno de papa rellena y chocolate, para luego pasar por la oficina de migración de Ecuador.


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Ecuador: Montañas y maltrato

La primera impresión que tiene el turista al llegar a la frontera de Ecuador es que hay desorganización y falta de información por parte de las autoridades. Por si fuera poco, y eso lo puse en un tuit #maltratoalturista, los encargados de migración revisan las maletas de quienes entran al país en la misma calle, violando cualquier norma de higiene o seguridad. Una funcionaria, de mal genio, tal vez porque era muy temprano en la mañana, revisaba las maletas, mientras los pasajeros de Ormeño debíamos esperar junto a las maletas y los vendedores de prendas de oro. Lo lógico y que habla de organizaciones coherentes con el trato al turista es que revisen las maletas y bolsos en un salón adecuado y con mesas que permita una revisión en condiciones higiénicas.


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Tras varias horas en la frontera con Ecuador y el mal trato recibido, emprendimos el viaje, sin necesidad de cambiar moneda, ya que en Ecuador, desde el año 2000 en la presidencia de Jamil Mahuat, la economía está dolarizada y la moneda norteamericana es de libre circulación en el país.


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Desde la ventana del 121 se observa una tierra verde, montañas y vacas enriquecen la vista. Las carreteras no están todas pavimentadas, muchas de ellas son agrícolas, para sacar la producción del campo. El paisaje nos lleva a evocar a nuestros libertadores que tuvieron que recorrer esas montañas a lomo de caballo o de mula, sin vías demarcadas, y eso permite dimensionar el esfuerzo que hicieron ellos – y uno se queja porque va en autobús – por lo que sería bueno que recordáramos que si ellos pudieron cruzar el continente en esa época nosotros también podemos hacerlo, principalmente cuando pensamos en un futuro mejor para nosotros y nuestros seres queridos.


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A esta altura del viaje, ya lo que se decía al principio que éramos una familia, quedó más que demostrado y así pudimos conocer las historias de quienes se alejan de Venezuela buscando algo mejor. Madres que debieron dejar a sus hijos, parejas que decidieron buscar en Chile una nueva vida, niños que aprenderán a conocer otra historia patria más que la de su país. Todos o casi todos los que íbamos en el autobús habían experimentado un encuentro cercano con la muerte o el robo, por lo que quedarse en el país ya no era opción. Los que se montaron en Colombia tampoco la tenían fácil porque para ellos también era una salida de una condición económica, para enfrentarse a un futuro incierto, pero con esperanzas.


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Hicimos algunas paradas para merendar o cargar combustible, y aunque nada de estos platillos es digno de mencionar o reseñar, los paisajes sí merecen una atención como una creación de Dios y que normalmente no nos detenemos a ver, aunque «todo cuanto te rodea lo han puesto para ti», como dice el poeta Joan Manuel Serrat.

Perú: un territorio extenso de contrastes


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Ya casi estamos a mitad de camino, y es el momento de pasar de Ecuador a Perú. Este proceso es muy gracioso porque sucede dentro de un mismo salón.


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Primero debemos llenar una planilla para salir de Ecuador, entregarla al funcionario, mientras su compañera, aunque había mucha gente en la fila, se limitaba a dar información y no a agilizar el proceso. El tiempo en este trámite puede durar minutos u horas dependiendo de la cantidad de personas que estén en la fila, lo que obviamente retrasa la salida del autobús.


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Sellado el pasaporte de salida, pasamos al escritorio contiguo y llenamos otra planilla para que nos firmen la entrada en Perú. La nota que nos entregan siempre debemos llevarla con nosotros, ya que nos la exigirán a la hora de salir del país. La duración de este trámite, al igual que el anterior, dependerá del número de personas que estén haciendo la fila.


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Mientras los pasajeros realizan su salida/entrada es posible comer algo en unas pequeñas tiendas que hay en el terminal, ir al baño, eso sí olvídense de wifi porque no hay ninguna conexión libre, todas tienen contraseña, o se puede ver, dependiendo de la hora, el izamiento de la bandera de Ecuador, un acto patriótico que nunca está de más ver y apreciar.


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Al salir de la aduana/migración comienza un recorrido por un país que es extenso en territorio, así que ármese de paciencia, que aún falta bastante para llegar a Lima. En el trayecto es posible ver sembradíos de arroz, mucho de arquitectura, como casas coloniales, iglesias y el paisaje que ofrece el océano pacífico, con sus colores, aguas y arenas, mientras vemos a los pescadores y los botes transportando mercancía para distintos puertos.


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La gastronomía en Perú, como se imaginarán, está muy ligada al mar, el ceviche es una muestra de ello, junto a toda una variedad de pescados para todo tipo de paladar. Para probar la cocina del país, el autobús se detienen en la Municipalidad Provincial «Contralmirante Villar Zorritos», donde además de poder bañarse en el mar, sacrificando la posibilidad de comer, por el poco tiempo que le dan a uno, se puede cambiar moneda (el cambio oficial está a 3 soles por dólar, aunque puede variar entre 2,90 o 3,08 dependiendo del lugar donde hagamos la transacción)


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La comida se puede combinar con una Inca Cola, refresco popular en esa nación, que aunque es un poco más dulce que el resto de las gaseosas va muy bien con el ceviche.


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Luego de comer y pasear un rato por la playa, con las fotos respectivas, procedimos a iniciar la última parte de esta primera fase del viaje que nos llevaría a Lima.


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Llegar al terminal sede de Expresos Ormeño en Lima es, por decir lo menos, decepcionante, ya que uno se imagina que por el prestigio de la empresa (recordemos lo del libro Guinnes y el extenso recorrido que hacen) la sede principal de la empresa tendría mayores detalles, más espacio, una mejor recepción, pero realmente nada de eso existe y no pasa de ser un lugar más de llegada del autobús.


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Era el día jueves 26 de febrero del 2015 – exactamente 5 días luego de haber partido de Caracas – y mientras unos se despedían porque habían llegado a su destino final, otros se organizaban para ir a un hotel u hostal que cumpliera con el principio de las tres B (Bueno, Bonito y Barato) porque habría que esperar dos días para poder seguir viaje a Chile y a Argentina.


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A pesar de que yo tenía mi boleto pagado hasta Buenos Aires, existía la posibilidad de irme por Bolivia y así llegar antes a Jujuy, algo que ya algunos amigos me habían sugerido. Decidí hacer caso a los consejos y la propia investigación en Internet. Pagué 70 dólares y tuve en mis manos un nuevo boleto, esta vez Ormeño me llevaría hasta La Paz, saliendo el día sábado 28 a las 10 de la mañana.


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Por sugerencia de uno de los maleteros que trabaja en el terminal de Ormeño terminé quedándome en el Hostal Pukará, cuadra 13 con avenida 28 de julio en el municipio Miraflores, donde una habitación individual (con televisor, baño interno y la cama) está en 60 dólares el día, si uno regatea puede conseguir que se la dejen en 40 dólares. Si uno va en grupo es posible alquilar una habitación con literas en 15 dólares por persona.


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En ambas modalidades está incluido el desayuno tipo continental, pan, mantequilla, mermelada, té o café y fruta. También tienen servicio de internet, con dos maquinas y wifi, aunque el del segundo piso no conectaba y siempre debía uno hacerlo en la recepción para una mejor conexión.


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Según me contaron los administradores, que son una familia, la intención no es ser un hotel masivo, sino ser un espacio con todos los servicios para atender al huésped. Cerca del hostal están restaurantes, centros comerciales, supermercados y hasta la playa, aunque ciertamente para esto último hay que caminar algo o ir en vehículo. Este lugar es una alternativa interesante ya que está cerca del terminal de autobuses pero también está alejado del ruido de las calles más céntricas. Un taxi desde el Hostal hasta el terminal o viceversa está por los 12 soles, unos 4 dólares.


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Fueron dos días en este lugar para descansar y reponer fuerzas, recargas pilas y disfrutar de una cama que no se estuviese moviendo, aunque sí se movió porque la segunda noche tembló y estando en el tercer piso se sintió fuerte pero la acción telúrica pasó rápido.


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El día sábado, luego del desayuno continental y de haber pagado mi taxi hasta el terminal, estaba listo para iniciar la segunda parte del viaje, que esperaba se diera en el horario previsto, salida a las 10 de la mañana. Sin embargo, como una cosa piensa el burro y otra el que lo arrea, el autobús llegó a la terminal casi a las 12 del mediodía para finalmente salir casi a la 1 de la tarde. En este caso, la tardanza estaría justificada porque el autobús venía de otra ciudad y tenían que limpiarlo antes de partir, lo que no se justificaba en Caracas porque el autobús estaba desde tempranas horas en el lugar de partida.


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Desde Lima hasta la frontera con Bolivia nuevamente se pudo apreciar que Perú es un país largo de recorrer y se observan zonas desérticas, con médanos, así como muchas construcciones a medio terminar en las laderas de las colinas.


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Al llegar a ICA, el terminal de Ormeño no podía ser más deprimente y falto de infraestructura, por lo que nuevamente uno se pregunta ¿y esta empresa tiene el record Guinnes de recorrido y no puede mejorar sus instalaciones? Definitivamente, la publicidad puede ser engañosa.


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Hay partes de Perú que parecen como si salieran de los pinceles del maestro Manuel Cabré, el pintor del Ávila en Caracas, porque los colores y las montañas recuerdan las tonalidades que usaba el paisajista venezolano para retratar el pulmón vegetal de los capitalinos. Esta imagen no dejó de ser un momento nostálgico pues estar fuera de Venezuela no es fácil, aunque uno esté claro en los motivos de la salida del país.


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Al caer la noche, el autobús se detuvo para cenar en «Pamesan» un restaurante campestre donde los platillos si bien no eran nada del otro mundo, cumplían su cometido de alimentar y eran porciones generosas. Los precios no eran ni muy altos ni muy bajos, estaban dentro de lo que uno puede esperar en este tipo de centros. Yo decidí comerme un arroz a la cubana, cosas que se le ocurren a uno, con una jarra de chicha morada (las he probado mejores) todo por unos 15 soles o 5 dólares.


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Comenzando el nuevo día llegamos a Puno, donde el colectivo se detuvo para descargar y cargar pasajeros. Este terminal si bien tiene una buena estructura, con las distintas empresas de servicio, comedor, asientos y sala de espera, el olor a orina es tan fuerte que más vale pasar el tiempo de espera en el estacionamiento. Resalta en este terminal una escultura moderna, junto a carteles de una campaña en contra de la trata de personas, que al parecer es algo de lo que padece Perú.


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Un plano turístico de Puno nos recuerda que en las cercanías está el Lago Titicaca, que es un espectáculo natural que bien vale la pena verlo y detenerse, si se puede, o por lo menos admirarlo desde la ventana del autobús, como nos tocó a nosotros.


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Unas horas más de recorrido y llegamos por fin a Desaguadero, que es la frontera entre Perú y Bolivia.  


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Bolivia: Montañas y mal de páramo


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La oficina de migración de Perú está ubicada en un edifico antiguo y una vez que se ingresa se procede a ir a la taquilla para que le sellen el pasaporte, con lo que hemos salido de este país. A continuación se recorre un puente que pasa por el río Desaguadero y se llega a la oficina de migración de Bolivia. En caso de llegar un día domingo, lo recomendable es cambiar dinero del lado de Perú, porque las casas de cambio del vecino país o no trabajan ese día o comienzan las labores tarde. El cambio está en 6,90 bolivianos por dólar.


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Concluido este proceso, el autobús lo espera a uno del lado de Bolivia y luego de algunas compras, pan, agua, refrescos, frutas o algún recuerdo boliviano, se emprende la marcha hacia La Paz.


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Recorrer este camino lo lleva a uno por montañas, algunas con copas heladas, muchas curvas y gran altura, por lo que hay que tener cuidado para no verse afectado por el llamado mal de páramo. Hay quienes recomiendan comer hojas de coca, o por lo menos caramelos de esta planta para evitar enfermarse.


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Ya cerca de las 6 y 30 de la tarde, llegamos al terminal de La Paz, cumpliendo así el recorrido final con Expresos Ormeño, que como consejo – si en realidad quieren mejorar sus servicios y prestarlos de calidad – deberían aprender un poco más de la experiencia de Ticabus, empresa de transporte que tiene su sede en Costa Rica y atraviesa toda Centro América, desde Tapachula en México hasta Panamá y realmente da gusto viajar con ellos.


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Una vez en el terminal de La Paz, las posibilidades de partir esa misma noche hacia Villazón, la frontera boliviana con Argentina, se hicieron muy escasas ya que todas las líneas que cubren esa ruta tienen salidas a la 1 de la tarde y a las 5 y 30 de la tarde. Pero como al inocente lo protege Dios, logré conseguir pasaje en Transporte Illimani a 117 bolivianos, unos 17 dólares.


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La salida fue a la hora señalada, las 7 y 20 de la noche, pero como alegría de tísico, la felicidad no duró mucho, pues recién salido del terminal, el autobús se detuvo en una de las calles adyacentes a recoger más pasajeros, lo que retrasó nuestra salida como una hora más. Pero como si esto fuera poco, antes de iniciar la partida definitiva se subió un vendedor ambulante, que nos pidió 15 minutos de nuestro tiempo – igual no podíamos hacer nada pues estábamos sentados en el autobús- para comenzar a hablarnos de la felicidad y terminar vendiéndonos un té de ginseng para la salud. De los 15 minutos iniciales, terminó utilizando casi 45 minutos, mientras el autobús se detenía para que los choferes compraran dulces y otras provisiones.


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El amanecer nos llevó hasta Cotagaita para desayunar, en el restaurante La Paz, donde algunos se aventuraron a las 6 y 30 de la mañana a comer sopa, mientras la gran mayoría – incluido yo – prefirió algo como chocolate con un bolillo de pan por unos 10 bolivianos, más 2 por uso de la corriente eléctrica para cargar el celular.

Tres horas más de recorrido y llegamos a nuestra parada: Villazón, lugar donde el autobús te deja en una esquina frente a su oficina, nada de entrar a la terminal. Entregadas las maletas cada quien decide la ruta a seguir, que en mi caso me llevó a caminar varias cuadras, pasando por ventas de mercancía de todo tipo, comida, relojes, celulares, como si fuera una gran avenida comercial que desemboca en el puesto fronterizo para salir de la tierra de Evo Morales.

Saliendo de Bolivia entrando a Argentina (la meta está cerca)


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Luego de varias horas en la frontera entre Bolivia y Argentina, logré pasar a La Quiaca, el poblado más al norte de esa nación.

Salir de Bolivia no es ningún problema, basta presentar el pasaporte – tras hacer una pequeña fila – e inmediatamente el funcionario sella el documento de salida y listo.


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Ahora es necesario entrar a Argentina, para ello, necesitamos hacer una nueva fila, paralela a la anterior y – dependiendo de la hora – el proceso es más rápido o hay que armarse de paciencia. Los entendidos indican que en la noche es más expedito el paso.

Mientras hacía mi fila para ser atendido pude observar como los que buscan entrar a Argentina llevan ollas de cocina, edredones, juguetes eléctricos, intuyo que debe ser porque son más económicos en este país. Además aproveché para comerme una gelatina que costaba un boliviano.


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Tras algo como dos horas de espera llegué a la taquilla donde me sellaron la entrada a Argentina, luego de preguntarme hacia dónde iba, la dirección donde me alojaría y algunos intercambios breves sobre política, sí a los venezolanos siempre nos preguntan lo mismo, ya estaba más cerca de mi destino final.

Una vez que se sale de migración Argentina, es necesario caminar un largo puente, recorrer algunas calles de la Quiaca para llegar al terminal de pasajeros a fin de continuar el viaje. En este caso el destino era El Carmen, dentro de la misma provincia de Jujuy.


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Revisé las distintas empresas de transporte, siendo casi las 3 de la tarde, y Balut tenía una salida a las 3 y 10 de la tarde, es decir a escasos minutos de mi arribo – así que tenía tiempo para tomarlo – pero preferí comprar en El Quiaqueño que salía hacia San Salvador de Jujuy (capital de la provincia) a las 5 y 30 de la tarde.


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Pagué los 110 pesos del boleto (unos 11 dólares) y me encaminé a un restaurante cercano para hacer algo que tenía días sin poder hacer: comer algo caliente, sentado sin que me estuvieran apurando. Aproveché también para llamar a quien me buscaría en la terminal y luego de los arreglos pertinentes, me comí mi churrasco con papas fritas (o fritas como le dicen en estas tierras) acompañado de una agua saborizada de manzana.

Unos 10 minutos antes de la hora señalada, ya estaba en la terminal y poco después de las 5 30 del día 2 de marzo del 2015 estaba emprendiendo la última parte del viaje, unas 5 horas de recorrido.

Pasadas las 10 y 30 minutos el autobús arribaba a la terminal de pasajeros Dr. Néstor Kirchner y tras recoger el equipaje, vi que me estaban esperando. La misión estaba cumplida.


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Viajar es un placer, como siempre nos recuerda la canción de Pipo Pescador, pero no siempre es una travesía exenta de inconvenientes o problemas, así que quienes dicen que la vida del turista es fácil y llena de lujos, es porque seguramente no han viajado.

Al final no sé si cumplí el recorrido Guinnes o si terminé adelantándome en el tiempo previsto, como hizo Phileas Fogg, en la «Vuelta al Mundo en 80 días». De todas maneras, ir de Caracas rumbo a Jujuy – parafraseando a Ilan Chester, es una experiencia que todos los latinoamericanos deberíamos hacer, al igual que la visita a la Meca que hacen los musulmanes, porque veríamos lo que nos une y nos separa como seres humanos. También nos haría tener una percepción mejor de lo que podemos ofrecer y qué nos falta como sociedad, o esa es mi Visión Particular.

Francisco Lizarazo

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