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Porque todos los gatos van al cielo
Tú y yo tenemos una historia bonita. Sí, de esas que se van tejiendo poco a poco, día a día.
Durante 13 años fuimos inseparables, el uno para el otro. Cada noche, estabas allí, en mi almohada esperándome para dormir, y cada mañana apenas abría mis ojos, estirabas tus patas y tu larga columna se hacía chicle elástico y suave, tu bostezo era gigante y toda tu humanidad se desplazaba a tu lengüetazo para saludarme.
Así íbamos los dos directo al baño, luego a la cocina a preparar el café. Si bajaba a comprar el periódico, me recibías juguetón en el pasillo, y a los pocos segundos estabas encima de la prensa sin dejármela leer, con cariño, mucho, soltabas el periódico, sólo bajo el chantaje de darte ternura y jamón podía sentarme a leer.
Nuestras rutinas fueron cambiando, llegó un nuevo computador a casa, era una laptop, entonces tu cabeza se dejaba caer sobre el teclado en todas partes, en la cama, en el sofá, en el balcón, en la sala…
Tenía que arrimártela a cada rato para que me dejaras leer las noticias o escribir, te gustaba el teclado porque desprendía un calorcito y yo te podía rascar la cabeza.
El closet fue tu lugar predilecto para la siesta, sobre todo ese peldaño donde ponía la ropa negra doblada recién planchada, ahí era donde te gustaba dormitar a las tres de la tarde…
Y yo, siempre sacudiendo tus pelos de mi ropa negra, o buscando el bendito tirro que siempre terminaba siendo pelota de juego para ustedes. Asomarte al balcón y recibir la brisa fresca que entraba en el atardecer era todo tu lujo, el momento más placentero antes de que apareciera la luna.
¡Cuántas noches lloré a tu lado! ¡Cuántas!. Tú ahí, silencioso dándome apoyo con tu sola presencia. Tu lomo pegado al mío, tu pata diciéndome “estoy aquí, contigo, no estás sola”. Sí, tuvimos una historia bonita.
El día que mi hijo te llevó a casa, parecías un ratón y no un gato. Uno niños ociosos te agarraban por la cola y te guindaban hacia el vacío, asustándote con lanzarte…
Eras tan chiquito que apenas podías maullar. Entonces, mi hijo te salvó, compró un litro de leche, y así fue cómo te vi la primera vez, en sus brazos, él sudado, venía de jugar fútbol, y tú empapado en leche, con la panza inflada de tanto beber…
¿Nos lo podemos quedar, mamá? Ya teníamos a Bandida, ¿para qué otro gatito? “Pero, éste será mío”. ¡Cuánto nos serviste de amor! Bandida y tú se entendieron a la perfección, y ella que era caprichosa y malcriada, pronto adoptó tu indescriptible ternura.
Nunca nos diste problemas ni preocupaciones, nunca rompiste un florero, ni orinaste fuera del arenal, fuiste tan bueno, tan educado, tan agradecido, tan buen gatito… Nunca enfermaste, hasta hoy que te has ido.
Así como llegaste, te fuiste, sin dar problemas, de un suspiro… Mi mamá no sabe que pasó, cree que fue un infarto. Ningún perro te atacó, no enfermaste, dormías… de pronto ya no quisiste despertarte. Pero, yo que te conozco sé que fue la tristeza.
No tenías dónde recostar tu lomo, ni encontraste el periódico para echarte y chantajear cariño, tampoco se abrió el balcón ni la brisa acaricio tu rostro, no seguías a nadie al baño ni me acompañabas a tomar el café, no había puerta de cuarto que arañar para que mi hijo te dejara entrar…
No estaba el closet ni el montón de ropa negra recién planchada… No estabas en casa… Todo tu mundo se desvaneció, ni mis lágrimas en la noche, ni la música de mi hijo, ni su alegría… Ni el montón de libros donde te recostabas… Nada. Todo cambió de repente.
Todo se había ido para siempre, y tú seguías esperándonos. Sólo quiero decirte que deseo que en ese último suspiro no haya habido angustia, darte las gracias por tanta ternura, decirte que tuvimos una vida muy bonita, que mientras te recuerdo, te sostengo vivo, que duele no haber estado todos estos meses, casi un año si verte…
Que teníamos planes de irte a buscar. Que te quiero Lobo, te queremos, y que siento un gran dolor por haberte perdido, pero que este dolor es dulce porque siempre nos dimos lo mejor. Casualmente anoche, mi hijo soñó contigo…
Sé que viniste a despedirte de él. ¡Tuvimos una buena vida! ¡Buen descanso! ¡Estoy segura que serás alimento de ese jardín donde nacerá sólo verdor y esperanza, para que otros mininos jueguen y correteen felices en su nuevo pasto!
¡Ay, mi Lobo… tengo tanto miedo de perder otros afectos y yo lejos…! ¿Si la palabra no consuela, entonces, qué?
Gennys Pérez
N.E (Nota del editor) Cuando se tiene un gato, se tienen todos los gatos… Parafraseando a Andrés Eloy Blanco
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