Admito que siempre les huí, no sé, no me daba buena impresión, principalmente por esa leyenda urbana de que las patitas se te quedan entre los dientes… pero usando de excusa aquello de donde fueres haz lo que vieres y luego de dos años en México, decidí probarlos… esto es lo que opino de comer chapulines.
Por internet me enviaron una invitación para un paseo fotográfico por Villa del Carbón, en la parte norte del estado de México, así que sin pensarlo mucho me apunté. Previo pago de la cuota respectiva – el día señalado, cámara en mano, morral con agua y provisiones, salimos hacia nuestro destino.
No intento hacer toda una descripción de lo que fue ese viaje, eso lo dejaré para una crónica turística, y como esto se trata de gastronomía, quiero enfocarme en lo que todos quieren saber: Chapulines.
En medio de la plaza de Villa del Carbón había varias ventas de alimentos, mucha comida elaborada – tortas, tacos de carne, chicharrón, pescados entre otros – además de la venta de vegetales como hongos de diferentes tamaños y colores.
Pero lo que me llamó más la atención fueron los calderos sonoros de aceite caliente, así que me acerqué y sí hay estaban friendo chapulines que sacan de unos grandes tobos donde estaban listo para que tomen ese color quemado que los caracteriza antes de servir como pasapalo o botana.
¿Quiere probar uno? me dijo el vendedor mientras lanzaba al caldero hirviendo una nueva remesa de aquellos animalitos que en vida son muy sonoros y cantarines. Tras el ofrecimiento comenzaron a surgir en mi mente las imágenes de las patitas entre los dientes, lo crujiente que me dicen que son al masticarlos, así que me debatía entre aceptar o no aquella inocente invitación a comerme un descendiente de Cri – Cri.
Al final, como se imaginarán, dije que sí y probé uno. La sensación al masticar el chapulín es de estar probado un maní; Es salado, frito y en realidad con el limón que le ponen y un toque de salsa picante saben hasta sabrosos. Así que pasado el primer momento de impresión, tomé valor para pagar diez pesos y compré un vaso de plástico con una buena porción de estos pequeños animales.
Comencé a caminar por la Plaza mientras comía mis chapulines y debo reconocer que no saben mal, incluso algunos extranjeros se acercaron y me preguntaron a qué sabia y como uno no debe quedarse con las cosas los invité. Algunos pusieron caras de asco, a otros les pareció sabroso y me preguntaron dónde lo compré para ellos también ir al mismo sitio.
Comer chapulines es, como todo en México, una experiencia, lo que algunos llaman un gusto adquirido o un «placer culposo». Así que no estaría malo que quienes visitan esta República superen sus temores y prueben este platillo o los gusanos de mezcal, que también los sirven en esta Plaza, ya sea en taco o solitos. Claro, el gusano impresiona más porque está vivo y de un fuerte color rojo.
No crean que comer chapulines es algo snob, porque este insecto es parte de la cocina de los mexicas, zapotecas y mixtecas y en otras culturas mesoamericanas desde antes de la llegada de los españoles. Lo mejor es que este pequeño grillo posee múltiples propiedades que lo hacen un platillo con gran valor.
Aportan cantidades significativas de vitaminas, las cuales son esenciales para transformar los alimentos en energía, para el crecimiento normal, el mantenimiento del cuerpo, la prevención y alivio de enfermedades.
Algunas especies tienen mayores proporciones de vitamina A que el hígado y la leche y también nos aportan minerales como el zinc, magnesio o calcio.
Los chapulines llegan a alcanzar hasta un 78% de proteínas, el doble de contenido de proteínas que la carne roja, debido a que su alimentación proviene de los maizales, frijolares, trigales, alfalfares o pastos silvestres.
Otra de las ventajas de los insectos comestibles es su fácil digestión, por lo que lo pueden consumir personas de cualquier edad.
Si todo esto no fuera ya un motivo para comer chapulines, resulta que su ingesta contribuye al control de plagas y en Querétaro lanzaron un programa de capacitación para cocinar con chapulines, enseñando a las personas a incorporarlos a los platillos cotidianos.
La receta más tradicional y más fácil para hacer los chapulines es:
Póngalos a desinfectar en agua caliente por 20 o 25 minutos.
Después lávelos muy bien con bastante agua.
Exprima un poco de jugo de limón con poca sal.
En un recipiente vierta el jugo y los chapulines, deje que reposen por unos minutos.
Póngalos en un comal a cocer, muévalos constantemente para que no se quemen.
Agregue el chile piquín, después retírelos del fuego.
Disfrútelos como botana o en tacos.
Si por otra parte, ustedes quieren experimentar comiendo gusanos, como el de Maguey, y están en DF aquí les dejó algunas recomendaciones de lugares para degustarlos.
Como dice Andrew Scott Zimmern: “Si se puede coger, se puede comer.», así que no lo piense mucho cómase un buen puñado de chapulines o de gusanos del maguey, la vida es una sola y hay que aprovecharla, o Carpe diem como se suele decir, ya que esta es mi Visión Particular.
Francisco Lizarazo
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