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Bellini: Comer en las alturas

Recorriendo México

Hay un refrán que dice: «El hombre propone y Dios dispone»

Esta referencia viene al caso porque en el tiempo que tengo en México nunca había pensado ir al restaurante Bellini y no por falta de ganas, sino por un tema monetario, ya que hay que reconocer que no es un lugar económico.


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Sin embargo, por esas cosas de la vida, y gracias a una promoción que me ofreció Cuponatic, empresa especializada en ofrecer servicios con descuentos, pude hacer una reservación para conocer este sitio que se vende como el único restaurante giratorio de México y el más grande del mundo.


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Una vez comprado el cupón de descuento y hecha la reservación en el restaurante, para dos porque no pensarán que iba a ir solo, llegamos al Word Trade Center de México, donde se sube en ascensor hasta el piso 42 para luego caminar por un pasillo y se debe tomar otro ascensor para terminar en el piso 45, donde está ubicado el Bellini.


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Al llegar es recibido por las anfitrionas que confirman la reservación, luego de haberle entregado el cupón impreso,  y lo acompañan a uno a la mesa seleccionada. Al entrar la primera imagen que uno tiene es a través de los ventanales del restaurante que permiten ver el Valle de ciudad de México desde las alturas, y si está despejado el cielo,  el espectáculo es aún más atractivo.


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Ya instalados en nuestra mesa, el mesonero nos informó del menú que va en la promoción: De entrada: ensalada de berros y sopa minestrone. De plato fuerte se podía escoger entre: suprema de pollo rellena de camarón,  corazón de filete a la tampiqueña o salmón noruego al azafrán. Con respecto al postre la selección era volcán de queso con salsa de fresa. Todo acompañado de café o té y de regalo una copa de vino Tinto o Blanco.

El Bellini ofrece a sus clientes, entre otros servicios,  desayunos, buffette, reservación recomendada, cena después de las 23 horas, comida de negocios, valet parking, y área para fumar.


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Volviendo a nuestra visita, mientras mi acompañante declinaba la ensalada y el minestrone, prefiriendo el salmón noruego al azafrán con vino tinto, yo pedí el minestrone, definitivamente ninguno de los dos es vegetariano para pedir la ensalada, y de plato fuerte la suprema de pollo rellena de camarón, con una copa de vino Tinto.


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Tomada la orden, el mesonero trajo una bandeja de pan con mantequilla, así que mientras conversábamos podíamos degustar una entrada, observando el lento girar del restaurante. Sí el Bellini realmente gira 360 grados y aquello de la ciudad que en un principio podemos ver frente a nosotros, o a un lado, en cuestión de minutos termina estando en el lugar opuesto. El giro completo del restaurante toma  unos 50 minutos, así que es posible que logre girar completamente mientras está almorzando o cenando.

Aunque todo sucede de manera muy lenta, sí se lograr percibir la sensación de estar en movimiento, no solo porque el paisaje exterior cambia, sino por cierto «mareo» que se tiene en las primeras de cambio, al percatarse que uno está girando.


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El mesonero trajo nuestras copas, a mi parecer un poco más abajo de lo normal, y luego del brindis reglamentario, llegó nuestro pedido. El minestrone ofrecía un buen aspecto, generoso en su porción, y caliente – lo que fue advertido por el mesonero para evitar males mayores – por lo que tomarlo fue un acto de tranquilidad y paciencia mientras se enfriaba. Total, uno no estaba apurado y podía admirar la vista, mantener la conversación y disfrutar el platillo.


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Luego llegaron los platos fuertes. El salmón tenía muy “buen ver”, sobre una salsa de mole y otros ingredientes, acompañado de un arroz salvaje y verduras (calabacín, cebolla  y maíz). El sabor del salmón denotaba que era fresco y muy suave al paladar, algo insípido para mi gusto, pero eso lo subsanaba la salsa de acompañamiento.


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En el caso de la Suprema de pollo rellena de camarón, esta venía bañada   en una sala verde, que en un primer momento me hizo temblar pensando que sería picante, pero menos mal que no lo era. El acompañamiento de la suprema fue también arroz salvaje, con vegetales (calabacín, cebolla y maíz). Al igual que en el caso del salmón, la suprema de pollo estaba bajo de sal para mi gusto, aunque hay que reconocer que los camarones del relleno estaban grandes y apetitosos.


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Entre charla y platillos, la copa de vino de cortesía se acabó, así que – ya saliéndonos del cupón de descuento – fue preciso pedir unas nuevas copas de vino, que casualmente al ser pagadas fuera de la oferta, vinieron un poco más llenas que las primeras.


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Acabada la comida, el mesonero nos ofreció café o té, o el postre de la casa, que en este caso era una crepa rellena de queso crema con zarzamora y, como la combinación no nos terminó de convencer, decidimos pedir un solo postre con dos cucharas. La decisión fue buena, porque el postre no era de esos que invitan a perder la dieta, para quienes lo están, así que no fue nada del otro mundo.


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Terminada nuestra comida ya habíamos dado dos vueltas en 360 grados, por lo que emprendimos el camino de regreso, en el primer ascensor para descender los tres pisos, luego caminando por el pasillo hasta el elevador largo, que baja 42 pisos. Un almuerzo donde pudimos tomar algunas fotos, ver la Ciudad de México desde las alturas en un paseo giratorio, y disfrutar de una experiencia que quienes estén en la ciudad deben hacer en algún momento, para conocer un poco más de todo lo que ofrece esta capital a propios y extraños, o esa es mi Visión Particular.


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