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Cuando la perseverancia vale la pena

Erase una vez una chica dominicana de origen humilde, que como muchos de su isla decidió volar a

España para labrarse un mejor futuro un día de principios de siglo. Esta chica se llamaba María Marte, y desde pequeñita le gustaba cocinar, incluso en su tierra había hecho estudios sobre pastelería.

Sucedió entonces que María, ya en la Madre Patria,  encontró ocupación en un restaurante llamado El Club Allard como office, o lo que es lo mismo, limpiando y fregando platos. Tuvo entonces un trabajo para ganarse la vida, pero por cosas del destino, se sentía más atraída por la labor que hacían quienes cocinaban cerca de ella. Tanto fue así, que un día le pidió a su jefe, Diego Guerrero, que la dejara trabajar con

él en cocina, pero este le replicó que podía hacerlo siempre y cuando no dejara sus funciones como office de lado. Así fue como nuestra chica pasó a cubrir dos puestos, cuando terminaba su labor como cocinera fregaba platos y viceversa, y con tantas tareas pasaba horas y horas en el restaurante aprendiendo y esforzándose.

Los años continuaron y María siguió absorbiendo todo lo que podía de su mentor, hasta que una vez, en 2010, Guerrero, valorando su esfuerzo y dedicación, le ofreció ser jefa de cocina, y entonces se dedicó a tiempo completo a lo que más le gustaba: cocinar.

Con tesón aprendió y aprendió, hasta que, de forma inesperada, ocurrió lo inimaginable, su jefe y mentor, en el otoño de 2013, decidió marcharse de manera intempestiva de El Club Allard generando una crisis en el restaurante. A raíz de esta situación, los jefes del local decidieron darle la gran oportunidad de su vida a la dominicana: nombrarla su sucesora.

Así fue como María Marte, la chica extranjera que empezó fregando los platos sucios, ahora dirige los fogones de un exclusivo restaurante, un dos estrellas Michelín al que dedica toda su energía y donde ahora tiene el reto de encontrar su propia identidad como chef.


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Los gurús de la autoayuda dirían, “si es que en las crisis siempre hay oportunidades”.

Y aunque esta narración la esté haciendo como un cuento de hadas, aquí no hay alas, varitas ni bibidi babidi bu por medio. Es un cuento real, producto de la pasión y el esfuerzo de una persona que conocí por casualidad hace unos días -María-, y que me gustó tanto, pero tanto, que decidí contársela a ustedes. Ahora ella tiene un gran reto por delante, mantener el nivel de un restaurante premiado con un gran cocinero como Guerrero. Pero con semejante historial de esfuerzo y seguridad en sí misma, estoy segura de que llegará muy lejos.

Si es que ya lo dice el refrán: el que persevera vence.

Laura Elena Vivas

Redactora freelance

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