«La felicidad pasada es pasada, pero el dolor pasado es presente todavía».
Lord Byron
Aquel 2 de abril de 1982 «muchos jóvenes argentinos tenían menos de veinte años cuando la Dictadura Militar les
puso un fusil automático liviano 7.62 en sus manos y les dijeron que eran su única novia. Los mandaron a las Malvinas, esas islas de las que le hablaron sus maestras».
Este recuerdo lo escribe Aníbal Hardy, quien fuera diputado de la Nación (1991/95) por Formosa, para describir lo que participación de los jóvenes en una guerra donde – como siempre sucede – las víctimas las pone el pueblo mientras lo que provocan la confrontación están en sus despachos jugando con la vida de las personas.
En Inglaterra, Margaret Thacher estaba al frente del partido conservador que atravesaba una crisis de gobernabilidad, por sus políticas económicas que encontraron resistencia en los gremios y que fue apoyada por los laboristas. Así que algo debía hacer para mejorar su imagen y la del partido. La respuesta vino desde Argentina, cuando la dictadura militar encabezada por Leopoldo Fortunato Galtieri también enfrentaba su propia una crisis política, económica y social, por lo que decidió jugarse la carta del nacionalismo y decidió invadir por sorpresa las Islas Malvinas.
Para Argentina, recuperar la soberanía de las islas permitiría lavarle la cara a la Junta Militar y «ganarse» algunos puntos con la población que en el país era víctima de tortura, secuestro, desapariciones y otras violaciones a los derechos humanos. Sin embargo, Thacher también necesitaba ganar sus puntos internos y no dudó en lanzar una contraofensiva con todo el poderío militar del Reino Unido e Irlanda del Norte, ayudada por los Estados Unidos.
La guerra duró desde ese 2 de abril cuando desembarcaron las tropas argentinas en la Isla, hasta el 14 de junio de ese año, momento en que se acuerda el cese de hostilidades y la rendición de Argentina, que solo un tiempo atrás pregonaba desde sus medios de comunicación que «estamos ganando».
Pero si en la confrontación se registró la pérdida de 649 militares argentinos, 255 británicos y 3 civiles isleños, los que regresaron tampoco las tuvieron todas consigo, ya que las experiencias en esta pelea dejaron sus secuelas.
«Primero los ocultaron como si fueran enfermos contagiosos. Nadie les dio trabajo y durante muchos años no tuvieron pensión. Algunos sintieron que no podían más y dejaron este mundo por propia voluntad. Habían dado la vida por la Patria y decidieron perderla porque su querida Patria no había hecho casi nada por él», señala Hardy al recordar los hechos posteriores al fin de la guerra.
Una de las leyendas en torno a la Guerra de las Malvinas y que implica el apoyo que desde tierra firme se brindaba a los combatientes menciona «los chocolates donados a los soldados argentinos. En esa época, desde varios colegios, se juntaron envíos para las tropas argentinas, entre ellos, chocolates. Aparentemente, se dice, una chica de un colegio secundario incluyó una carta para el soldado que le cayera en suerte la golosina», pero parece que esta golosina fue adquirida tiempo después en un kiosko, lo que levantó más de una duda sobre el desvío de las donaciones que iban a los soldados.
No olvidar también debe hacernos responsables
Han pasado más de treinta años y el 2 de abril se conmemora el Día del Veterano y de los Caídos en la Guerra de Malvinas para homenajear a quienes dieron su vida por rescatar esas islas argentinas, aunque creo que hubiera sido mejor que les preguntaran primero si querían hacerlo antes de enviarlos con mentiras y agendas ocultas.
En Jujuy, la Plaza Belgrano fue escenario para que se recordara a los que estuvieron en las islas en el combate. Hubo exhibición de pertrechos y junto al Himno nacional, la Marcha a Malvinas, con la actuación de la banda de musical de la municipalidad y otros artistas que ofrecieron su talento musical, la municipalidad de San Salvador rindió un homenaje aquellos jóvenes soldados que ofrendaron su vida, en una guerra que muchos «califican SIN SENTIDO, no por la reivindicación, sino por las desventajas, entre uno y otro país», como dice Zulma Méndez, profesora de historia de la Provincia.
Muchos de aquellos jóvenes que creyeron estar defendiendo la Patria hoy son adultos mayores que guardanhistorias de sobrevivencia, algunas reveladas otras ocultas en su memoria, y son ejemplo de una historia reciente que no debe repetirse, porque las consecuencias de la guerra, se gane o se pierda, SIEMPRE afectan a los más inocentes, la población porque – insisto en ello – quienes originan los conflictos nunca están en el campo de batalla y solamente mueven las piezas, vidas humanos, a su conveniencia.
Hugo Banegas y Justo Sacarías Reyes
Entre los jujeños que fueron reconocidos estuvo Justo Sacarías Reyes, quien integró el Regimiento 25 los primeros en aterrizar en las Malvinas. A su lado estaba Horacio Banegas, miembro del BI5 destacado en Tierra del Fuego, quien también tiene sus historias sobre lo que fue esta guerra.
Constantemente se recuerdan las fechas patrias en Argentina, sea cual sea, y eso está bien, pero tal vez deberíamos comenzar a atender a quienes como en el caso de las Malvinas son víctimas olvidadas y reconocer ahora que están en vida que sirvieron a su país y que éste lo valora, más allá de discursos y homenajes, porque al mercado no se va con buenas intenciones y por más mercantilista que pueda parecer, quien sirve a su Patria debe ser recompensado, más allá del honor.
El arte para la memoria
Si hace unos días Patricia Lubel presentó «Soy Antígona» como una manera de ayudar – desde el teatro – a asociar
la tragedia griega con los desparecidos argentinos, en estos días, Andrea Campos volvió al teatro El Pasillo – luego de la temporada 2015 – para ofrecer «Rodillas Negras», una obra teatral cargada de poesía e imágenes que bien pudieran ser una sesión fotográfica para hablar de los «daños colaterales» de la guerra: la muerte de los inocentes, niños, padres, madres, hermanas, hermanos, tíos, sobrinos.
Teniendo primero a estudiantes de secundario en una función privada y luego en una abierta al público en general, esta obra menciona a Federico, Francisco, Fabricio, Facundo, porque el nombre poco importa cuando es un niño juguetón, que aunque solía dedicar su tiempo a juntar ramitas de colores, o clasificarlas por su tamaño, lo cierto es que él y sus rodillas negras por el juego ya no está…Lo mató la guerra.
María Galán, Eugenia González, Julia Suarez, Emilio Smith, Rubén Iriarte e Ismael Campos asumen los personajes creados por Campos y desarrollan una historia donde no hay vencedores sino víctimas, porque los seres humanos somos hijos, padres, hermanos, esposos y todos nos vemos afectados cuando la guerra nos ataca.
En la obra, las mujeres que están lejos se unen para escribir cartas a los combatientes y, al igual que en la leyenda de los chocolates, se sortean los nombres de aquellos que recibirán la correspondencia con la ilusión de estar ayudando en algo a que esos jóvenes que están lejos de casa se sientan orgullosos de la labor que están haciendo al defender la Patria, a pesar del frío, la mala alimentación y la falta de armamento adecuado para enfrentar al enemigo. Con estas cartas se estaba reforzando, sin querer, esa idea de que los soldados están cumpliendo un gran servicio, cuando lo cierto es que la guerra no hace bien a nadie y menos cuando hay agendas ocultas de parte de quienes las dirigen.
El final de la obra, como el destino de muchos combatientes, es el escenario solo, con la bandera en primer plano,
pero no como un símbolo patrio de orgullo, porque está envolviendo el ataúd de Federico, Francisco, Fabricio, Facundo solamente conocido como el niño de “rodillas negras”, una imagen que sirve de recordatorio de que los inocentes son las principales bajas en las guerras y que estas solamente terminarán cuando quienes las promueven sean los primeros en la línea de fuego.
El teatro, siempre hay que decirlo, es una «piedrita en el zapato» por esa posibilidad que tiene de tocar a los seres humanos en su fibra más sensible y «Rodillas Negras» es un recordatorio que desde el escenarios se hace para no olvidar que las guerras no benefician a nadie, muy por el contrario, son instrumentos de dominación interna más que externa.
Hardy recuerda que en estas «horas de desvalorización nacionalista habría que reparar en estas crónicas» y trae a la memoria la historia de «Los ocho, y los héroes de Malvinas», recurriendo para ello al periodista y escritor Armando Fernández quien señala que Antonio Florencio Rivero, junto a Juan Brassido, José María Luna, Manuel González, Luciano Flores, Felipe Zalazar, Manuel Latorre y Manuel Godoy deben ser considerados «los primeros combatientes por nuestros derechos soberanos en el Atlántico Sur”, tal vez la historia sirva para recordarnos quiénes somos, lo que hemos hecho y lo que deberíamos hacer, en lugar de crear más odio, división y lucha fratricida, en nombre de un pedazo de tierra que llamamos Patria, cuando la realidad es que la patria es un concepto y todos deberíamos llamarnos humanos, sin distingo de raza, credo o color, tal vez así entendamos que la Tierra tiene que ser nuestra única casa, causa y bandera, o esa es mi Visión Particular.
Francisco Lizarazo
Fotos: Internet, Zulma Méndez, Francisco Lizarazo
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