Recorriendo México
Vicente Manuel de Sardaneta y Legazpi, primer Marqués de Rayas, fue el dueño y señor de la Hacienda del Cochero, que ocupa una amplia extensión de terreno de la Mina “La Valenciana”, negocio que fue su principal fuente de ingresos en la ciudad de Guanajuato camino a San Miguel de Allende. Ya que la mina fue la principal veta de plata en la región, esta actividad permitió a Don Manuel ser uno de los hombres más ricos de México en el siglo XVIII.
De Don Manuel, se decía que había mostrado un talento precoz e interés en el mundo de los negocios, pero destacan los historiadores la piedad que sentía y que lo llevó a apoyar «numerosos proyectos religiosas, entre ellas la construcción de iglesias y capillas, y la creación de retablos de lujo y otras imágenes religiosas».
En julio de 1774 el rey Carlos III concedió a Don Vicente Manuel los títulos hereditarios de Marqués de San Juan de Rayas y Visconde de Sardaneta, permitiendo la adición de una corona a la familia escudo de armas creadas por José de Sardaneta – castillos de oro y plata en cuartos con un patrón de águila y de tablero de ajedrez. Este noble escudo fue tallado sobre la puerta capilla de la Casa de Rayas – aunque ahora está borrado en gran parte a excepción de la corona.
Cuentan los lugareños y los historiadores, que en el siglo XX «a mediados de los años 50’s se realizaban trabajos de conservación y sobrevino una serie de aterradores descubrimientos, pues en sus sótanos y pisos ocultos se hallaban salas del tormento que fueron utilizados por el Tribunal del Santo Oficio».
Como sucede en la actualidad con otros casos dentro de la iglesia católica, el Tribunal del Santo Oficio que – por cierto – dejó de operar en 1769 «nunca ha reconocido la historia de sangre y muerte que se vivió en la Hacienda del Cochero».
¿Pero qué pasó en esta Hacienda y quiénes fueron sus protagonistas?
Durante la época de la inquisición, tanto en España como en todas las zonas del nuevo continente donde la Fe católica era la predominante, a quienes se les acusaba de haber tenido pactos con el maligno o bien de servir a los intereses del demonio eran sometidos a torturas e incluso muerte para que renegaran de esos pactos y volvieran al camino de la Fe.
Uno de estos personajes dedicados a perseguir a quienes pensaban distinto fue el inquisidor Antonio Fernando de Miera, a quien se describe como un «hombre de aspecto siniestro y mirada intimidante».
Se cuenta que bajo la Hacienda se construyó, para 1764, una cárcel de forma secreta, el lugar era ideal para esta obra ya que los muros tenían un grosor de 3 metros, así que cualquier grito por más fuerte que fuera no sería escuchado.
En la década de 1950 la familia de Manuel Valenzuela adquirió la propiedad y en el lugar fue encontrada una puerta sellada por grandes piedras, la familia pensó que dentro se encontraba un tesoro, pero en lugar de encontrar oro lo que hallaron fue metal, maderas con picos y algunas osamentas humanas. También encontraron un panteón familiar, algo entendible, porque la gente de «clase alta» no apreciaba el hecho de ser enterrados con personas de otras clases sociales, como indígenas, judíos, pobres, etc.
En esta cárcel secreta estaban aparatos de tortura, especializados en infringir dolor, y albergaban a los condenados a quienes a base de una prolongada tortura y castigo se les arrancaban confesiones, en muchos de los casos falsas, pero con el único propósito de terminar con el tormento al cual eran sometidas.
¿Estaban Don Vicente Manuel y sus herederos trabajando en complicidad con el inquisidor Antonio Fernando de Miera? Lo desconozco, solo menciono hechos que cuentan los historiadores, aunque ninguno da cuenta de las fechas y despeja este enigma, pero lo importante es que esta Hacienda, ahora convertida en una galería del horror, muestra algunos elementos de tortura, como:
La «Silla»
La víctima debía sentarse totalmente desnuda y si «el inquisidor lo creía conveniente podía mandar al verdugo golpear al preso, lo que provocaba que los pinchos entrasen con más profundidad en la piel o incluso si el asiento era de hierro mandarlo calentar para que los pinchos al rojo vivo entrasen mejor en la piel».
El Potro Escalera
Se «ataba al reo estirándolo lo más posible sobre una especie de escalera, a continuación se le quemaba con una antorcha el costado y las axilas. Generalmente se morían a causa de la infección de las quemaduras».
La Dama de Hierro
Un ataúd de metal con clavos en su interior y al cerrarla los clavos se enterraban en el cuerpo de los condenados, (los clavos podrían ser removidos para que se enterraran un puntos no vitales y así el prisionero moría desangrando en un largo tiempo)
La Rueca
El condenado, desnudo, era estirado boca arriba en el suelo o en el patíbulo con los miembros extendidos al máximo y atados a estacas o anillas de hierro. Bajo las muñecas, codos, rodillas y caderas se colocaban trozos de madera. El verdugo asestaba golpes violentos a la rueda, machacaba todos los huesos y articulaciones, intentando no dar golpes fatales.
El Aplasta cabeza
Instrumento de tortura aplicado en la edad media destinado a reventar los huesos del cráneo. La barbilla de la víctima se colocaba en la barra inferior y el casquete era empujado hacia abajo por el tornillo. De esta forma primero se destrozan los alvéolos dentarios, después las mandíbulas y, por último, el cerebro se escurría por la cavidad de los ojos y entre los fragmentos del cráneo.
La famosa guillotina, si es que puede considerársela así
También estaba el Cinturón que se sujetaba a la cintura de los presos y serbia para que se mantuvieran quietos, si se movían los clavos se enterraban. Pinzas para arrancar dedos, orejas, muelas, etc.
Estos son algunos de los instrumentos de tortura originales y que se conservan en buenas condiciones, que fueron usados en la inquisición, visitar esta Ex Hacienda del Cochero es conocer un poco más de la historia negra de México, una donde hasta señoritas de un certamen de belleza local posaban con las momias. En el recorrido por esta Hacienda contará con el apoyo de guías, vestidos como monjes, que irán contando algunas anécdotas sobre las torturas realizadas en esta cárcel.
El hombre es un ser contradictorio, porque mientras afirma que busca la liberación del alma y el acercamiento a Dios, puede ser capaz de las mayores atrocidades en nombre de este mismo espíritu superior. Luego de conocer un poco de esta historia viene a mi memoria aquel refrán: «Mientras más conozco al hombre más quiero a mi perro», o esa es mi Visión Particular.
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