«Recuerdo estar esperando ver si alguien lo notaba…. sin embargo, aunque mi padre lo notó, alcanzó un pan tostado, sonrió a mi madre y me preguntó cómo me había ido en la escuela. No recuerdo lo q
ue le contesté, pero sí recuerdo verlo untándole mantequilla y mermelada al pan tostado y comérselo todo.
Cuando me levanté de la mesa esa noche, recuerdo haber oído a mi madre pedir disculpas a mi padre por los panes tostados muy quemados. Nunca voy a olvidar lo que le dijo: ‘cariño no te preocupes, a veces me gustan los panes tostados bien quemados.’ Más tarde esa noche, fui a dar el beso de las buenas noches a mi padre Y le pregunté si a él le gustaban los panes tostados bien quemados él me abrazó y dijo: ‘tu mamá tuvo un día muy duro en el trabajo, está muy cansada y además un pan tostado un poco quemado no le hace daño a nadie’. La vida está llena de cosas imperfectas y gente imperfecta.
Aprender a aceptar los d
efectos y decidir celebrar cada una de las diferencias de los demás, es una de las cosas más importantes para crear una relación sana y duradera. Un pan tostado quemado no debe romper un corazón. La comprensión y la tolerancia es la base de cualquier buena relación. Sé más amable de lo que tú creas necesario, porque todas las personas, en éste momento, están librando algún tipo de batalla. Todos tenemos problemas y todos estamos aprendiendo a vivir y lo más probable es que no nos alcance la vida para aprender lo necesario. ‘El camino a la felicidad no es recto’. Existen curvas llamadas equivocaciones, existen semáforos llamados amigos, luces de precaución llamadas familia, y todo se logra si tienes una llanta de repuesto llamada decisión, un potente motor llamado amor, un buen seguro llamado fe, abundante combustible llamado paciencia, pero sobre todo un conductor llamado conciencia».
Esta historia circula por Internet, por las redes sociales, y me imagino que habrá sido tema de reflexión de muchos,
y es que por sencilla, llega en su totalidad el mensaje que quiere transmitir: la necesidad de la tolerancia, del pensar no tanto en uno, sino en los otros. Creo que no es fácil ponerse muchas veces en la posición de ese esposo que entiende que un pan quemado no es motivo para destruir un hogar, ni para levantarle la voz a la pareja. ponerse en los zapatos del otro, tratar de recorrer el camino que esa persona ha andado no es tarea fácil, pero si necesaria cuando queremos mantener un vínculo, y no solo hablemos de lazos de pareja o de amor, sino que la comprensión debe ir más allá.
Es un poco más fácil se
r tolerante cuando nos une un sentimiento a otra persona, pero lo complicado está en «poner la otra mejilla» cuando es un desconocido, o alguien que no goza de nuestra estima, ahí está el «detalle» como diría el siempre recordado Cantinflas.
La paciencia junto a la tolerancia son dones que todo tenemos, basta solo encontrar la manera de canalizarlos, no siempre se puede hay que reconocerlo, pero es una tarea de todos los días, de un minuto a la vez y – como en el caso de los bebés – de dar pasos pequeños, teniendo en mente la meta final, que es ser mejores ciudadanos, personas, seres humanos que ayuden a mejorar el globo azul en el que vivimos.
La tarea de ser tolerantes, de ponerse en los zapatos de los otros antes de juzgar, puede conducirnos a una vida de mayor tranquilidad, evitar el stress al que estamos sometidos a diario, y a la vuelta veremos que también nuestra salud mejora, porque en la medida en que ayudamos a los otros, o por lo menos no los «jodemos» como dice Mafalda, en esa misma medida nosotros estaremos fortaleciendo nuestra personalidad, nuestro espíritu y principalmente, tendremos razones para sonreír con más ganas todos los días, o esa es mi Visión Particular.
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