Guillermo Montilla Santillán, es un dramaturgo tucumano creador de «Popesku debe morir», una pieza que plantea la decisión de un grupo de tomar la justicia por sus manos y acabar con el dirigente de un país… es decir, cometer un magnicidio.
Según Sergio Valverde, esta obra es una versión libre de Los Justos, de Albert Camus – estrenada en Paris en 1949 – y ahora «Popesku debe morir», que de acuerdo a su autor nada tiene que ver con la obra del francés, se presentó en el teatro el Pasillo de Jujuy para contarnos cómo personajes, interpretados por Manuel Agüero (Oberto), Rodrigo González Gomeza (Dimitri Ivanovich), Guillermo Vocos (Vladislav) y Daniel Romano Rubio (Cleto Morris) se unen con un solo fin: acabar con el mandatario, aunque cada uno tiene sus razones personales para esta cruzada.
Estos actores dirigidos por Jorge Renoldi y con la producción del Grupo de Investigación Teatral tratan de convencer al público, con un humor muy negro, que un idealista, un hijo de inmigrantes, un actor sin trabajo y un pasante del Museo Nacional pueden orquestar una acción clandestina para acabar con el dictador Popesku, demostrando que aunque exista una apatía general en el pueblo, algunos pueden tener la ilusión de decir hasta aquí y tomar la justicia por mano propia.
El montaje presentado en Jujuy tiene mucho de farsa, tanto que me recuerda a la puesta que en Caracas se hizo de «Muerte Accidental de un Anarquista» de Darío Fo – recientemente fallecido – que trata desde otra perspectiva el tema de los asesinatos políticos. Sin embargo, en el montaje de Renoldi pecan por la exageración y se pierde la credibilidad que pudieran tener estos personajes para dejar una reflexión en el público, destacando más la risa fácil y un momento de divertimento, olvidando el trasfondo de la pieza.
Sobreactuaciones y textos dichos montados unos sobre otros que no dejan entender lo que se dice son los principales obstáculos que puede encontrar el espectador interesado por un tema interesante como es el magnicidio, más en estos tiempos que corren en América donde las reiteradas amenazas de atentados son pan de cada día.
Camus recurre a la Rusia zarista, para establecer el dilema moral entre el idealista y el deseo de matar al Presidente, recurso que también utiliza Montilla Santillán – ubicando la acción en el mismo sitio – aunque la riqueza sobre el conflicto moral planteada por Camus no se ve igualmente reflejada en los diálogos del tucumano porque se diluye la lucha interna moral en los devaneos del actor desempleado que se viste de tutu de bailarina para llegar a estar cerca del Presidente y la larga discusión sobre si el arma que utilizarán para asesinar a Popesku es viable o si está dañada por el tiempo.
Al final, todos los preparativos no llegan a buen término y los cuatros conspiradores caen abatidos antes de cometer el asesinatos. Aunque algunos dicen que realmente huyeron después del fracaso y se asilaron en otras naciones con otras identidades. Por ejemplo, Vladislav se convirtió en Guillermo Vocos y ahora está en el sector de la gastronomía, y Cleto Morris se convirtió en Daniel Romano Rubio un ropavejero, pero el mensaje final lo dice uno de los personajes invitando a no ser pasivos, a tomar las riendas de nuestras vidas en momentos de crisis institucionales, con gobiernos que han dejado de representar al pueblo, sean de derecha o de izquierda, electos democráticamente o dictaduras. La obra deja la interrogante de si en realidad hay que asesinar a nuestros presidentes para tener un país mejor o es que no hay otras opciones.
¿El fin justifica los medios?
Si bien «Popesku debe morir» plantea desde el teatro el hipotético caso de un magnicidio, en la vida real, que a veces supera cualquier fantasía, hay muchos ejemplos en nuestro continente sobre magnicidios.
En una rápida revisión en internet, uno encuentra en el diario La Nación que “desde el final de la Segunda Guerra Mundial hasta la actualidad, 7 presidentes latinoamericanos han sido asesinados mientras se encontraban en ejercicio de su mandato.
Gualberto Villarroel, presidente de Bolivia, asesinado el 21 de julio de 1946 en las calles de La Paz.
Carlos Delgado Chalbaud, presidente de la Junta Militar de Venezuela, matado el 13 de noviembre de 1950 en una emboscada tendida en una calle residencial de Caracas.
José Antonio Remón, presidente de Panamá, asesinado el 2 de enero de 1955 por una ráfaga de ametralladora en el hipódromo Juan Franco.
Anastasio Somoza García, presidente de Nicaragua, ultimado el 21 de septiembre de 1956. Lo balearon en un acto proselitista.
Carlos Castillo Armas, presidente de Guatemala, asesinado el 26 de julio de 1957. Un guardia militar, Romeo Vázquez Sánchez, le disparó cuatro tiros y luego se suicidó.
Rafael Leónidas Trujillo, presidente de la República Dominicana, asesinado el 30 de mayo de 1961”.
En los Estados Unidos se han registrado los magnicidios de Abrahán Lincoln el 15-04- 1865, por John Wilkes Boot; James Garfield el 19 de septiembre de 1861; John Fitzgerald Kennedy, el 22-11 1964 en Dallas, Texas.
¿Es el asesinato la solución?
En el caso de los magnicidios, la historia reciente ha demostrado que además de un período de inestabilidad política, económica y social, pareciera que la vida republicana se vuelve a encaminar.
En Colombia, por ejemplo, el asesinato de Jorge Eliécer Gaitán – 9 de abril de 1948 – un líder político que gozaba de gran simpatía popular, provocó el llamado “El Bogotazo”, que marca el inicio de la guerrilla en Colombia.
Mientras tanto, en México, el 23 de marzo de 1994 fue asesinado Luis Donaldo Colosio, candidato a la presidencia por el PRI y hombre considerado como un reformador, al grado de ser comparado con Lázaro Cárdenas.
Este asesinato es considerado como el origen de graves consecuencias «para el país (48%), particularmente haber impedido o atrasado cambios que presumiblemente habrían ocurrido con él como Presidente (35%) y el deterioro económico y devaluación que sobrevinieron (11%)». esto de acuerdo a una encuesta que en el 2004 elaboró telefónicamente telefónica BGC-Excélsior.
Ya sea en la ficción o en los hechos de nuestra historia contemporánea, justificar un magnicidio, sea por la razón que sea, no es fácil, porque acabar con la vida de otro no es una solución sencilla, aunque para algunos dirigentes sea una opción más que utilizada y comprobada, que la llaman genocidio.
Pero ni en el caso más extremo de asesinato de contrarios – como puede ser el caso de los nazistas – el mal llega a triunfar por siempre y la vida de alguna manera trata de buscar su cauce para enderezar los entuertos que los humanos hemos cometidos y – lamentablemente – seguiremos cometiendo.
Como diría Tito Blanco, de La Fura Dels Baus, «Nosotros no queremos decirle a nadie cómo tiene que pensar acerca de las cosas, pero sí que vaya reflexionando sobre ellas. Y, a partir de allí, se creará en el público una manera de pensar y de hacer que será la interesante, porque creemos que el teatro y las artes escénicas han de ser así.» En este pensamiento radica la importancia del teatro y de obras como «Popesku debe morir» porque con sus contradicciones y los deseos de quienes aspiran a algo mejor, el arte escénico debe ponernos a pensar y – principalmente – pensar que como decía Fox Mulder, la verdad está allá afuera o como en este caso en la interpretación de los actores, o esa es mi Visión Particular.
Francisco Lizarazo
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