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Cuando estaba trabajando en México, para hacer más llevaderas las horas pesadas de la tarde – principalmente si no estaba la jefa – había un compañero que de buenas primeras, así sin aviso, gritaba: ¡Mamá no hay papel!
Como podrán imaginarse, eso bastaba para que todos nos riéramos y saliéramos del letargo de la tarde tranquila. Esto lo traigo a colación porque aquí en Venezuela estando en una esquina, mientras pensaba si ir a la derecha, a la izquierda o qué habría hecho mi mamá de cocinar, alguien pasó a mi lado y gritó a todo pulmón: ¡Llegó el papel!
Oír aquel grito fue como si se hubieran disparado la pistola de inicio de una carrera y – sin saber en realidad por qué – yo también entré en el supermercado y me vi detrás de un carito de metal haciendo una cola para que al final me entregaran seis paquetes de papel para el baño, claro no sin que antes una señora, más experimentada que yo en el arte de pararse en una cola a esperar que le entreguen el maná caído del cielo, me gritara ¡Quite ese carrito! ¡Póngalo en otro lugar! pero yo me hice el sordo, agarré mis empaques y salí tan rápido como pude.
Debo confesar que luego sentí como pena, vergüenza, porque yo no sé si hacía falta el papel en la casa, pero fiel a lo que siempre dice mi mamá: si le dan usted agarre, seguí mi camino y como ya estaba en el automercado decidí aventurarme para ver qué otras cosas podían comprar.
Aunque en mi casa, creo que al igual que en los hogares de la mayoría de los venezolanos, lo que se come es Harina PAN no estaba muy seguro de llevar la marca que me estaban ofreciendo pero – nuevamente recurriendo a los dichos de mi madre – “a donde fueras haz lo que vieras”, tomé con agrado dos paquetes de Harina Juana y los metí en el carrito.
Listo, ya tenía algunas cosas que nunca deben faltar en un hogar venezolano, así que decidí ponerme «gourmet» y comprar algo para paladares más exigentes, bueno no tanto, pero no eran productos que no se comen a diario, así que pasé por la charcutería y compre unos bisteck de cochino y unas salchichas tipo Frankfurt.
Pasando por la sección de las bebidas para preparar y recordando una discusión reciente en el grupo del chat de la Universidad sobre las bondades del té verde, me acerqué y vi uno que llamó mi atención té instantáneo sabor a tamarindo. Como soy comprador con los ojos, aquello me pareció interesante aunque agarre un sobre pequeño, no sea que después uno se desilusione.
Llegó el turno de las neveras y tomé un jugo de manzana, reconozco que aquí si tenía una doble intención, ya que el juego de la fruta prohibida es bueno para mezclarlo con sangría, así que me encaminé a la sección de licores y agarré una botella.
Listo, lo más fácil estaba concluido. Digo que es la parte más fácil porque ya uno compra lo que hay no lo que uno busca, así que nada de pasar horas entre los anaqueles, ahora se va al mandado y no al retozo, porque detergente, champú, desodorante, entre otros productos NO HAY, lo que uno sí encuentra en cualquier abasto, supermercado, automercado, o farmacia, es pasta dental y enjuague, así que no tendremos qué comer pero limpios de dientes sí podemos estar.
Decía que en medio de todo el proceso anterior, esta es la parte fácil, porque la complicada comienza ahora: Hacer la cola para pagar.
Si el venezolano es un ser sociable, con redes digitales o no, nada lo demuestra más que estar en una cola, porque ahí el que no te conoce termina intercambiado recetas contigo, o te añade a su red de whatssp para avisarte cuando llegue algún producto.
El tiempo en la cola puede dar para todo: mandar mensajes, enviar fotos para hacer denuncia o periodismo ciudadano sobre lo que sucede frente a lo que señalan las autoridades como una situación normal en el país. Las colas las llegan a catalogar de responsabilidad únicamente de quienes están ahí haciendo fila (ya sea porque los traen del extranjero los manipuladores de la oposición o porque no tiene nada que hacer – y si mucho tiempo y dinero – por lo que están todo el día entre los supermercados).
También es el lugar para escuchar lo que dice la gente. En una cola conocemos los males que aquejan a los venezolanos, lo que hacen para sustituir aquello que no consiguen para la dieta de la familia, aprendemos nuevos trucos para limpiar, sin olvidar que las señoras más «grandes» – como dicen en Argentina – tienen tiempo para sacar su monedero con las fotos familiares y te cuentan la vida de todos ellos. Que la hija se fue del país con el marido y los nietos… que tanto los extraña aunque sean unos diablitos; que si todo está caro y hay que ir a varios lugares para comprar la comida, con el gasto de energía y tiempo que eso supone.
Y no crean que los de la tercera edad están exentos de hacer su cola, eso es verdadera democracia, porque si alguien no se apiada de un anciano y le ofrece adelantarse en la fila, pueden estar seguros que ellos seguirán en su puesto sin que a nadie se le “agüe el guarapo”, cosas locas siendo “supuestamente” tan solidarios que somos. También es cierto que en medio de la viveza criolla, los ancianos terminan siendo peones de los más jóvenes que se aprovechan de esa «solidaridad» y los ponen a comprar en el supermercado mientras ellos hacen otras diligencias o se quedan en casa.
Las cajas para los de la tercera edad o ya no existen o no se dan abasto, lo que quiere decir que el país es de viejos o de «vivos» que se aprovechan de sus mayores.
Desde que entré en el supermercado – por el sonido hipnótico de ¡hay papel! – hasta que pagué en la caja, pasaron – como decían Perolito y Escarlata – fácil, fácil, unas dos horas y cuando salí con mis compras y mis bolsas, entendí una vez más que no importa lo que suceda en el país, los venezolanos siempre sabemos sortear las calamidades, con humor, broma, con mucha quejadera, porque la verdad es que somos caribeños y a todo le sabemos sacar un chiste, una fiesta, eso no quiere decir que no seamos serios, no lo sé, pero de lo que sí estoy seguro es que de ser un poco más como los argentinos del 2001 (que en una semana llegaron a tener 5 presidentes porque ninguno les convencía) otro sería la situación… pero mientras ese momento histórico llega…seguimos haciendo colas. Eso sin mencionar las que debemos hacer en otros lugares ya sea de la administración pública, de la privada o simplemente para poder entretenernos, como si el tiempo nuestro no fuera valioso y quienes prestan servicios al público lo estuvieran regalando y no cobrándolo, que bien caro lo hacen, pero esa es otra historia, porque esta fue una simple Visión Particular de ir a un supermercado.
Francisco Lizarazo
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