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Arte tras las rejas

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A propósito del Teatro Penitenciario (I)

Luster y Greta son apasionados por la poesía y la pintura, respectivamente, además están celebrando su aniversario de bodas y para ello han decidido cumplir una «fantasía». Ambos llegan a un hotel y llaman a un servicio de citas porque buscan – aunque es realmente Luster el más interesado – agregarle un «ingrediente» a su matrimonio. Lo que termina sucediendo no estaba en los planes iniciales de la pareja, que deberá vérselas con una enana, un botones, la gerente del hotel y con Susana. Pero como siempre pasa, la realidad supera la mejor ficción o fantasía.


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Esta no es una historia solo de sexo y depravación, en realidad es lo que menos ocurre, sino una comedia de enredos producto de la imaginación del dramaturgo venezolano Edilio Peña que con el nombre de «El regalo de van Gogh» sirvió para que 7 mujeres – que hicieron hasta los personajes masculinos – se encontrarán con el mejor de los públicos: sus familias.


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Las actrices, o en camino de serlo algunas de ellas, son internas del Instituto Nacional de Orientación Femenina de Los Teques, (INOF), del estado Miranda, quienes forman parte del programa cultural que adelanta el Ministerio del Poder Popular para el Servicio Penitenciario con miras a lograr una atención integral al deporte, la educación, la cultura, al trabajo socioproductivo. .

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«El regalo de van Gogh» es una de las piezas teatrales que se presentaron en el I Festival de Teatro Penitenciario “Hugo Chávez” (celebrado en Caracas en el mes de noviembre del 2014) y que ahora tuvo una función especial en el Teatro San Martín – una de las sedes del Festival – para en tres días ofrecer una pequeña muestra de lo que están haciendo en materia cultural quienes están internados en los centros penitenciarios del país.


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La actividad teatral en los centros penitenciarios de Venezuela tiene una larga tradición, y es así como “en 1980 se celebró el Primer Festival de Teatro Penitenciario en el país – que tuvo como sede el auditorio de la CANTV – y que llegó a institucionalizar a partir del Segundo Festival, generando que se creara la Fundación Penitenciaria y se construyera una sala como sede del Teatro Nacional Penitenciario, en la cárcel El Rodeo, de Guarenas. Al frente de esta iniciativa «estaba Agustina Martín, que comenzó un peregrinar por todos los centros carcelarios de Venezuela impulsando el teatro. Pero ella se encontró con la sorpresa de que en los penales existían ya grupos de teatro. Con el Conac (Consejo Nacional de la Cultura) se impulsó el fortalecimiento de los grupos a través de cursos de expresión corporal, dicción, producción, de manera que toda la experticia que tenían los internos para hacer sus guiones y montar sus obras, se puliera».


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Entre los años 2010 – 2011, el Centro de Directores para el Nuevo Teatro llegó a desarrollar el Sistema Nacional de Teatro Penitenciario (SNTP) un «programa piloto de formación teatral que tuvo impacto en el Instituto Nacional de Orientación Femenina (Inof) de Los Teques y en la cárcel de San Antonio en Margarita. El Proyecto Nacional de Teatro Penitenciario era un programa piloto de reinserción social. No queríamos hacer teatro por hacer, sino formar profesionales del teatro. Para ello, asistían a clases diarias de 9:30 am a 12:30 pm (menos los miércoles que era día de visita). Allí recibían formación en voz y dicción, expresión corporal, iluminación… Hicimos un primer censo de 170 mujeres que estaban interesadas. Todas se inscribieron. Del primer casting salieron unas 35 elegidas y terminaron 20 de ellas. El proyecto era convertir en actrices a 20 de las que llamaban ellos ‘mentes brillantes’. Estas reclusas no eran las más peligrosas pero eran las más inteligentes y tuvieron formación por un año, montaron espectáculos breves y terminaron con mi obra Todo o nada en la Anna Julia Rojas de Unearte. Quedó muy bien», recuerda Marcos Purroy, director del Centro de Directores, según lo refleja la página web rescatayborralo.

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El teatro no debe verse solamente como una actividad para entretener al público, sino que va más allá, es una luz para quienes se encuentran en los centros penitenciarios que ven el arte dramático como una forma de superarse con miras a integrarse a la sociedad.


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En el caso de «El regalo de Vangoh» se nota el esfuerzo hecho por las internas del INOF y algunas de ellas sorprenden por su talento al actuar, con las fallas normales que uno puede esperar de quienes no son actores de larga formación sino más bien que están dando sus primeros pasos, pero eso al público poco importó ya que lo que fueron a ver sobre las tablas eran más que intérpretes; eran madres, hijas, esposas, que por circunstancias de la vida están cumpliendo una codena pero que en ningún momento han perdido su condición de seres humanos, que viven y padecen e intentan con el teatro mostrar su talento y expresar sus ideas.

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No se puede hacer una crítica feroz sobre este montaje, que con algo de mayor tiempo de preparación y ensayo no tendría nada que envidiar a las puestas que ofrecen las salas del país, porque en los rostros de esos familiares está el orgullo y la alegría que busca como recompensa final todo actor, actriz al interpretar un personaje.

Tal vez, el «Regalo de van Gogh» no sea solamente su obra plástica ni su anecdótica vida, sino la posibilidad de que entre las rejas estén formándose las futuras generaciones de artistas que nuestras sociedades están necesitando, para no solo entretenernos, sino para hacernos reflexionar sobre lo que somos como seres humanos y cuál es nuestro rol en este mundo, o esa es mi Visión Particular.

Francisco Lizarazo

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