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«AYLLU»

Al entrar en la sala uno nota algo distinto; la ambientación no es la normal; las sillas están dispuestas no como tarima sino que asemejan a una sala de espera, una estación de metro o de tren.

Poco a poco vamos entrando y nos sentamos donde más nos parece, uno creería que está en la estación o en un vagón del tren y al aclimatarnos en las sillas de madera las luces se apagan y comienzan a aparecer vendedores ambulantes. Unos ofrecen ollas de barro o de metal, empanadas, o buscan unas monedas lustrando el calzado. El ambiente es de movimiento, de carrera, definitivamente estamos en una estación de tren, esperando que llegue o salga una larga hilera de vagones trayendo y llevando personas, mercancías… vida.


Luego todo queda en silencio y allí los vemos, son tres personas (dos mujeres y un hombre, hay algo distinto en él que no lo hace ver como un adulto). Hablan en quechua entre ellos pero de vez en cuando volvían a dialogar en español y entonces pudimos conocer que las mujeres son hermanas y que el hombre también es su hermano, pero – como dicen en Argentina – parece que le faltan cinco centavos para un peso, porque se comporta como un niño y habla en tercera persona al referirse a él mismo.


Se contentan al llegar el tren que los conducirá a un nuevo futuro y se suben con sus maletas, bolsas, enseres, buscando sus lugares y siguen conversando, lo que permite conocer que van desde la Puna hacia al ingenio Ledesma, donde al parecer hay trabajo, por la época de la caña, de la zafra. El trabajo es duro, hay calor en la zona, no como la brisa fresca de la Puna, pero es donde se puede conseguir dinero con el trabajo y hacia allá se dirigen.


Este grupo familiar es lo que se conoce como Ayllu – grupos ligados por vínculos de sangre y afines que conforman un núcleo de producción económica y distribución de los bienes de consumo – definición que viene de los Incas que adoptaron esta forma de organización como modelo de producción económica conservando el carácter colectivista de la tenencia de la tierra.

Desde la Revolución de 1952 en Bolivia, los ayllus se transformaron en comunidades y las haciendas agrícolas se convierten en organizaciones sindicales, las llamadas subcentrales.


Esta familia nos permite seguir conociéndola y así sabemos que está Teodora, alegre, bailarina y cantante, pero no por eso menos organizada ya que hasta para su velorio lo tiene organizado, incluyendo la lista alfabética de a quienes hay que avisar – o no – sobre el deceso, que estará acompañado de una estampita elaborada para la ocasión.


También está Celestina  – creo que es la hermana mayor – que de todo se queja y sufre, solo tiene ojos para su hermano menor y por el cuidado que le prodiga uno sabe que él no está muy bien. Ella parece seria, seca, pero no tenemos más elementos para saber si es su carácter o si es la vida que la ha llevado a ser dura.


Por último está Vicente que a pesar de su tamaño, su cerebro es el de un niño pequeño – de no más de 10 años – que siempre está pensando en jugar y en recordar las cosas que hacía el Vicente – como él mismo se llama – siendo un gran declamador y cantante al que nunca abandonan sus amigos imaginarios, con los que se divierte como si estuviera en la escuela celebrando una fiesta patria provincial, donde él es la estrella del acto.


La vida de estos tres seres, con sus sueños, tristezas, alegrías, nostalgias y esperanzas forman parte del espectáculo «Ayllu» una creación grupal que se presentó en LaMar EnCoche Multiespacio, en Jujuy, que dejó de lado su tradicional disposición de teatro a la italiana para ofrecer un espacio más envolvente a este montaje que ahora inicia, como el tren, un viaje de conocimiento y difusión.


En este vagón de vida – como si fueran una ayllu teatral – están subidos Flavia Molina (Teodora), Alicia Inocencia Brajeda (Celestina) y Bernardo Brunetti (Vicente), quien además es el director de esta pieza, mientras Iván Santos Vega asume la asistencia de dirección y la musicalización, sonorización y composición de obras electroacústicas son de Pato Ramos.


Resalta en este trabajo el rol activo que tiene el público ya que los actores se desplazan a lo largo del espacio, con dos escenario e interacción entre las sillas del público, lo que le da dinamismo al montaje y hace que el espectador tenga que variar su perspectiva visual y así no llega a cansarse al estar en las sillas de madera.


La relación familiar es muy importante en los textos escritos para esta obra y al decirlos, los actores nos permiten conocer los sentimientos de los integrantes de esta Ayllu y sus esperanzas al trasladarse – como unos nómadas – a una zona que no es la suya pero que como familia harán lo mejor posible por vivir con comodidad e integrarse a su entorno.


Hay poesía y mucho amor a la tierra, a los recuerdos, a la vida. Sin embargo, habría que darle una revisión a la palabra, al texto, para crear mayor dinamismo – que en algunos momentos se pierde – porque escenas como la de Vicente en el colegio o en las cartas del nono se hacen largas innecesariamente. Igualmente, el final, con la ropa en el suelo podría ser revisado porque le resta fuerza al desarrollo de la pieza. Afortunadamente, el viaje de Ayllu está comenzando y siempre hay tiempo para mirar el camino andado.


El juego de luces, la música, los movimientos en escena y las actuaciones nos evocan a unos seres sumidos en la nostalgia, en la angustia por lo desconocido, pero con la esperanza que todo lo que se haga con el apoyo de la familia tendrá un final feliz, y si no sucede, es porque aún el camino no ha llegado a su término, o esa es mi Visión Particular.

Francisco Lizarazo

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