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“Barbarita Manuela”: Mucho ruido y pocas nueces

«Mesié Walter organiza, supervisa y coordina los actos patrios de la pequeña patria de Cayo Tito: es difícil distinguir ensayo de realidad y algunos números fallan. Un ansioso don Zurita llega acompañado por las niñas Barbarita Manuela, quienes al ser expuestas al horror y temor devienen señoritas. La ganadora del concurso de bordado blanco y negro nunca llega a recibir su premio. Don Zurita pasa por un sinfín de emociones contradictorias ante un impávido Mesié Walter; secundado por Melena y el ‘Hombre Fuente’. Luego del baile patriótico las Barbaritas se rebelan abandonando a quienes las someten. El acto termina sin pena ni gloria y con poco para comer».


Cuando uno lee una sinopsis así piensa: ¡Waoo! aquí hay un texto atractivo y se imagina que la puesta en escena será algo de lo que se hablará por mucho tiempo, más cuando se pregona que es una obra teatral «dedicada a la lucha cotidiana de las mujeres de nuestro país».


Pero el refrán que menciona «del dicho al hecho hay mucho trecho» nunca estuvo mejor expresado como en este caso, donde las expectativas superan la realidad, porque la presentación de “Barbarita Manuela” obra escrita y dirigida por Renata Kulemeyer, que se presentó en el teatro El Pasillo, de Jujuy, no dejó de ser una buena idea, con un resultado lamentable, de ahí que se parafrasee a William Shakespeare en el título del post.


Vayamos por parte. El texto carece de una estructura dramática, o tal vez quiso abarcar mucho y perdió el control de sus ideas. Se le menciona como una obra para homenajear la lucha cotidiana de las mujeres y en el montaje quienes llevan la voz cantante son Saturnino Peñalva (Don Zurita) y Ariel Posse Varela (Mesié Walter) personajes que realmente demuestran su condición de misógenos buscando maltratar y someter a las mujeres. Los únicos personajes masculinos son los malos de la película, mientras que los personajes femeninos carecen de personalidad y son víctimas de los desmanes de Mesié y de Don Zurita, poniendo todo panorama solo en blanco y negro, sin los matices propios de la vida real.


Mesié parece un proxeneta «venido a menos» que intenta mantener un poder en el pueblo, sin que el espectador conozca de dónde sale tan poder, mientras intenta complacer con «favores sexuales» a Don Zurita, del que tampoco conocemos mucho de su historia y qué lo hace tener ese deseo de satisfacción con los «panecitos» que le ofrecen.


Luego están Natalia Castañares, Mónica Colqui, María Galán, Julia Suarez, y Mercedes Tarifa, que salvo el personaje de Melena, carece de parlamento o acciones definidas que culminan en un baile donde se «rebelan» de los sometedores, pero sin que exista una causa – efecto para esta acción que es intempestuosa y sin una resolución del conflicto que provoca el sometimiento al que son expuestas por el par de hombres, en complicidad con Malena, que demuestra su falta de su solidaridad con las otras mujeres.


Ser dramaturgo y director – como en el caso de Renata Kulemeyer – provoca que uno de los dos roles quede sometido al otro, generalmente afectando al director – y eso se ve en este montaje donde una concepción de la puesta en escena con una óptica de mayor libertar hubiera dado un resultado más atractivo al texto que juega entre el absurdo, el esperpento y la denuncia social, saliendo mal librada en los tres renglones.


Con varios de estrenada, “Barbarita Manuela”, que cuenta con un subsidio del Instituto Nacional del Teatro y el auspicio de la Ong. Juanita Moro, pudiera dejar una reflexión mucho más fuerte en el público si se trabajan los textos con mayor profundidad y se entrega la dirección a otra persona que puede aportar elementos ricos en escena que pongan de relieve los sentimientos que quiere transmitir la dramaturga.


Las «Barbaritas Manuelas», que presumo son las mujeres que en escena son víctimas de humillación y maltrato, pierden su inocencia mientras denuncian en un grito final (abandonando la escena del baile) aquello que les duele como mujeres y que para otros puede ser visto como algo normal de la vida.


Cuando el dramaturgo escribe para el público debe dejar un mensaje que no tenga interpretaciones, más cuando se trata de un tema con tantos matices como la defensa de las mujeres – aunque siempre será el público el que tenga la última palabra – pero en este obra la reflexión se perdió en el camino o el rol de dramaturgo/directo no permitió tener una lectura más diversa que dejara en el espectador una idea clara y concreta que al salir sintiera la necesidad de ser factor de un cambio, comenzando desde el individuo, o esa es mi Visión Particular.

Francisco Lizarazo

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