Los caminos de la vida,
no son los que yo esperaba,
no son los que yo creía,
no son los que imaginaba
Los caminos de la vida – Vicentico
Mientras más asisto al llamado infantil más me doy cuenta que las obras son más para los padres y una excusa para que los hijos enseñen a los adultos cosas que ellos tienen claras, mientras que los mayores no las tenemos tanto.
Las fronteras no son más que invenciones de los adultos, mientras que para los niños qué importa si aquellos son redondos y los otros rayas, lo importante es uno como persona y no las convenciones sociales.
Los adultos crean problemas donde no los hay, establecen fronteras que son más conflictos que otra cosa, son límites con los que establecemos las relaciones entre los seres humanos, la vida, la naturaleza y no nos sentamos a dirimir nuestros problemas como personas civilizadas, o ¿es que no lo somos? A veces uno duda de esto último, aunque los niños no saben estas diferencias. En un momento están bravos entre ellos y a los 5 minutos ya comparten la merienda,
Este concepto de la inexistencia de las fronteras en temas importantes puede no ser algo que los adultos entiendan y comprenda, por eso es que los pequeños llevaron a sus padres a ver «Los caminos invisibles» una obra de teatro de Silvina Reinaudi, que está de gira en una producción del Teatro Nacional Cervantes, permitió a Ema Fernández Peyla (Rayas) y Sandra Antman (Lunares), estar en Jujuy, en el Centro Cultural Héctor Tizón para contarnos la historia donde las rayas y los círculos se cierran ante la posibilidad de buscar nuevos caminos de unión y tiene que ser un títere/niño el que nos recuerda la belleza de la vida compartida, sin límites y en unión de los otros seres humanos
Ellas son irreconciliables, están a cada lado del bando opuesto y para remarcarlo tienen mesas con sus respectivos distintivos (rayas y lunares) y un letrero que anuncia en qué dirección se va a cada sector. No hay caminos intermedios, la reconciliación no es factible. Son de mentalidad cerrada. Disputan el espacio en lugar de compartirlo.
Pero surge Pepo, producto de una mezcla de lunares y rayas, por eso él dice «yo soy yo» y quiere buscar su propio camino. Pero está claro en su lista de necesidades: un perro, ¿qué niño no quiere tener uno que sea su compañero inseparable, su fiel amigo? Así surge Salchicho, azul, orejón, juguetón y defensor de Pepo. También en la lista del niño está tener un monstruo, aunque esto podríamos eliminarlo de la lista: una amiga porque siempre tenemos que tener a alguien cercano, más allá de nuestros padres y nuestra mascota. Ella será Fifinita, una niña hecha con dibujitos y retazos que se siente excluida y solitaria, pero a la que Pepo ayudará a ser feliz sabiendo que es única.
Pepo está claro en que por su condición de único debe seguir su propio camino, aunque los padres no entiendan eso, porque ¿qué padre quiere que sus hijos tomen caminos insospechados y que puedan llevarlos a peligros desconocidos? Pero la vida es así y nadie aprende en cuerpo ajeno, todos debemos buscar nuestro destino.
Pero por si todo esto fuera poco en la vida de este títere, él tiene un acertijo que descifrar «algo que está en una de las orillas del río» y él decide que debe encontrar la solución, aunque primero deberá conseguir el río y esto le llevará por caminos donde encontrará amigos y seres intransigentes que creen más en los límites y las prohibiciones que en la unión y fraternidad. Estos son el Capitán y el General, muñecos militares que autoritarios que no entienden que Pepo no es de “los unos” ni de “los otros”.
Al final, Pepo regresa al hogar y sin querer descubrirá que el acertijo de su vida no estaba lejos, no había caminos nuevos que descubrir, todo estaba en la familia, al otro lado del río (como diría Jorge Drexler) y que no hay lugar como el hogar, recordando a Dorothy del Mago de Oz. La situación se resuelve, logrando que rayas y lunares se pongan en el lugar del otro y comprendan la necesidad de colaborar, de reconciliarse y de vivir como una sola especie que sufre, padece y siente.
Silvina Reinaudi propone un texto sencillo, lleno de imágenes que nos asocian a la realidad de todos los días y que entre juegos y risas educa a los padres, para evitar que se olviden que fueron niños, mientras que a los niños les recuerda la importancia de ser quienes son y que no deben ser más que ellos mismos.
Tanto Ema como Sandra nos recuerdan a nuestra propias madres, tías, hermanas mayores, que quieren lo mejor para nosotros y deben dejarnos buscar nuestro camino, así eso signifique abandonar el hogar y hacer las paces en medio de desencuentros que se remontan a generaciones y que ya son más un hábito que una realidad.
Ambas actrices demuestran no solo una vena para la comedia y la gestualidad, sino el sentimiento materno por ese muñeco que se roba la risa de todos los presentes. La dirección de Mariano Cossa le da fluidez al texto y ofrece una mezcla creativa entre los personajes en vivo con los títeres, creados por Gloria Díaz, logrando que los chicos se diviertan con los personajes y haciendo que los adultos reflexionen y agradezcan a sus hijos por haberlos llevado al teatro para pasar un tiempo de calidad familiar y recordar que los caminos solo son opciones para mejorar y que no deben ser límites ni fronteras de nuestra vida, o esa es mi Visión Particular.
Francisco Lizarazo
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