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El elefante psicoanalista

Un mango con consuelo y esperanza para los hermanos de Venezuela


En el pasillo de una clínica, un paciente está pateando enfurecido a la máquina de dulces. Al no poder conseguir ninguno, se rinde y se tira al suelo llorando.

     Un hombre al pasar le ofrece la mano y éste agotado por la rabieta permite que lo levante mientras juntos caminan hacia las bancas de espera. El hombre le pregunta:

-Pero, ¿Qué le pasa? Ponerse así por un dulce… Eso sí, que es una rabieta.

– No, no es por el dulce, mi amigo, es que me volvieron a echar de la sesión grupal. No es la primera vez que desespero a mis compañeros y ahora me pidieron que me fuera.

     El hombre podía ver la desesperación del otro. Realmente necesitaba hablar con alguien. Entonces, prestó oídos y se quedó sentado haciéndole compañía con una actitud atenta. Resultó que éste sesionaba en la terapia desde hacía años y cuando le tocaba hablar siempre repetía lo mismo: “Mi vaca no da leche”.

      A primera oreja parecía un caso gracioso, pero comprendió que para el hombre que estaba sentado a su lado esa pequeñez era todo su Universo y por ende, respetable.


      La vida de una persona alrededor de una vaca. Si la vaca no daba leche, entonces, él no comía, ya que era su única fuente de ingresos. Sin embargo, si la vaca daba leche, era poca para todo lo que ya debía. Era un problema enorme mientras que para el grupo de terapia era incomprensible la preocupación de este campesino que se mantenía a salvo de las garras del alcohol solamente por la motivación o por la desgracia que le causaba el animal, cuando para ellos estar sobrio era la fundamentación de su existencia.

-¿Ha intentado hablar de otro tema en terapia?- Le dijo con reservas.

– Sí, lo he intentado, pero no puedo. Todos los días la vaca es mi preocupación. Ellos no lo entienden porque muchos tienen estudios, tienen trabajo, tienen amigos, pero yo solo tengo a esta vaca, y al parecer ya los desesperé…

-Entiendo. ¿Cuánto tiempo lleva sin beber?

– Cinco años.

– ¿Y desde entonces tiene la vaca?

– Sí, entré al grupo justo el día que me la regaló un hijo. Desde entonces, la cuido, la ordeño, la llevo a pastar y así se me ha ido el tiempo.

– Comprendo, ¿Por qué no cambia de grupo?

– Lo intentaría, pero me doy cuenta que no importa el grupo sino que mi plática es la que fastidia. No son los únicos. En mi pueblo no hablo con nadie porque todos me sacan la vuelta, pero no puedo evitarlo. Por ejemplo, en este instante ya estoy preocupado porque la vaca hoy no dio leche y me vine caminando 25 kms, los mismos que serán de regreso, sin terapia, sin consuelo y llegaré a recoger a la vaca que dejé pastando a dos kms de la casa. En total, caminaré 54 kms,  sin bocado, sin leche, sin ganancia porque la única que me quedaba, la gasté en la máquina y ésta se la tragó.

     El hombre estaba realmente acongojado, lejos de sentirse mal se sentía rechazado, pero  era evidente que la preocupación por la vaca era real. La vaca representaba toda su idea de opulencia, de pertenencia y hasta en cierta manera su sobriedad, pues bien dicen que “mantenerse ocupado, siempre distrae las malas mañas”.

     Entonces, el hombre de la clínica se dispuso a contarle una vieja historia:

– Mire mi amigo, si usted quiere preocuparse por su vaca, hágalo. Es libre de ocuparse y preocuparse por lo que

usted más quiera. Sin embargo, un elefante come 250 kg de pastura diario y le aseguro que no le preocupa si la encuentra o no. Él sabe que es la cantidad que debe comer diariamente y no está angustiado si al otro día encuentra o no, la hierba. Sabe que cómo sea ahí estará, si no hay, la buscará y de cualquier forma comerá.  Si una bestia con mínima inteligencia puede vivir lejos de la preocupación y la angustia, entonces nosotros tenemos la obligación de hacerlo.

       Los hombres se quedaron callados un momento. Parecía que en el silencio vive el consuelo y en ese segundo el ángel de la sabiduría había pasado entre los dos dándoles la oportunidad de sonreírse.

     El campesino le agradeció infinitamente la escucha, la compañía y se despidió. El otro hombre caminó sobre el pasillo de la clínica hasta topar con una puerta de intendencia. Resultaba ser el afanador de ese lugar y si bien era cierto que con nulos estudios de psicología había consolado el alma de su paciente accidental, también era cierto que le había realizado una limpieza mental profunda.

    A veces, encontramos la sabiduría disfrazada en quien uno menos espera. Otras veces, los que se hacen llamar: “técnicos de la mente”, “curadores de almas” o “compañeros de enfermedad” tienen tan baja tolerancia  que ensimismados por conceptos dejan de ser consuelo para aquél que busca unos minutos de atención y desahogo para seguir con su diario a vivir. Muchas otras, las crisis económicas exterminan nuestra inventiva para buscar la pastura diaria y con un poco de presión nos volvemos la ansiedad y la preocupación en dos piernas arrastrándonos por la sabana más devastada, porque al menos yo nunca he visto a un elefante preocupado por no comer.   

Tania Castillo Ponce

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