Cinco hombres con nombres de animales: el Mono (Saturnino Peñalva), la Cabra (Rodolfo Pacheco), el Tucán (Gustavo Ramírez), la Hiena (Ariel Posse Varela) y el Pescado (Joaquín Ramos) son trabajadores de un taller, de ¿qué? poco importa – aunque parece ser que lo de ellos son los motores del ferrocarril y se sienten orgullosos de su oficio – pero lo que en realidad tiene relevancia es que ellos cada noche entran a un «cuarto» donde se transforman en verdaderas bestias sedientas de violencia y sexo.
Ellos son los protagonistas de ‘Quería taparla con algo’ – obra de teatro basada en el cuento de Jorge Accame – que nuevamente subió al escenario de la mano de Producciones La Vuelta del Siglo en el teatro El Pasillo de Jujuy.
A este grupo de malvivientes se une “Loca” (Sarita Pérez), el objeto del deseo de las bestias, la que desencadena las acciones violentas, como lo hiciera Helena en la Guerra de Troya, solo que esta vez, la mujer es ajena a lo que desencadena, ella solo quiere ser una virgen, declamar versos y que la dejen en paz.
La obra, dirigida por Rodolfo Pacheco, fue estrenada en el 2014 y continúa en cartelera desde ese entonces, es oscura, no solo por el tema que trata – las miserias humanas y el deseo carnal sin importarle los deseos de los otros – sino que el ambiente es lúgubre, sórdido, mal iluminado, con personajes grasientos, sudorosos, que si bien toman mate y conversan sobre sus actividades diarias, constantemente ese están lavando – tal vez para quitarse la podredumbre humana que llevan encima o ese sentimiento de culpa por sus viles acciones, no solo con esta «loca» sino con otras porque esta no es la primera vez que violan a una mujer indefensa y, por lo que se ve, tampoco será la última ocasión en que lo hagan.
La única luz dentro de esta jauría humana – no animal porque los animales no llegarían a estos actos – pareciera ser la de Tucán, quien no quiere ser parte de esta violación colectiva pues se identifica con la “loca», ya que él tiene una hija con un desorden mental. Al igual que en el reino animal, entre estos hombres hay una jerarquía, siendo el mono el que está en primer lugar de la escala de antivalores de este grupo de desalmados.
Las palabras van y vienen, todas acompañadas de acciones físicas para ver quién se impone y viola a la joven. Son animales de presa que no temen ni les importa nada, solo quieren coger, satisfacer sus instintos primarios, sea con una nuiña, una mujer, una vieja, pero teniendo como principio la doble moral: la madre y las hermanas son intocables y de ellas no se puede hablar.
En las primeras escaramuzas el Tucán logra imponerse, pero el Mono reta al apodado como ave para que enfrente a la Cabra para dirimir el futuro de la chica. No es difícil entender el apodo del hombre pues en sus acciones y en la descripción que hacen sus compañeros de trabajo se nota que el personaje está bastante más allá de los cabales normales, si es que alguien puede considerarse normal en ese ambiente de trabajo.
Llega el momento de la lucha, que se desarrolla en medio de los gritos de los trabajadores, entre sobras y contraluces, con dos hombres desnudos y en ropa interior que buscan vencer al otro. Uno quiere salvar la vida de la joven discapacitada, mientras que el otro quiere triunfar por la promesa del Mono de interceder ante el patrón para que regrese del aislamiento que tiene en la Siberia, donde el frio y la soledad hacen mella en la mentalidad de cualquiera.
Al final triunfa la cordura y Tucán se erige como vencedor de esta afrenta a la condición humana, pero como las bestias rara vez acatan las reglas establecidas, el resto de los animales de dos patas acaba con la vida del hombre – ave y se quedan con la presa. Mientras las luces se van apagando la «loca» es víctima de los bajos instintos de estos seres despreciables sin moral, porque para el Mono «El mundo es una mierda… ¿y por eso vamos a dejar de coger?»
Es imposible sentir empatía por estos personajes, solo se puede llegar a sentir lastima por la víctima de una situación que no buscó y que a nadie se le debería desear. Por eso, el aplauso final es para los actores – no para los personajes – por el trabajo que demuestran en escena, su compromiso con el oficio y mientras nuevamente se apagan las luces y los actores vuelves a ser seres humanos, uno como espectador se pregunta qué pasaría si no tuviéramos valores familiares, que cada día pareciera ir desapareciendo de nuestros hogares, dando paso a una lucha por la supervivencia personal sin importar a quién nos llevemos por delante.
El trabajo de producción se completa con la técnica de Julia Suárez, la música en vivo de Juan Muñoz, diseño gráfico de Rodrigo Moltoni, la fotografía de Ariel Posse Varela, en maquillaje está Noemí Salerno.
El teatro busca, entre otras cosas, que el espectador confronte sus realidades, haga preguntas, cuestione y “Quería taparla con algo” debe movernos a pensar y a actuar para lograr tener un mundo mejor, más “vivible”, o esa es mi Visión Particular.
Francisco Lizarazo
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