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Fausto es un clown

El Diablo – que más sabe por viejo que por su condición mefistofélica – tienta al viejo Fausto para que le venda su alma mortal a cambio de una juventud deseada que le permita conquistar a la bella Margarita. Al final suceden cosas que solamente se pueden descubrir en la obra «Faust» de Johann Wolfgang von Goethe.


Pero ¿qué sucede cuando la obra del alemán Goethe es tomada por el circo criollo para divertir a grandes y pequeños a lo largo y ancho de un país como Argentina?. La respuesta es sencilla: el teatro se enriquece y gana más espectadores.


En los tiempos isabelinos se le deseaba a los actores «mucha mierda» porque según cuentan las crónicas, en la medida en que mayor excremento de caballos había frente a un teatro eso significaba que más espectadores estaban en la sala viendo una obra. Eso ha llegado hasta nuestro días, por eso es normal escuchar que se le desee la mayor cantidad de heces fecales a los actores el día del estreno.


Hoy en día no es necesario ver una gran cantidad de excremento para saber si una obra tiene público… En realidad hoy no se sabe  – creo que antes tampoco – la  fórmula para saber si una obra será un éxito, pero ciertamente en esta receta se debe incluir el talento, la adaptación de los actores  al público y a las condiciones en que se presenta una obra.


El circo criollo es – por definición –  «un espectáculo coreográfico y de creación colectiva que surgió en la Escuela de Danzas de Bahía Blanca» y narra «a través del arte en general y la danza en particular, las vivencias gauchescas y bailes tradicionales, buscando despertar el interés por la indagación de nuestros saberes culturales, el acercamiento y reconocimiento de nuestro patrimonio cultural». 


Tan argentino es el circo criollo  como puede ser el mate o el asado y sigue tan actual como en sus inicios, aunque ahora se reemplazan las vivencias gauchescas y bailes tradicionales por temas universales como el bien y el mal.


El Teatro Nacional Cervantes recurre al circo criollo – donde los clowns o payasos tienen un rol protagónico – para recorren el país con el espectáculo «El Fausto criollo», dentro del plan «El Cervantes por los caminos», que apuesta al talento nacional con una propuesta familiar basada en la pieza de Goethe. eso sí, con la propuesta y los códigos de los clown, porque ellos son seres y personajes que a todos encantan y nadie se puede resistir a verlos parta disfrutar en familia en este siglo XXI.


Ellos tienen ya 4 años viajando con esta obra, que por fortuna estuvo varios días recorriendo Jujuy, para mostrar cómo cinco actores pueden llevar adelante un clásico de la literatura universal, sin recurrir a los chistes baratos, ni a mujeres semidesnudas para lograr un espectáculo de calidad.


Con solo un telón de fondo, que facilita el traslado de la pieza a distintos puntos de la República, las actuaciones de Luciano Medina (Fausto/Mondiola), Mercedes Di Napoli (con varios personajes),  Martín Bontempo (Margarita), Franco Moix (Presentador /Mefisto) y Germán Zita demuestran que no se necesitan grandes artilugios para entretener y que solamente el talento, la voz junto a la capacidad de entregarse al público son necesarios para entrar en empatía con quienes observamos desde la platea.


«El Fausto criollo» es una versión humorística de Claudio Gallardou, quien se basó en el libro Fausto, Impresiones del gaucho Anastacio el Pollo en la representación de la Ópera (1866) de Estanislao del Campo, para con la dirección de Marcos «bicho» Gómez crear este entretenimiento para chicos y grandes.


El oficio actoral en este montaje se nota cuando los intérpretes son capaces de responder ante los comentarios espontáneos de los niños y pueden entrar en comunicación con ellos, sin perder la esencia de la obra. Además, se nota que ellos se adaptan al especio y lo utilizan a su favor para interrelacionar con el público y – al ser un circo – utilizan la música y los actos de malabares como parte de las rutinas propias de los payasos.


El presentador del circo es también asume la personificación del diablo y él reparte el resto de los personajes, a lo que todos quedan contentos, a excepción de  quien deberá asumir las características de la bella Margarita, un papel que en nada lo favorece, pero así es el teatro. Hay que asumir papeles que no van con nosotros y salir airosos. 


Con la estética del clown, que mezcla música, humor,  mucha simpatía y dulzura al decir los textos, este montaje permite a los espectadores romper esa distancia teatral y estar muy cerca de los protagonistas, quienes también pueden interactuar  con complicidad.


Los diversos capítulos en que está dividida la obra es también un elemento más del divertimento, ya que se recurre a un narrador – tipo Les Luthiers – que arranca carcajadas por su errónea interpretación – intencional obviamente – al leer el idioma de Goethe.


Al final, nadie sale perjudicado, el bien triunfa y el diablo recibe su merecido gracias  a una voz en off (Alfredo Alcón) que lo condena a cambiar su profesión por una diametralmente opuesta… un ángel. Luego de esto, llega el momento de los aplausos de pie, que son la mejor recompensa para un actor y ellos 5 lo merecen, una y otra vez. 


Durante espacio de unos 50 minutos las actuaciones nos atrapan, nos hacen querer ver más de ellos y al final quedamos satisfechos, pero diciendo – como en aquel viejo comercial – ¡quiero más!


Aunque son cinco los actores los que vemos en escena, una producción nunca es lo que parece ser y en este caso, el crew (equipo técnico) lo componen en las máscaras: Soledad Argañaraz; en la adaptación de escenografía y vestuario: Romina Mengarelli;  el diseño gráfico es de Verónica DuhAna Dulce Collados. La fotografía es de Gustavo Gorrini y Mauricio Cáceres, mientras que la asistencia de dirección es de Melania Barreiros y el director asistente es Gabriel Rovito.


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Las canciones tienen letra de Claudio Gallardou, algunas basadas en textos de Estanislao del Campo, con una producción por parte del Teatro Nacional cervantes de Lucero Margulis y la producción en gira es de Alejandro Bontas.


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En Jujuy, esta obra del programa «El Cervantes por los caminos» visitó la Casa «Macedonio Graz» (de donde son las imágenes), la plaza «Ricardo Vilca», el centro cultural Héctor Tizón, y las localidades de Purmamarca, Humahuaca, Yala y Palpalá, porque como lo mencionan en el programa de mano, la intención de este programa es lograr «extensas giras organizadas para llevar un espectáculo a localidades y pequeñas poblaciones del país que están fuera del circuito habitual de giras o que no cuentan con infraestructura», lo que realmente se debe agradecer por el beneficio de atraer más espectadores al quehacer teatral, beneficiando así también a las producciones locales.


Aunque en el 2016 el teatro en Jujuy no ha tenido un gran despliegue de obras locales, cada vez que alguna compañía visita la provincia debe verse como una nueva oportunidad de apreciar y apropiarse del trabajo que se está haciendo en otras localidades para confrontarlo con las producciones locales y ver qué estamos haciendo en Jujuy, qué nos falta por hacer y – sobre todo – enseñarle al público jujeño que apoyar la producción independiente es tan importante  – o más – como asistir al teatro llamado comercial,  que solamente deja un momento de entretenimiento, mientras que lo provincial es una expresión de quiénes somos y eso merece un gran reconocimiento, o esa es mi Visión Particular.

Francisco Lizarazo

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