”No les voy a contar ni a explicar Hamlet. Voy a hacer un ritual, pequeñas ceremonias para enfrentar a la muerte, mirarla a los ojos. Hamlet me ayuda”.
Con esta sentencia inicia Rodolfo Pacheco su viaje para que el espectador recorra con él las relaciones humanas, principalmente las afectivas y mediante una «ceremonia» que es el teatro seremos testigos de los sentimientos hacia la madre, hacia la vida, y hacia los seres humanos que se dejan oprimir por el poder, todo en nombre de «Bailemos sobre las cenizas, Hamlet», obra de teatro que recientemente se estrenó en Jujuy.
En la nueva sala del teatro El Pasillo, este actor y director jujeño escenificó el texto escrito por Elena Bossi, quien toma la conocida historia de Hamlet para hacer una versión muy libre que lleva a Pacheco y a los espectadores por laberintos de la realidad mezclada con textos de la obra de William Shakespeare, donde no se sabe si el personaje está loco o sufre de una extrema lucidez al atacar a su familia, pero principalmente, al confrontar a la madre ávida e inescrupulosa por el poder.
Este es un unipersonal dirigido por Ricardo Arias, intercambiando ahora los roles porque Pacheco dirigió a Arias en Vals desesperado, demostrando que todo es relativo en el teatro y que hoy se puede dirigir a quien hizo esa labor antes con nosotros. Esa dualidad está también presente en este montaje, porque a veces Pacheco es un Hamlet maduro, aunque el protagonista de la obra de Shakespeare murió joven, y a ratos es el propio actor recordándonos que él no es Hamlet. Es que los personajes del dramaturgo inglés dan para eso y más – de ahí su trascendencia en el tiempo – siempre podemos tomar algún texto o personaje y adaptarlo a una situación personal o grupal.
Ataviado como si estuviera en una fiesta importante, con un traje oscuro y camisa blanca, este personaje que no tiene nombre – y que en ocasiones llega a quitarse los zapatos – se vale de Hamlet para hablar de la muerte y nos va ofreciendo pequeños rituales, como tomar una pequeña caja y abrirla sacando objetos que coloca como en una mesa de gala, mientras dice largos textos de reflexión sobre la ambición de la madre viuda que se casa con el hermano del difunto marido, todo por mantener el poder terrenal, porque el del cielo lo perdió hace mucho.
Momentos de la obra escrita por Shakespeare se entrecruzan con la historia del personaje que interpreta la obra, y todo se mezcla con la vida real del actor, para crear un juego escénico donde los legados paternos, la cultura y la sociedad frente producen enfrentamientos internos, de los que todos en alguna oportunidad hemos sido víctimas.
El personaje mira a la muerte con los ojos del cadáver del padre de Hamlet, llegando a cubrir sus párpados con monedas, para poder pagar su pasaje a Caronte (una moneda), que era el barquero que cruzaba a los muertos por la laguna Estigia, aunque algunos menciona que realmente se usaban para evitar que se abrieran los ojos del muerto, porque hay una creencia de que si a un difunto éstos le quedan abiertos, pronto le seguirá un familiar o conocido, nuevamente… una dualidad.
El estreno de la obra fue realmente cálido, no solo por el público asistente, sino porque la sala – que aún tiene detalles por culminar – no tenía ventilación y público y actor se sintieron realmente en el infierno de Dante, por el calor del espacio, incrementado por las luces de la obra, lo que le dio al espectáculo una sensación de sopor y alta temperatura que marcaba – aún más – el texto- muy bien dicho, por ciento – interpretado por Pacheco.
Este Hamlet no es el personaje salido de la mente del dramaturgo inglés, es un sobreviviente a la tragedia que puede dar cuenta como un juez de las acciones de los otros personajes, del legado de padres y madres, de su influencia en los hijos, y como estas acciones repercuten en las acciones futuras de los descendientes y sus relaciones – como con Ofelia, que finalmente enloquece y se ahoga en un río cuando le hacen creer que Hamlet asesina a su padre.
A diferencia de Edipo, quien desencadena la tragedia por sus emociones y sentimientos hacia la madre, este Hamlet acusa a su madre (la reina) de ser la organizadora de todo el mal que se desarrolla en torno a sus vidas y que genera tanto caos y muertes a su alrededor, exorcizando así el demonio de la progenitora que le sigue a través de la historia.
«Bailemos sobre las cenizas, Hamlet» comienza su recorrido por diversos escenarios tanto de Jujuy como de otras provincias de Argentina por lo que aún están a tiempo de «revisar» algunos aspectos del montaje, referidos – principalmente – a las acciones porque el texto es tan extenso que en algunos momentos necesita estar acompañado de más acciones, sutiles, mínimas, que enfaticen una palabra, un concepto, porque a veces el texto es denso, my conceptual, pero la actuación de Pacheco es sólida, junto a la dirección, por lo que estos cambios no deben ser más que apuntes para destacar, resaltar, enfatizar o suavizar la intensidad del texto de Bossi.
¿Un clásico puede tener un final distinto al imaginado por su autor? pareciera que sí si nos atenemos a lo plateado por Bossi, Arias y Pacheco, porque este Hamlet no muere, sino que – calavera en mano – se siente en la libertad de juzgar, de enfrentar sus temores, sus fantasmas, con la posibilidad de pedir perdón por sus muertos y nos invita a que «Bailemos sobre las cenizas» sobre tanta historia memorizada y masticada para reflexionar sobre la verdadera importancia de la familia, sus legados, su herencia y lo que dejan en sus hijos una vez que desaparecen de este plano.
El teatro no es solo divertimento o denuncia social, también es un espacio para la introspección, para ver dentro de nosotros cuáles son nuestros complejos, miedos, complejos, influencias para poder enfrentar esos «muertos» que todos llevamos y de los que debemos saber enfrentar para terminar «bailando» sobre las cenizas de lo que en su momento nos produjo algún malestar, o esa es mi Visión Particular.
Francisco Lizarazo
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