“Nadie en Lavilledieu volvió a verlo. Decían que se la pasaba sentado en la orilla de un lago, en su jardín, rodeado de limoneros y de olivos. Algunos creían que se había vuelto loco, otros, que se había vuelto santo”.
A un pequeño poblado francés, en los años 50 con gente recatada y devota que asiste puntualmente a la iglesia, buenos modales,
corrección, y muchas apariencias, llega un viento «picaro» que trae a dos viajeras consigo, y ello desencadenará el conflicto. Ellas son: Vianne (la protagonista) y su hija Anouk. Ambas vienen desde lejos envueltas y encapuchadas en sus idénticas capas rojas, como dos caperucitas. La primera es madre soltera, desprejuiciada, audaz, y llega dispuesta a abrir una chocolatería. La segunda habla con un canguro imaginario que, al igual que ella, está cansado de deambular por el mundo.
Este sutil relato es la sinopsis de la película «Chocolate» del año 2000, con Juliette Binoche, Johnny Depp, Lena Olin, una película – de Lasse Hallström – que habla de un viaje, de lo que se encuentra al llegar a un destino y cómo todo puede cambiar en un abrir y cerrar de ojos, o tal vez con el paso del tiempo, dependiendo de quién sea el que cambia.
Y si de viajes que cambian historias de los lugares donde llegan los protagonistas y sus propias existencias, uno no puede dejar de pensar o de mencionar El viaje de Hervé, que llegó al teatro de Jujuy gracias de la mano de la Compañía Ladrones de Quinotos, de Buenos Aires.
Al igual que en la película Chocolate, el protagonista de esta historia teatral, basada libremente en la novela corta Seda – de Alessandro Baricco – llega a Lavilledieu (a mediados de 1800) para revolucionar al pueblo, ya no con chocolate, sino con la posibilidad de desarrollar la industria textil de la seda, mediante los huevos de los gusanos de seda.
De inmediato – como si fuera espuma – el negocio crece, florece, Hervé se vuelve importante, rico, famoso… hasta que… la plaga llega y con ello la muerte del negocio, hasta que a los oídos de nuestro protagonista llegan noticias de nuevos huevos de gusano, provenientes esta vez de una apartada isla en Japón donde la plaga no ha hecho estragos.
Con la idea de seguir el negocio de la seda, Hervé emprende un viaje de meses para llegar a esta isla que garantice el desarrollo de la industria. Pero como el hombre propone y Dios, el Diablo o las mujeres disponen, las aventuras de la travesía serán mucho más importantes y vitales en la vida del hombre, que sufrirá un cambio para no volver a ser el mismo.
Si bien en esa isla Hervé consiguió los más hermosos gusanos de seda, lo cierto es que también encontró un tesoro mucho más preciado. Ese recorrido de ida y vuelta, de la vida que viaja, es lo que Rita González, como Madame Blanche; Gerardo Porión, como Baldabiou, junto a la música en vivo de Maximiliano Cánepa, nos cuentan en la obra El viaje de Hervé, dirigida por Bruno Luciani, quien además escribió la adaptación libre. Esta obra se presentó en Jujuy en el marco del Festival Internacional de Teatro Escenas al Norte.
Originalmente esta función estaba prevista para el Cine Teatro Select, pero por razones que desconozco y que debo agradecer, se debió trasladar a la Casa Museo Macedonio Graz, donde la atmosfera abierta, entre flores, cielo estrellado y un agradable clima entre frio y cálido fue el escenario perfecto para contar esta historia como si fuera el relato de dos amantes que se susurran anécdotas, mimos y complicidades, que solo ellos han vivido y que despiertan cierta envidia en los espectadores, por el amor que hay en las palabras, los gestos, la música.
La crónica del viaje de este joven comerciante de seda francés cobra vida gracias a las manos de Porión mediante un pequeño Hervé, delgado, esbelto, simple, con manos grandes y pies pequeños, que nos muestra la travesía desde Francia a Japón, el encuentro con la misteriosa dama, una hermosa y gran geisha – en comparación al tamaño de Hervé – el amor que surge entre ellos, aunque ella esté prohibida para el occidental.
En este ir y venir entre la fantasía del relato, uno ve a dos amantes que se cuentan secretos, que se ríen de la vida, como si fuera teatro dentro del teatro y los espectadores, junto a los ritmos de la música – uy de un perro que decidió acercarse al escenario/jardín – somos cómplices de esta historia que uno espera tenga final feliz, pese a que la realidad dista mucho de los buenos deseos.
En aquel patio de la Casa Museo ese títere que no tiene ojos ni boca y en su rostro no hay expresión, se suceden sensaciones, se encuentran sentimientos se intercambian cartas, mientras el relato de esta historia de amor cala en quienes sentados participan en esta historia de narración oral, que nos reúne al calor de la noche, para llenarnos de ensueño y nostalgia por aquellos cuentos que escuchábamos de niños.
En la propuesta de Luciani no hay gritos, no hay sobresaltos, todo fluye como en un susurro, la música acompaña, nunca protagoniza, porque para ello está Hervé y su geisha, su historia, su encuentro y desencuentro.
La anécdota del amor es una excusa para hablar de la vida, de los sueños, de los deseos, de los vaivenes de la vida y de la posibilidad de que «más allá de los madres aún existan dragones» como decía Meryl Streep al final de «África Mía» como un recordatorio de que no importa cómo nos trate la vida, porque lo resaltante es cómo tratamos nosotros a la vida. Por eso, el protagonista se aleja y vive en su jardín, recordando aquello que tuvo y que perdió – para bien y para mal – pero así es la vida, a veces se gana otras se pierde y se añora.
Completan el equipo de producción de El viaje de Hervé, Valeria Narváez en la coreografía; en la música original, Mariano Pirato Mazza; la escenografía y el vestuario son de Isabel Gual; el maquillaje es de Luli Fleiss; Daniela Pafundi hace la foto postal, mientras que Hernán Paulos es el encargado de la fotografía, y la asistencia de dirección es de Rocío Gómez Cantero.
El público recorre el mundo, va y regresa, ha soñado y despertado para culminar la función en un sonoro aplauso por ese pequeño Hervé, por su historia, por Rita González y Gerardo Porión que ponen la piel y el cuerpo para hacernos volar. A Maximiliano Cánepa porque con sus notas musicales nos hizo el viaje más placentero, y a Bruno Luciani por hacernos olvidar, al menos temporalmente, de los problemas diarios y envolvernos con la magia de la historia creada por Baricco, porque ya sea el chocolate o la seda, el amor es una fuerza que todos entendemos y queremos, ya sea para volvernos locos o santos, o esa es mi Visión Particular de esta pieza teatral.
Francisco Lizarazo
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