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Humor y drama para olvidar los ismos


Creer en la posibilidad de una sociedad más justa, es una labor noble y que nos debería servir de apoyo y de meta en la vida. Pero ¿qué pasa cuando la realidad supera dura toda conciencia social y comenzamos a mezclar la fantasía con el acontecer diario?

Dos personajes no ven salida a su condición económica, y se refugian en sus ideales, para seguir adelante.

Esta mezcla de la realidad y la ficción es de lo que nos habla la venezolana Gennys Pérez en su obra «Yo soy Carlos Marx» que en estos días vuelve a subir a las tablas – para su segunda temporada – en la ciudad de México con la dirección de Ylia O. Pospesku. La obra, se presenta en el en el Teatro Coyoacán (rebautizado “Enrique Lizalde”) todos los miércoles a las 20:30 horas.


La obra transcurre entre la ficción y la realidad, entre el juego de una pareja con ideales y la lucha diaria por sobrevivir.

Gennys Pérez se vale de las figuras de Carlos Marx y Jenny von Westphalen para mostrarnos el fracaso del Marxismo con un padre de este sistema desencantado de que muchos ni siquiera han leído el «Capital» y se llaman marxistas – cuando en realidad son más burgueses que los mismos capitalistas – la segunda parte de la obra muestra la realidad de Carlos Márquez y Jenny Castro quienes tuvieron un sueño filosófico en Paris de ser agentes de cambio de la izquierda comprometida, y terminaron viviendo en una alcantarilla.


Entre el humor y la tragedia, Teresa Selma – quien asume el doble papel de la esposa de Karl Marx y la real Jenny Castro – representa a la mujer latina, esa que lleva la carga afectiva en una relación y que sigue a su marido, en las buenas y en la malas, para apoyarlo – ya sea en este juego de roles o en la realidad – como una forma de amor, y hace malabares para mantener el hogar, como la mayoría de las mujeres en todo el mundo. Este personaje es un canto a esas mujeres que logran mantener la tranquilidad en la casa, así se esté hundiendo como el “Titanic”.

La actuación de Teresa Selma juega con los matices del personaje y nos hace reír, llorar, pensar, reflexionar y sentir empatía por una mujer que ha sufrido y sigue sufriendo – al recordar la pérdida de su hijo – pero siempre manteniendo el barco hacia puerto seguro.

Por la otra parte, Gustavo Martínez Zárate en su doble papel – de Karl Marx y Carlos Márquez – nos muestra un personaje que cree en un mundo mejor, con la ilusión – algo infantil – de la que la realidad puede ser cambiada si uno se mantiene fiel a sus principios sin ceder a las necesidades de la sociedad.


Marx/Márquez nos habla del concepto de economía, los problemas del mundo y su solución mediante el socialismo y el comunismo, incluso llega a hablar con su amigo Hengel – un muñeco de trapo que es convidado a la mesa familia – aunque sabe que todo este pensamiento no es la solución como tampoco lo es su trabajo diario, acomodando maniquíes para los buhoneros, porque ambos – la ficción y la realidad – viven en una alcantarilla, comiendo las sobras que botan los de “arriba”, los del mundo superior.

La dirección de Ylia O. Pospesku es minimalista, pocos recursos escenográficos, centrando la atención en el texto de la venezolana y las actuaciones de Selma y Martínez, quienes con sus voces y movimientos lograr transmitir esa angustia existencial que quiere reflejar la dramaturga y que va más allá de un personaje histórico o de un sistema político, porque tiene que ver con la reflexión sobre lo seres humanos lo que estamos haciendo con nuestra vida y con el entorno que nos rodea, que muchas veces no nos deja ver al prójimo


Asumir personalidades que no son las nuestras por otras que creemos más sofisticadas, con vidas mejores, son maneras de huir de la realidad, y tratar de mejorar nuestro entorno, cuando en realidad no estamos logrando el cometido.

Más allá de las consideraciones políticas, y sus escritos sobre la sociedad, la economía y la política, Karl Marx fue un incomprendido, ya que fue solamente a su muerte cuando, por intereses más personales que «altruistas», se le comenzó a utilizar como figura ideológica para crear un sistema político


Lamentablemente, y eso lo destaca Pérez en su texto, los personajes reconocen que los sistemas políticos – amparados en términos como marxismo, comunismo, capitalismo, entre otros – han demostrado no ser la solución a los problemas de la sociedad, llena de intolerancia, desapego a lo que le sucede al otro, e incluso persecución de las personas, por credo, raza o condición social, con la quema de indigentes – que no es producto de la imaginación de la autora de la pieza, sino que sucede lamentablemente en la realidad mexicana, argentina o venezolana.


Se dice que todos tenemos algo de músicos, poetas y locos, y aquí lo refleja el personaje de Marx/Márquez, ya que el filósofo quería ser poeta, el indigente es músico – tocaba guitarra – y lo de loco puede quedar a la interpretación de los espectadores.

«Yo soy Carlos Marx» es un texto que ofrece – a ratos – risa fácil, mezclados con momentos de reflexión y una angustia permanente de aquellos a quienes muchas veces preferimos alejarnos al verlos en la calle, desconociendo que en esos seres pueden existir filósofos, abogados, periodistas, músicos, pero que por alguna razón de la vida han terminado viviendo en una alcantarilla, olvidándonos que también son seres humanos, que merecen nuestro respeto y no deben ser eliminados como si fueran parte de  nuestros desperdicios, o esa es mi Visión Particular.

Francisco Lizarazo

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