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La electricidad no siempre es luz, también puede ser enfermedad

  • Foto del escritor: VP Producciones
    VP Producciones
  • 5 sept 2016
  • 6 Min. de lectura

«Para el análisis de mortalidad de las poblaciones relevadas se consideraron los fallecimientos ocurridos a partir del año 1999. Se registraron 14 casos de individuos fallecidos de los cuales 12 pertenecían al barrio Sobral. Los individuos fallecidos en el grupo expuestos de barrio Sobral exceden muy significativamente al grupo controles del barrio Rigolleau de Berazategui (p < 0,01). Asimismo, Odds Ratio (OR) fue de 6,78 siendo el intervalo de confianza (IC 95%) 1,41 – 44,59. Este intervalo de confianza no contiene al 1 lo que indica que la asociación entre la exposición y la mortalidad es estadísticamente significativa (α = 0,05)».


Estos datos son producto de «una investigación basada en un cuestionario híbrido de alta complejidad para discernir la diferencia entre dos poblaciones tomadas al azar: una  lindera a la fuente de cableados de alta tensión y Subestación Eléctrica “Sobral”, en comparación con otra población tomada como control. Para la selección de las unidades de relevamiento se realizó un muestreo transversal, analítico, multinivel y multipropósito en dos conglomerados residenciales comparativos seleccionados al azar, uno en el barrio lindero a la Subestación Sobral de Ezpeleta designado como grupo “expuestos” y otro en la población lindera a la subestación Rigolleau de Berazategui, designado como controles, debido a que como se sostuvo anteriormente las poblaciones resultaron comparables y en el momento de la muestra el barrio de Berazategui no se encontraba aun afectado por el funcionamiento de la Subestación Rigolleau.», que realizaron Edgardo O. M. Schinder, Vanesa Salgado, Adriana Softa y Leda Giannuzzi, titulado «Estudio epidemiológico multipropósito analítico transversal en Ezpeleta y Berazategui, Provincia de Buenos Aires, Argentina».


Esta investigación permitió al Dr. Alberto Assef, diputado de la Nación,  pedir el acompañamiento de sus colegas para aprobar una resolución que permitiera la «inmediata readecuación de la subestación eléctrica «Sobral» de Ezpeleta, habida cuenta de los estudios científicos realizados que demuestran el efecto deletéreo de aquella sobre los vecinos de la zona, que padecen cáncer y dolencias neurológicas siete veces más que los de otras localidades en las que no existen transformadores eléctricos contaminantes».


La estación eléctrica de Sobral funciona «desde hace treinta años. Los vecinos cuentan alrededor de 170 muertos. Todos por distintos tipos de cáncer, todos cercanos a la subestación y su cableado mortífero. El juez Siauliu de la Cámara Federal Número 2 de La Plata hace más de diez años que tiene en su cajón el pedido de traslado que hicieron los vecinos. Mientras tanto ellos siguen reunidos para ayudar a otros barrios irradiados», según reseña el artículo Mi vecino el Cáncer publicado en nosdigital.com.


Gracias al teatro, una chilena, un vasco, algunos argentinos y quien esto escribe hemos podido conocer lo que sucede en una zona del sur del conurbano de Buenos Aires, luego que en 1982 se construyera la mencionada Subestación Eléctrica Sobral.


Con el nombre de «Huellas de Mariposa», Abismo Teatro  y Teatro de los Andes (Bolivia) ofrecieron un espectáculo de creación colectiva, que se presentó en el teatro El Pasillo de Jujuy, donde desde la poesía y la metáfora nos llevan por el drama que vivió y vive esta localidad por los efectos dañinos de las líneas de energía eléctrica que pasaban por sobre las casas.


La obra surge de un trabajo de investigación previo y un montaje coordinado por Gonzalo Callejas, del Teatro de los Andes de Bolivia. La obra es un trabajo de investigación, basado en entrevistas que luego siguieron el trabajo de buscar la forma de comunicar esta problemática acerca de los hechos desatados a partir de la instalación de una subestación eléctrica en el barrio de Ezpeleta.

Conoceremos los orígenes de Ezpeleta, la instalación de las primeras calles, los primeros vecinos, sus ilusiones. Los actores van trazando el rayado de las calles, nos involucran en las vidas de esas familias, para ir conociendo lo que ellos padecen cuando años más tarde, las enfermedades comienzan a aparecer.


Primero son pocos casos, y aquí la dramaturgia de la obra nos lleva a conocer el caso de un niño que cuenta como su hermano mayor, con quien siempre jugaba al salir del colegio un día ya no sale más al jardín pues está enfermo, y luego fallece. La otra hermana de este chico también enferma.


La iluminación también juega un papel importante porque la luz azul de  las tranquilas noches de Ezpeleta contrasta con los bombillos amarillos de las casas y el sonido de las líneas eléctricas. Además, la luz nos ofrece lo que sucede por detrás de la vida, al iluminar las láminas plásticas.


Así seguimos entrando a las casas donde ya no se habla de otra cosa que de las enfermedades, cáncer, los tratamientos y la muerte.


También vemos la situación que deben enfrentar los familiares de los enfermos, ya sea una hija que no sabe qué hacer con su madre internada en el hospital, o el esposo que se debate entre seguir o no visitando a su esposa que se consume en una cama del hospital mientras el cáncer se la va llevando.


El que fue un barrio tranquilo, con sus vecinos, niños que jugaban en la plaza, donde los sueños comenzaban a cumplirse, se transforma en sitio de cruces por un enemigo que no se ve, pero se siente, se escucha, es el ruido que emana de la subestación y que recuerda el daño que hace al cuerpo, trayendo la muerte y no el progreso.


Los recuerdos van quedando sobre la vida, los aleteos de las mariposas son solo huellas que se depositan en la memoria, mientras el pueblo se organiza, quiere respuestas y la empresa eléctrica solo da evasivas, resta importancia a los problemas de salud.

A lo largo de la obra, los espectadores se ven involucrados en la tragedia que viven los habitantes de Ezpeleta y todos recordamos situaciones similares, ya sea en México, en Argentina, Venezuela o cualquier parte del mundo, porque en todos los países han sucedido estas situaciones en nombre de  la modernidad, pero que de salud y bien común tienen muy poco.


El trabajo de dramaturgia está muy pensado, todos los aspectos del problema son tratados, haciendo énfasis en lo social, las consecuencias de la energía eléctrica en las personas y la indiferencia de la empresa ante los casos de muerte.


Los actores demuestran oficio y una buena química entre ellos, interpretan varios personajes, como al igual que en Fuenteovejuna no hay un solo protagonista, pues ellos representan las voces de quienes padecieron y padecen las secuelas del cáncer.


La obra es un vaivén de emociones y cuando uno cree que está todo dicho aparecen con un nuevo planteamiento  como para meter más el dedo en la llaga. Por eso, hay momentos en que uno piensa como espectador que la obra llegó a su final, pero aún hay un giro de tuerca que hace que el corazón se retuerza más de las injusticias que vemos en escena, que son el reflejo de la realidad, de la lucha de un pueblo ante un enemigo que no ven ni sienten en sus cuerpos, hasta que la enfermedad está en ello.


La escenografía es simple, solo destaca un piso hecho con algún material plástico, sobre el que los actores nos hacen conocer los límites de Ezpeleta, pero esas sencillas láminas esconden un secreto que al revelarse – a más de uno – se le hará un  nudo en la garganta, momento que ideal para hacer el final de la obre, pero – al parecer – ellos buscaban que los espectadores no se quedaran con un simple efecto, sino que siguieran conociendo la dramática situación de estos habitantes.


Tan real es esta obra interpretada por Paula Araya (Chile), Jabier de la Ydalga  (Vasco),  Sofía de Sanctis (Argentina)  Tomás Masariche  (Argentina) y María Eva Palotti (Vasca), con la dirección de Gonzalo Callejas, que los actores conocieron una realidad similar en Jujuy: la planta transformadora de energía del Barrio Malvinas.


Callejas hace una dirección con mucho de poesía y aunque los textos son duros, dramáticos,  logra crear un ambiente de magia, de color, que como dice alguna parte del texto, tiene  la gracia del aleteo de las mariposas, un compás suave que casi no se nota y fluye para que el espectador tenga imágenes de dolor mezcladas con ternura, inocencia y la reflexión necesaria cuando se tratan temas de la vida real llevadas a las tablas.   


«Huellas de Mariposa» está en su gira “De Sur  a Sur” y ya visitaron Chile, Córdoba, Mendoza, Salta, Jujuy fue su última para en Argentina, para ahora ir a Bolivia, porque como dije antes esta problemática no es de un solo país y mientras más se visibilice mayores oportunidades de unión y de información puede tener la colectividad… o ¿no es ese uno de los objetivos del teatro, poner en común lo que sucede más allá de nuestra fronteras y demostrarnos que todos en algún momento padecemos aquello que vemos en escena?


Jujuy tenía tiempo sin recibir una obra de teatro que tocara tanto los sentimientos de los espectadores, más cuando se debe tomar en cuenta que lo que se ve en escena, no solo ocurre en Buenos Aires, sino que en la Provincia también sucede, o esa es mi Visión Particular.

Francisco Lizarazo

@visionesp

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