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La historia y el infierno en un duelo de baile maratónico

Al entrar a la sala me imagine en medio de la escena de la película Evita, la de Alan Parker, cuando las parejas bailan desoladas por la muerte de Eva Duarte de Perón y reconozco que me sentí sobrecogido sintiendo que quienes estaban en escena eran una imagen de los años 30 y no en medio del siglo XXI. Además el calor del salón hacia que todos sudáramos y eso le daba el ambiente necesario a lo que uno veía y sentía.


Un salón de baile es el lugar para que unas parejas estén sometidas a una prueba de resistencia para alcanzar un ansiado premio final: el problema es que nadie sabe cuál es la recompensa, solo sabemos que hay ilusión por conseguirlo.


Un animador trata de mantener a los concursantes bailando, para evitar ser eliminados – como tantos otros lo han sido ya – y sus gestos, maquillaje – incluso su vestuario, aunque le falta el sombrero de copa – recuerdan al bastante al presentador de Freak Show, la obra de teatro de Martin Giner.   


Este particular presentador, que a veces me recordaba las expresiones de Tom Ellis en Lucifer, viste de negro, con solapas rojas en su chaqueta y su cara a veces es de placer, a veces de dolor y en otros momentos de angustia, como si él supiera algo que el resto de los presentes no sabe.


En el grupo de bailarines hay todo tipo de personas, pero todas tienen una característica que los une, son almas desesperadas por un futuro mejor. Hay un empresario venido a menos y su pareja no es la mujer que uno llevaría  una cena o reunión familiar. Otra pareja es joven pero se nota que llevan tiempo juntos y no están en su mejor momento. Ellos están como amarrados a su situación. Más allá está una señora que parece bibliotecaria, asistente o algo similar por sus lentes. También está cansada, su aspecto, como el de todos, demuestra que son muchas ¿horas, días o tal vez semanas? que lleva en este baile.


En otro sector de la pista la pareja que baila no puede ser más disímil: Él parece extranjero, malhumorado, de semblante duro y mira las mujeres que están a su alrededor de manera lasciva. Ella se ve de otra clase, una mujer elegante, sin ser ostentosa, definitivamente son una pareja bastante dispareja.


Los cuadros se van sucediendo, conociendo aquí y allá lo que motiva a cada uno de los participantes de esta marathon y aprendiendo qué esperan de lograr ¿ganar? el concurso… pero el tiempo pasa y pasa.

Estos vaivenes dancísticos son parte de lo que propone el dramaturgo Ricardo Monti en su obra MARATHON, que se pudo ver a finales de diciembre en la Escuela Provincial de Teatro Tito Guerra, con la participación del Grupo Capú – Capú de la Escuela de Arte Dramático Salta.


Los analistas de Monti mencionan que en esta obra  «se evoca la Primera Fundación de Pedro de Mendoza —que tuvo como propósito convertirnos en colonia—, El matadero, de Echeverría — de paso se alude al nacimiento de la oligarquía—, y las dictaduras fascistas que bañaron de sangre al país».


Pero más allá de estas reminiscencias históricas sobre Argentina, la relevancia de esta pieza, dirigida en este caso por Natalia Aparicio y Roxana Lugones, está en que cada espectador tendrá sus propias experiencias y pesadillas, porque no se puede dejar de lado, que el escenario donde se mueven los actores es el infierno, el limbo, y donde la recompensa – tal vez – sea salir de ese monótona danza, donde solo la muerte es la vía de escape de este purgatorio, porque ninguno de los que bailan pudiera lanzar la primera piedra, porque de ellos nadie está libre de pecado.


En este montaje actúan Esteban Trejo, como el animador, que se luce en su papel de presentador, diablo, sádico y en realidad recuerda mucho la actuación de Juan Pablo Dumon en Freak Show, además del mencionado Tom Ellis. Junto a él están las parejas de Mirta Elias, como Ema Expósito y Juan Pablo Martínez, como Héctor Expósito. Ellos son la pareja joven, que están en este concurso para conseguir algo, aunque – como todos los demás – es más lo que ocultan que lo que dicen. Es la pareja que al parecer logra escapar de este encierro, según la versión original de la obra, porque son los únicos que se enfrentan al presentador, quien pierde la compostura en un momento, aunque – afortunadamente la recupera y ese momento de desesperación por la pérdida del control es el punto flaco de la actuación de Trejo que venía destacando en su interpretación, porque se siente floja esta parte de su papel.


Mirta y Juan Pablo mantienen el ritmo de sus actuaciones y sus personajes creando empatía con el público que los ve como una pareja llena de vida, a pesar de los secretos que los rodean.


Matías Trogliero Álvarez es Pedro Vespucci y Janet Abán es Asunción. El primero es el que definimos como el extranjero, el huraño, el que tiene un desenlace fatal. Su actuación no le permite destacar, desconozco si por el trabajo de dirección o por el propio papel, pero  es un personaje interesante, que si uno hace caso a los analistas del dramaturgo, podrá asociar con parte de la historia de Argentina.  Por su parte, Asunción es un personaje errático, no tiene una historia sólida y atractiva que la apoye como personaje y la actriz también se pierde en el papel y desluce, principalmente con la voz, lo que provoca que su actuación no destaque ni sea soporte de su compañero.


En el escenario también está la pareja conformada por Nadia Krywoszyja, como Pipa, la de vida alegre – vamos, que cobra por estar en el baile – y Rodrigo Ramírez, conocido como NN pero que es el empresario venido a menos y que se nota en su vestuario y sus ademanes. En esta pareja se ve química, también porque están mejor construidos los personajes, y existe un conflicto desde el inicio que hace atractivo verlos en escena, ya sea discutiendo o bailando. 


Suyai Girón es Elena García, la secretaria, la bibliotecaria, que además en este montaje aparece bailando con un perchero, porque su pareja no está – ¿limitaciones del guion o del presupuesto del grupo que vino de Salta a Jujuy? – y al igual que Janet Abán tiene problemas de dicción, de entonación, que hacen que a veces no se le entiendan los parlamentos, aunque hay que resaltar su monologo sobre la tarima del animador. En ese momento se luce como actriz.


Otro de los personajes de esta obra y de la que los analistas hacen mención es El Guardaespaldas, ese patovica o encargado de la seguridad, que evita que los danzantes puedas huir del lugar, porque de ahí nadie sale, pero en este montaje no aparece y en realidad tampoco se pierde mucho de la idea del dramaturgo, porque la dirección de Aparicio y Lugones logra que el animador ejerza la suficiente presencia y temor como para que nadie intente escapar, además la tentación del premio es un aliciente para no abandonar la pista.


Completan el montaje, en la iluminación: Emiliano Bertoni. Escenografía: Virginia Lajad y Emiliano Bertoni. Diseño Gráfico: Nadia Krywoszyja y Rodrigo Ramírez. Sonido: Celeste Martín y Juan Pablo Martínez. Fotografía: Sol Bello.

Aunque Monti sitúa su obra en un salón de baile de los años ’30, del siglo XX, lo trascendental de la pieza es que puede ubicarse en cualquier época y tiempo, y el espectador puede asociar lo que sucede en escena con cualquier momento histórico o personal y eso hace que el teatro sea un vehículo de conocimiento y aprendizaje.


En esta visita que hizo la Escuela de Arte Dramático de Salta a Jujuy el teatro salió favorecido porque, por un lado, permitió a los estudiantes de la Escuela Tito Guerra ver lo que hacen sus colegas de la provincia vecina y – por otra parte – los espectadores que no eran de la escuela- no muchos a decir verdad –  pudieron ver una propuesta atractiva visualmente y que lo lleva  uno a reflexionar hacia donde se dirige la humanidad.. o esa es mi Visión Particular.

Francisco Lizarazo


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