No en pocas ocasiones se ha puesto en duda, no solo la autoría de la extensa producción escénica de William Shakespeare, incluso se ha dudado de su existencia, como lo refleja la película ‘Anonymous’, de Roland Emmerich. Es que ¿quién en su sano juicio escribiría tantas obras, con tan variados temas?
Sin embargo, si uno se pone a pensar, la obra del bardo inglés es realmente extensa, pero no tan variada en su temática y es que – en la mayoría de sus obras – el tema de la maldad está presente, siendo una constante dentro de sus producciones.
Al menos eso es lo que cree Gustavo Ramírez, quien desde el escenario se propone demostrar el poder de la maldad en las obras de Shakespeare, para ello pone su cuerpo y su voz al servicio de muchos de los personajes creados por el dramaturgo inglés.
Pero al comenzar su monólogo “El Circulo Infame” recurre a la brujería, al conjuro, y a la invocación de las brujas de Macbeth, que se preguntan «¿Cuándo volveremos a encontrarnos nuevamente las tres? ¿Alguna ocasión que truene y caigan rayos y centellas, o cuando llueva?», sabiendo que esa reunión se dará «Después de que acabe el estruendo, cuando se haya perdido y ganado la batalla», lo que «sucederá antes de ocultarse el Sol». Allí se verán «Entre los matorrales», porque verán a Macbeth.
Haciendo teatro dentro del teatro Gustavo Ramírez nos recuerda la maldad de Macbeth, producto de la sed de poder, pero que en realidad es Lady Macbeth, su esposa, la que merece el título de malvada, porque a su lado, hasta la peor de las brujas es un niño de pecho.
Ahí vamos viendo cómo la maldad está presente en las obras de Shakespeare, pero también recurre el actor y director de este solitario montaje a Launcelos, el sirviente del judío de El mercader de Venecia, quien expone que ¿por qué ha de remorderme la conciencia cuando escapo de casa de mi amo el judío? Viene detrás de mí el diablo gritándome: Gobbo, Lanzarote Gobbo, buen Lanzarote, o buen Lanzarote Gobbo, huye, corre a toda prisa. Pero la conciencia me responde: No, buen Lanzarote, Lanzarote Gobbo, o buen Lanzarote Gobbo, no huyas, no corras, no te escapes, y prosigue el demonio con más fuerza: Huye, corre, aguija, ten ánimo, no te detengas. Y mi conciencia echa un nudo a mi corazón, y con prudencia me replica: Buen Lanzarote, amigo mío, eres hijo de un hombre de bien… o más bien de una mujer de bien, porque mi padre fue algo inclinado a lo ajeno. E insiste la conciencia: Detente, Lanzarote. Y el demonio me repite: Escapa. La conciencia: No lo hagas. Y yo respondo: Conciencia, son buenos tus consejos… Diablo, también los tuyos lo son. Si yo hiciera caso de la conciencia, me quedarla con tu amo el judío, que es, después de todo, un demonio. ¿Qué gano en tomar por señor a un diablo en vez de otro? Mala debe de ser mi conciencia, pues me dice que guarde fidelidad al judío. Mejor me parece el consejo del demonio. Ya te obedezco y echo a correr, demostrando que la maldad, como el lobo, puede disfrazarse de oveja para parecer buena, aunque realmente sus intenciones no lo sean.
¿Son estos los personajes más malvados que salieron de la imaginación del escritor inglés? En el montaje presentado en la Sala Galán – en el marco de la 13 Feria del Libro de Jujuy – también estuvieron otros personajes siniestros como el propio Hamlet quien entre otras cosas dice en su famoso monólogo que «la conciencia nos hace cobardes a todos. Y así el nativo color de la resolución enferma por el hechizo pálido del pensamiento y empresas de gran importancia y peso con lo que a esto se refiere, sus corrientes se desbordan y pierden el nombre de acción».
Pero la maldad de estos seres no es solo contra los otros. También se vuelven contra ellos mismos como lo hace Ricardo III en su monólogo llamado Gloster donde se regodea de su deformidad porque «yo, privado de esta bella proporción, desprovisto de todo encanto por la pérfida Naturaleza; deforme, sin acabar, enviado antes de tiempo a este latente mundo; terminado a medias, y eso tan imperfectamente y fuera de la moda, que los perros me ladran cuando ante ellos me paro…¡Vaya, yo, en estos tiempos afeminados de paz muelle, no hallo delicia en que pasar el tiempo, a no ser espiar mi sombra al sol, y hago glosas sobre mi propia deformidad!
Y ya que hemos mencionado a Macbeth como la encarnación de la maldad, Ramírez usa el monólogo «si pudiera el crimen frenar sus consecuencias y al desaparecer asegurar el éxito, de modo que este golpe a un tiempo fuese todo y fin de todo… aquí, sólo aquí, sobre esta orilla y páramo del Tiempo se arriesgaría la vida por venir. En estos casos es aquí, sin embargo, donde se nos juzga, porque damos instrucciones sangrientas que, aprendidas, son un tormento para quien las da» para recordarnos que hasta los mal malos pueden dudar, pero no por eso dejan de cometer sus fechorías.
Si se presenta al sirviente también merece la pena recordar a Shilock quien habla de la venganza, recordando que «si un judío insulta a un cristiano, ¿cuál será la humildad de éste? La venganza. Si un cristiano ultraja a un judío, ¿qué nombre deberá llevar la paciencia del judío, si quiere seguir el ejemplo del cristiano? Pues venganza. La villanía que me enseñáis la pondré en práctica, y malo será que yo no sobrepase la instrucción que me habéis dado».
También Mercucio, el amigo de Romeo, habla de maldad al recordar la historia de la reina Mab, nodriza de las hadas, esa que «enreda por la noche las crines de los caballos, y enmaraña el pelo de los duendes, e infecta el lecho de la cándida virgen, y despierta en ella por primera vez impuros pensamientos».
Pero si uno debe seleccionar el más malo y perverso de los personajes de William Shakespeare uno debe pensar -como lo hizo Ramírez – en Yago, ese que le dice a Emilia «Yo tengo el don de llevar entre mis palabras el veneno mortífero para engatusar a la gente, ven conmigo, yo te haré la mujer más dichosa, respetable y rica de todo el Mediterráneo. No necesitamos nada más que mi lengua y mi espada (usa el arco como espada)» o cuando le dice al propio Otelo «¡Obra, ponzoña mía, sigue obrando! Así se enliga al crédulo sin seso; y así más de una dama casta y digna, sin culpa alguna, pierde fama y honra».
Definitivamente, Shakespeare tenía una predilección por los personajes malvados, y eso es lo que demuestra este montaje actuado y dirigido por Gustavo J. Ramírez, que lamentablemente no tuvo mayor audiencia en este oportunidad, pero, afortunadamente, es una obra que tiene varios años presentándose y muchos han podido ver lo que uno hace hincapié cuando señala la importancia de la interpretación, del matiz en el desarrollo de un personaje y aquí eso abunda, se nota que hay un estudio no solo de los textos sino de la psicología de los personajes que se interpretan en el escenario, lo que hace posible el cambio de entonación, de voz para cada una de las caras de la maldad, haciendo de este, un montaje recomendable de ver y entender la necesidad del trabajo del actor, más allá de decir un texto, o esa es mi Visión Particular.
Francisco Lizarazo
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