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La muerte no es tan sencilla como parece

Ya sea por convicciones religiosas o por tradición familiar,  referirse al tema de la muerte no es fácil en la mayoría de nuestras sociedades. Sin embargo, es un punto en el que tarde o temprano todos nos veremos involucrados, sea por seres queridos, amigos, familiares o nosotros mismos.


Así que hablar de este tópico desde la perspectiva de un payaso puede ser todo un acontecimiento, porque normalmente no asociamos a un clown o payaso (que siempre sacan lo mejor de uno y más de una sonrisa) con un tema tan sombrío como la muerte, así que ir a ver «La Huesuda» era una opción interesante y distinta.


Al comenzar la obra aparece un rockstar, vestido de cuero negro brillante, con cadenas y calaveras, una gran peluca roja/naranja  – brillante – que se contorsiona y se mueve como todo un cantante de rock. Ese es el Payaso Volantín (Bernardo Brunetti), con nariz negra en lugar de roja para hacer juego con el resto del vestuario y sus característicos zapatos largos, que luego de su entrada triunfal y que genera aplausos confiesa que su nombre es «La Huesuda«, también conocida como «La Parca«, «La Calavera«, «La Pelona«, «La Guadaña» o sencillamente la «muerte» y que estaba en ese teatro – Estación Perico –  para al final de la función llevarse a alguien.

La Huesuda interpreta con su guitarra un tema de rock, más ruido y letra casi inentendible que otra cosa,  para luego lanzar la pregunta del millón ¿Quién quiere morirse?


Esta pregunta es el pretexto para entrar en contacto con el público, buscando que sean partícipes de la obra y la respuesta provino de un joven no mayor de 12 años que aseguró que él quería irse con «La Pelona», lo que de inmediato generó por parte de «La Huesuda» todo tipo de improperios y rechazos a la actitud de alguien que, por el contrario, debería querer vivir.


A esta recriminación por el hecho de que muchos chicos quieren morir por el desamor juvenil,  vino una crítica a la falta de valores de los padres, que no inculcan buenos ejemplos a sus hijos y – hablando de la muerte – Volantín confía en que se produzca el efecto contrario, amar la existencia, así uno esté al borde de la vida.


Para hablar de la muerte, el paraíso, del infierno, la religión católica, este personaje recurre también a textos de algunos poetas y mientras leía yo recordaba aquella escena  de la película «hombre en la luna» dirigida por Milos Forman (199) cuando Jim Carrey  en el papel de Andy Kaufman anunciaba en una universidad que leería “El Gran Gatsby” de Francis Scott Fitzgerald y arrancaba por la página de créditos legales y seguía por el primer capítulo de la novela y, a la altura de la quinta página, eran innumerables las quejas porque la gente fue a ver a un comediante y no a escucharlo leer.  No es lo mismo ir a ver un payaso que escuchar a alguien leer – ni siquiera declamar – unos poemas.


Esta obra es escrita por el propio Brunetti, mejor conocido en el ámbito teatral jujeño como «Mikicho», con  la puesta en escena del autor y de Sergio Gatica, quien  además se hizo cargo del vestuario junto a Pupi Lemos. El texto deja más preguntas que respuestas, así como escribir, protagonizar y dirigir no siempre resulta una buena combinación porque se pueden perder – como en este caso – perspectivas que podría ver otro que tuviera el rol de ver el panorama completo sin influencias. 


En muchos de los momentos del espectáculo pareciera que el payaso está de mal humor y lo que dice tiene mucha carga de regaño, de reto, algo que ya había notado en otra presentación del personaje,  en la 5 varieté llamada «La LoCura, en la Vieja Violeta, y la verdad que eso de que lo reten a uno, por más moraleja que se quiera dejar, no me convence cuando voy al teatro. 


Pero si la situación ya era complicada y hasta confusa con una muerte que quiere llevarse a alguien, pero no quiere que sean jóvenes y que – encima – pretende que voluntariamente alguien quiera acompañarla,  en medio de la representación llega un delivery – interpretado por Iván Santos Vega – con una pizza, aunque no se sabe quién la pido y – mucho menos – quien la va a pagar.


Entonces la obra toma otro rumbo y, en medio del quién pagara, La Huesuda pierde su papel y comienza a hablar de que es un actor, que el teatro no da para vivir, y se hace teatro dentro del teatro, mientras el repartidor de pizza abre la caja y ofrece porciones del alimento a los espectadores, a los que agradece cualquier moneda para llenar la gorra.


Pero como siempre digo con el chiste aquel… hay más, en «La Huesuda», producción del grupo La Hilacha, el final no es menos extraño porque luego de llevarse al infortunado que deberá ir al infierno, en medio de una danza, saltan al escenario muchos de los jóvenes que estaban en el público y realizan un flashmob muy alegre que da fin a la representación, aunque el tema de la muerte hace rato dejo de importar y es la vida la que se hace presente con este ¿improvisado? bailes de los chicos.


Aunque un payaso sea como el comediante David Garrick – considerado la imagen del payaso triste y protagonista del poema de Juan de Dios Peza que se titula Reír Llorando, los mimos o clown deben despertar alegría y dejar un mensaje o moraleja. Tal vez la lección de esta obra es que el chico del principio que se quería ir con la muerte no era más que un actor en un papel y no un joven con deseos de conocer a la «parca», lo que uno agradece porque que un niño que recién comienza la vida ya quiera irse es algo terrible y por eso es tan valiosa la vida, porque nos permite crecer, desarrollar vínculos, aprender y conocer todo lo que el mundo puede ofrecernos, o esa es mi Visión Particular de este ligero,  alocado y nada claro viaje con el payaso Volantín.

Francisco Lizarazo

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