Cuando estudiaba en el bachillerato, o secundario de acuerdo a país donde estemos, cuando me preguntaban qué quería ser de grande, veía de manera extraña a quienes optaban por la psicología o la psiquiatría, pues siempre he pensado que quienes se dedican a esta profesión en realidad están buscando comprender al otro para así poder entender su propio yo interno, que no siempre está muy balanceado.
En el caso de los psicoanalistas y su trabajo habría que preguntarse ¿quién es el cuerdo y quien el paciente? porque definir la cordura no es fácil, a menos que uno sea muy cínico y crea que «los cuerdos no son los que no ven cosas. Son los que las ven, como todo el mundo, pero se quedan callados». Esta cita de la obra “Terapia: tres sesiones y un diagnóstico”, de Martín Giner es una muestra de lo que las teorías de Sigmund Freud, sobre el complejo de Edipo, han hecho en nuestra personalidad.
Es que los psicólogos reducen todos nuestros temores a la infancia y la relación con nuestra madre, por ello no es raro que en esta obra teatral el paciente muestre un claro patrón de Edipo y se haya creado un mundo con su madre y otros personajes producto de su imaginación para «vivir» mejor su soledad y rechazo de la sociedad.
¿Acaso no estamos todos un poco solos y buscamos alternativas para sentirnos más «normales en la vida? o ¿Cómo hacemos para seguir nuestras existencias cuando un ser querido no está a nuestro lado?
Giner, quien es un autor muy visto y montado en Jujuy («Freak Show, circo de fenómenos»; «Mediopueblo»; «Verduras Imaginarias») se basa en la relación de médico y paciente en una sesión de psicoanálisis para hablarnos de los sentimientos humanos, de sus frustraciones, sus negaciones, el no aceptar la realdad, y lo hace mediante el juego de roles, los diálogos mal entendidos, todo en clave de humor con un final que rompe con lo que el público espera, que es casi una constante en sus obras, lo que hace muy atractivos sus textos.
Terapia, tres sesiones y un diagnóstico estuvo en escena en el Teatro Estación Perico, luego de varias presentaciones por la provincia de Jujuy en una producción de La Mirada Teatro, con las actuaciones de René Olaguivel (como el psiquiatra) y Erwin Sebastián Ruiz (como el paciente), quien además dirige la obra.
Con una mezcla de teatro del absurdo en sus diálogos, sumado a que la presentación en Perico estuvo aderezada con problemas eléctricos (la luz se fue unos minutos antes de iniciar la obra y luego tuvieron que comenzar con las luces de la sala, mientras volvía la energía a la parrilla) el autor plantea el teatro dentro del teatro, porque la realidad va más allá de lo que observa el público. Ni el psicólogo está tan cuerdo como cree, de hecho escucha la voz de su mujer muerta, que no asume su condición y por eso le habla e increpa al marido, que – además – tiene sueños recurrentes que le comenta a su propio psicoanalista mientras le narra el caso del joven con su madre, ni el paciente está tan alejado de la realidad, como quieren hacernos creer.
René Olaguivel nos ofrece la imagen de un doctor serio, responsable, interesado por la salud mental de su paciente, mientras debe enfrentarse a su propio dilema con la esposa fallecida, a la que añora. La actuación de Olaguivel es elegante, lo que uno espera en un especialista que hasta usa el Test de Rorschach para analizar la personalidad de su paciente. Una gran actuación que merece aplausos al final sobre todo cuando vemos que lo que pensamos originalmente no era lo que en realidad sucedía.
Erwin Sebastián Ruiz usa al paciente como el mayor de los «idiotas» del mundo, visualmente ligado a los llamados «nerds» para que el público crea que realmente a este paciente le faltan «cinco para un peso» y que su relación con la madre es similar a la de Anthony Perkins en «Psicosis», tanto que el médico en su sesión inicial le habla de esta cinta al paciente, pero la situación da un giro inesperado, lleno de mucho humor y referencias a otras películas.
En este personaje hay inocencia, una gran angustia marcada por la soledad, aunque sabe que sus amigos imaginarios no existen los prefiere como su familia porque siempre están ahí para él. El paciente es un niño grande, con mucho humor, pero no todo lo que brilla es oro y el actor logra transformarse al final para que su personaje asuma su verdadero rol, como lo hace Mark Ruffalo con el Dr. Sheehan/Chuck en la «Isla Siniestra», ya que hablamos de cine.
Se nota una compenetración y «química» en los actores, lo que se agradece porque no es fácil mantener la atención en un escenario donde solamente hay dos silla una mesa y una lámpara, sin olvidar el test de Rorschach, recayendo en los actores todo el peso de llevar adelante las acciones por 50 minutos. Afortunadamente, el texto ayuda mucho y el director mantiene la atención sobre los actores haciendo que el tiempo pase volando, mientras uno se divierte.
¿Es mejor ver la realidad y no aceptarla o quizás es preferible aceptar la realidad viviendo en un mundo de fantasía? Ese sería el mensaje del texto de Giner que pone a dos personalidades distintas a enfrentarse para que los actores ofrezcan una comedia que permite pensar y analizar si a los psicólogos van todos los que son o si a estos también les hace falta algo de ayuda, o esa es mi Visión Particular.
Francisco Lizarazo
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