En un aeropuerto pueden pasar muchas cosas, basta recordar las peripecias de Tom Hanks en la película «La Terminal», así que si dos seres humanos que tenían muchos años sin verse se reencuentran – gracias a un walkman – no tendría nada de particular, a menos que se trate de personas que han llevado un rumbo diferente y que la vida les pone frente al dilema de una segunda oportunidad.
Como en la canción «Love is in the air» de John Paul Young, el amor está en todas partes y solo basta querer ser parte de él para vivir este sentimiento. Para Emilio y Andrés ese reencuentro en el aeropuerto es el momento indicado para seguir donde quedaron hace años y traer al presente las vivencias y nuevos deseos. Como dice el refrán «donde hubo fuego…» y tal vez en aquellos momentos no hubo una declaración de los sentimientos entre estos amigos, aunque el dejar el walkman en casa del otro pudo haber sido tomado en su momento como una muestra para no ser olvidado.
El hecho es que este reencuentro trae al presente la posibilidad del amor entre dos seres humanos del mismo sexo y con la misma idea, conseguir la pareja con la que compartir la vida, aunque ellos olvidan que muchas veces el enemigo de una relación no está fuera, sino que está en nuestro interior y lo representa la mente, la duda y el miedo.
El amor no distingue sexo, condición social, ni edad, pero si puede ser mellado por los temores, la falta de sinceridad y el pensar más en lo que dirán los otros que en lo que uno crea de sí mismo y de quien lo acompaña.
Este tema de las dudas en el amor, independientemente si es homosexual o heterosexual, es el conflicto que exponen Arturo Viramontes (Emilio) y Claudio Guevara (Andrés) en la obra «Con el Fuego por Testigo«, obra dirigida por José Cremayer.
Escrita por Arturo Viramontes y Alejandro Torrecillos, la obra muestra el conflicto interno de quien no está preparado para tener una relación formal, que incluso llega al matrimonio y, son precisamente esos temores, el fracaso de la relación, que además debe enfrentar el estigma de la homosexualidad, el temor al sida y otras enfermedades, pero teniendo como principal obstáculo la inseguridad.
Como expresó el autor, esta obra trata la relación entre dos seres que aman estar con alguien de su mismo sexo, pero no hay que quedarse en el pequeño detalle, porque tal vez aún muchas personas pueden escandalizarse en pleno siglo XXI, sino que hay que ir más allá y entender que se trata de dos seres humanos que deben hacer frente a problemas que a todos nos afectan día a día como la incomprensión y el gran miedo al «qué dirán», porque si bien en este caso son dos homosexuales, bien podrían ser dos lesbianas o dos heterosexuales de distintas condiciones sociales – cómo olvidar el gran drama de Romero y Julieta – o ser diferencias por color o nacionalidad, el temor es libre y cada quien lo aplica a su manera.
En 50 minutos que dura este montaje, que forma parte de la cartelera del Foro Shakespeare, Zamora 7, Colonia Condesa, los sábados a las 6 de la tarde a un costo de 150 pesos, Emilio y Andrés relatan en un tono muy fresco y sin grandes discursos reivindicativos de los derechos de los homosexuales, lo que es la vida de los seres humanos, con sus altas y bajas, el gusto por la vida, la poesía, las consecuencias de tomar decisiones precipitadas, y las inevitables separaciones, cuando una pareja decide cada quien seguir por su camino.
La dirección de José Cremayer tiene momentos lúdicos, como el acto de hacer el amor, o el matrimonio en la playa, que despiertan la sensibilidad del espectador y puede hacer que más de uno se sienta identificado con lo que se ve en escena, porque el amor es un sentimiento que a todos – o a la gran mayoría de los seres humanos – nos ha acompañado y por el que se debe seguir apostando, pese a todos los temores que puede generar.
Tanto Viramontes como Guevara muestran una actuación compenetrada el uno con el otro y con el texto, que hace que el tiempo del montaje transcurra sin darse cuenta y permite al espectador ir creando ese mundo en que los personajes transitan, que comienza con dos seres humanos con mochilas que se reencuentran en un aeropuerto y culmina de la misma manera, en un café cada quien con una mochila, que se puede asociar con el equipaje que cargamos a cuesta y que nunca nos abandona, porque es parte de nuestras creencias, vivencias, experiencias y nos hacen ser quienes somos en un momento dado, o esa es mi Visión Particular, de esta pieza que es un canto al amor y a la necesidad de deslastrarnos de tanta carga que llevamos encima.
Francisco Lizarazo
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