Los cuerpos, las historias, el pasado, las anécdotas y su relación en cada escena es el principio que usa Carla Florentina Illuminato para construir la obra teatral “Sudáfrica”, que se presentó en la sala de la escuela provincial de teatro Tito Guerra, de Jujuy.
La idea es sencilla, dos amigos, Martín Lombardelli y Rodolfo Juárez, quienes se interpretan a sí mismos, quieren transmitirnos la idea de que pese a los obstáculos, los deseos y esperanzas siempre saldrán a flote y podremos ser mejores para poder satisfacer nuestros anhelos.
¿Medio utópico, verdad? Pues la verdad es que sí, porque esta obra – que es una adaptación de “El acompañamiento” de Carlos Gorostiza – intenta hacernos creer que los sueños siempre serán el resultado final del deseo ferviente de llevarlos a cabo, pese a las adversidades.
Sin embargo, en el planteamiento de la obra, dirigida por la propia escritora, quien creó el texto para concluir la Licenciatura en Teatro de la Facultad de Artes de la Universidad Nacional de Tucumán, la realidad del personaje interpretado por Martín, un hombre agobiado por el futuro incierto y que está a punto de perder la concesión de un kiosko que tiene desde hace 13 años, contrasta con la ilusión de Rodolfo de levantar un cabaret, night club o boliche de cierta envergadura, sin conocer bien el negocio y – según cuenta Martín – en un lugar alejado, en á un galpón medio abandonado y al que no irá nadie por el mal aspecto del lugar en general.
Pero las ideas de Rodolfo parecen ser firmes. Dice haber contratado una empresa que colocará las luces del local, de todo tipo de lámparas, colores y formas, buscando que su amigo sea parte de esta iniciativa empresarial, pero Martín tiene otros planes, o mejor dicho no tiene cabeza para pensar en otra cosa que no sea su propio futuro, que no lo ve asociado a la idea de su amigo.
Rodolfo es de palabras rápidas e ideas concretas, cree que tiene todo resuelto y persigue a Martín con tal de convencerlo de que sea su mano derecha, el gerente del night club. Pero como dice el refrán «tanto va el cántaro al río hasta que se revienta» y así sucede con Martín que de tanta presión termina diciéndole a su amigo la verdad: Qué Rodolfo es un fracasado que no ha hecho nada en su vida.
La tensión entre ellos surge y luego de dimes y diretes, Martín decide desde su propia realidad ayudar a su amigo y en un improvisado escenario presenta a Rodolfo, quien así consigue su sueño de estar en el mundo del espectáculo.
Pero la diversión dura poco y Martín sabe que la realidad es mucho más fuerte, que no ahuyenta con buenos deseos y se marcha dejando a su amigo en su mundo de ilusiones, una fantasía que no dura mucho y lleva a Rodolfo a sentarse en un rincón sintiendo el peso de la realidad que le cae como una tonelada de plomo.
En declaraciones sobre su obra, la autora destacó que «lo que planteo en la obra es qué sucede cuando un hombre decide abandonar todos aquellos mandatos sociales, deja de lado el deber ser y las convenciones de su entorno, que están establecidas dentro de cada uno de nosotros y de las que resulta tan difícil despegarse y correrse”.
Sin embargo, el espectador siente que ni la amistad puede mantenerse cuando la realidad y la fantasía chocan de tal manera que terminan siendo irreconciliables. Por eso Martín, pese a tener en Rodolfo a su mejor amigo, decide dejarlo solo con sus delirios y sueños, porque él tiene que vivir su propia realidad.
Otra lectura que particularmente le doy es que la ilusión de Rodolfo por seguir su sueño lo ha alejado tanto de la realidad, que ahora está recluido en un sanatorio y su amigo Martín lo visita – de tanto en tanto- juega al ajedrez con él, le lleva emparedados y se deja seducir – aunque sea momentáneamente – por esa propuesta idílica que hace Rodolfo de salir de la realidad que a todos nos agobia en algún momento y darse el permitido de romper los paradigmas para jugar a ser otros.
El final de “Sudáfrica” es abierto, cada quien podría pensar sobre lo que sucede en la mente y la relación de estos dos personajes, tal vez así lo quiso la dramaturga, tal vez no y ese fue el resultado de dejar el final abierto.
De la actuación uno nota que tanto Martín como Rodolfo están cómodos en sus personajes, los han asimilado y lo transmiten al público. Son, en pocas palabras, creíbles en su decir y accionar.
La dirección también está cuidada, no se siente la mano de la directora moviendo títeres, hay libertad creativa en sus actores y – como siempre digo – eso se agradece porque hace que la pieza fluya con soltura. Los elementos escenográficos son minimalistas, es una pieza para girar por diversos escenarios, adaptándose al espacio que les ofrezcan y en los parlamentos también se ve ese ajuste al usar referencias de Jujuy, nombres de calles, personajes y situaciones, que imagino cambiarán de acuerdo al lugar donde se presenten.
El nombre de la pieza – “Sudáfrica” – viene – al parecer – de un breve texto que pronuncia uno de los actores, pero no tiene ninguna relación con la nación ni con el continente, así que no se preocupen los espectadores que no hay referencias políticas ni étnicas en el montaje.
“Sudáfrica” es una oportunidad para pensar en qué debemos hacer para cumplir nuestros sueños, nuestros anhelos, saber quiénes serán aquellos amigos que nos acompañarán en la aventura de crear una nueva realidad, porque creamos en lo que creamos y queramos ser diferentes a nuestro entorno, nada mejor que hacerlo con aquellos que pueden tener un toque de locura como nosotros y nos sirvan de apoyo, aunque nuestro entorno sea la más cruda realidad, o esa es mi Visión Particular.
Francisco Lizarazo
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