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Los Puentes de Madison estuvieron en Jujuy

Dos almas que no se estaban buscando se encuentra y en 4 días viven lo que muchos no logran en toda una vida

Corría el año 1992 y mientras en el mundo se firma el Tratado de Libre Comercio de América del Norte entre Estados Unidos de América, México y Canadá y Bill Clinton sucede a George Bush padre al frente de la Casa Blanca o la ONU aprobaba un Convenio de Prohibición Universal de Armas Químicas o se inauguraba en Barcelona (España) las XXII Olimpiadas de la Era Moderna,  Robert James Waller publicaba su novela “Los Puentes de Madison», obra que alcanzó un gran éxito en su época.


Pero el momento culminante de la esta trama literaria fue cuando en 1995 Clint Eastwood llevó a la pantalla grande la historia de Francesca Johnson y Robert Kincaid, los amantes del condado de Madison. El trabajo de Meryl Streep como la ama de casa que descubre el amor en el fotógrafo del National Geographic, aunque estaba  casada,  la llevó a ser nominada al Óscar, aunque finalmente no lo ganó. El objeto de ese amor era el mismo Eastwood, que también dirigió la película.

En el 2002 se estrenó en Salamanca, España, una adaptación teatral de la novela, firmada por Jordi Costa, y con Charo López y Manuel de Blas (luego sería sustituido por Héctor Colomé) como protagonistas.


El 13 de enero de 2014 se estrenó la adaptación teatral -en versión musical – en el Gerald Schoenfeld Theatre de Nueva York, con  libreto de Marsha Norman (premio Pullitzer por la obra «Buenas noches, madre») y música de Jason Robert Brown, uno de los más respetados compositores de hoy en día en Broadway. La obra estuvo dirigida por Bartlett Sher, mientras Kelli O’Hara y Steven Pasquale encarnaron a los dos protagonistas.

En el 2017, Fernando Masllorens y Federico González Del Pino asumieron la responsabilidad de adaptar al teatro argentino esta historia donde una ama de casa y un fotógrafo se enamoran y viven 4 días que servirán para marcarlos por el resto de sus vidas.


Intentar emular la química que en pantalla tenían Eastwood y Streep es muy difícil, así que Araceli González y Facundo Arana tenían un gran trabajo por delante para sobreponerse a las comparaciones que -sin lugar a dudas- generarían sus actuaciones.

Cuando supe que esta producción estaría en Jujuy – como parte de la gira nacional por las provincias de Argentina – me dije que tenía que verla porque la película había tenido mucho impacto en su época y quería ver cómo se sentía estar «en vivo» observando el amor de dos almas que se encuentran cuando no se estaban buscando.


Los Puentes de Madison se presentó en dos funciones en el Teatro Mitre (Gral. Alvear 1009, 4600 San Salvador de Jujuy, Jujuy), principal escenario de la Provincia, donde un numeroso público se dio cita, para las dos funciones que se ofrecieron ese 17 de mayo (22:00 y 23:45 horas). El público estuvo compuesto por grupos de señoras «grandes» como se dice en Argentina, pero también parejas adultas, otras más jóvenes – pero sin presencia de actores y miembros de la comunidad teatral local –  que pacientemente hicieron su fila y fueron conducidos por el personal del Teatro – muy atentos hay que reconocer –  hacia sus respectivos asientos. La función comenzó minutos pasadas las 22 horas y la sala estaba completamente llena. Incluso los pisos superiores del Mitre estuvieron llenos de público que quería ver más a Araceli González y a Facundo Arana que la historia dirigida por Luis «Indio» Romero.   


La obra adaptada por Masllorens y González Del Pino está más cerca de la película del 95 que a la obra literaria, ya que en esta última los hijos de Francesca se enteran al final el romance que tuvo su madre con el fotógrafo, mientras que tanto en la película como en el teatro los hijos van contando el relato basado en el libro que les dejó la madre al morir.


Caroline y Peter, aunque en la novela se llama Michael, son los hijos de Francesca, interpretados en el teatro por Lucrecia Gelardi y Matías Scarvaci. Ambos son los narradores, bastante sobreactuados, mientras leen el testamento de la madre, con un pedido muy curioso: ser cremada y que sus cenizas sean esparcidas en el puente Cedar Bridge. Esta petición es extraña para ellos, pero luego van entendiendo cuando encuentran las cartas dirigidas a su madre por un tal Robert, que están acompañadas por una colección de fotos en donde posa ella.

Así comienza la historia con la entrada de Araceli González, en el papel de Francesca, que arrancó muchos aplausos en el Teatro. Minutos más tarde, hizo su entrada Facundo Arana -como el fotógrafo Robert Kincaid – que provocó aplausos, gritos y suspiros de muchas de las féminas presentes en todos los niveles de los asientos del Mitre.


Poco a poco se va desarrollando la trama, con el acercamiento entre Francesa y Robert y el surgimiento del amor entre la ama de casa de origen italiano,  y el fotógrafo de la National Geographic, que viene a Madison para tomar fotos de sus puentes… o esa era la idea, porque en realidad lo que se vio en escena es que los actores decían el texto pero sin transmitir esa pasión, esa entrega, esa poesía, ese «decir» que debe envolvernos para sentir el amor maduro de estos personajes.

González habla con un acento extraño, se le olvida el acento que le había impregnado a la actuación, declama, está como recitando, con una inflexiones agudas que nada tienen que ver con esta mujer madura, solitaria, que ha perdido esperanzas para dedicarse a su esposo e hijos, dejando de lado sus sueños de creación, sus ilusiones de enseñar, de ser…


Por su parte, Arana también recita el texto, no se siente que esté viviendo lo que expresa, algunas palabras le suenan falsas, que no le son comunes en su hablar diario, como al expresar «en un universo de ambigüedad esta certeza viene una sola vez, y nunca más, no importa» que se nota que no le es cómoda, está forzado a decirla… El tono de los 4 actores principales resulta monocorde, cansón, recitativo, sin inflexiones, solo suben el volumen como tratando de llegar a la última fila… algo innecesario en el Mitre donde la acústica permite escuchar con nitidez desde cualquier punto del teatro.


En la escena en que Robert/Arana se saca la camisa que lleva puesta y  mete las manos en un balde para lavarse, varias mujeres del público -muchas de ellas mayores- gritaron, aplaudieron y hasta silbaron en admiración del cuerpo del actor, lo que demuestra que muchas de ellas no fueron por la historia sino para ver a Arana.


Si bien esa parte de la historia – que también aparece en la película – genera esta reacción entre las féminas, lo cierto es que la intención es mostrar la incomodidad que Francesca Johnson siente al ver a este hombre con el que vivirá un apasionado romance durante los cuatro siguientes días.


Lamentablemente, los dos actores no pueden escapar a la comparación, pero el principal problema es que ninguno se siente que interpreta sus personajes, no viven las situaciones, la voz no convence, no se siente veraz. Hay mucho texto discursivo, descriptivo, pero con poco sentimiento. 


No se siente química entre González y Arana, por eso, lo que se ve en escena es a dos actores haciendo personajes, pero no una interpretación que lo deje a uno conmovido e identificado. Eso en el teatro es algo terrible, porque uno está frente al actor y uno -como espectador – quiere sentirse parte de la historia, tocado por esos seres que interpretan otras vidas.


El quinto actor de este montaje es Alejandro Rattoni, quien representa a Richard – el esposo de Francesca – y es poca su participación como para hacer un análisis de su actuación. Resalta en el momento cuando le dice a su esposa «Francesca, sé  que  tú  también  tuviste  tus  propios  sueños.  Lamento  no  haber  podido  dártelos yo».


Hablando de  momentos, el que mayor  tensión genera en la novela y en la película es cuando Francesca y Richard «siguieron a Robert Kincaid unos cientos de metros hacia el norte, donde la 169 cruza la 92 que va de  este  a  oeste.  Era  una  parada  de  cuatro  manos,  con  mucho  tránsito  en  todas  direcciones, complicado por la lluvia, y ahora la niebla era más espesa. Estuvieron allí detenidos unos veinte segundos. Robert estaba adelante a menos de diez metros de  Francesca. Todavía podía hacerlo. Saltar de la Ford y correr hacia la puerta derecha de la pickup  de Robert, trepar sobre las mochilas, la heladera y los trípodes”, pero eso no se podía lograr en el teatro y la solución fue generar esa situación frente a la tienda del pueblo, mientras llueve. Ambos se ven por última vez y aunque ella quiere irse con él, al final decide quedarse con su esposo que la está esperando para regresar a casa, bajo la lluvia.


La puesta en escena de Luis “Indio” Romero es espectáculo, muy visual, va construyendo la historia apoyado en los distintos espacios creados por la escenografía de Marcelo Valiente para trasladarnos a la década de 1960. El vestuario – de Pablo Battaglia – también es útil para la propuesta estética de la obra, Araceli González tiene varios cambios de ropa, marcando estados de ánimo y situaciones que vive en la obra, mientras que Arana siempre mantiene el look con que lo describió Robert James Waller «jeans, botas y tiradores color naranja», acompañado de sus cámaras Nikon y su trípode. La iluminación y la música – cargada de jazz y blues – también permiten crear ese ambiente de aquellos años.


“Los Puentes de Madison» es una obra que habla del amor maduro que llega en el momento menos indicado y que – sin embargo – refresca el alma y la hace seguir adelante. Pero también es un texto que menciona el peso de la responsabilidad, con la pareja, con los hijos, que muchas veces se impone a los deseos individuales. Es una lucha entre el querer y el deber… eso que en algún momento nos toca a todos enfrentar.


El público de Jujuy es generoso con las producciones que vienen al Teatro Mitre, siempre hay presencia de espectadores, aunque algunos olviden apagar el celular y molesten con los sonidos de las llamadas o mensajes, y sería bueno que esa misma generosidad la mostraran con las obras teatrales de los grupos independientes de la Provincia que presentan propuestas tan interesantes – o más – que las que vienen de Buenos Aires, porque como dice Alejandro Jodorowsky “uno no va al teatro para escapar de sí, sino para restablecer el contacto con el misterio que somos todos”, o esa es mi Visión Particular.

Francisco Lizarazo


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