En el noroeste argentino la mujer común ha tenido una larga historia de
subordinación y confinamiento. (…) Hoy, a pesar de la irrupción de
tendencias emancipadoras, hay situaciones de hecho donde la mujer
está en un plano de inferioridad respecto del hombre. Y lo más grave,
muchas de estas mujeres no tienen conciencia de su estado de
sometimiento o alienación.
Jorge Paolantonio, Teatro II; San Fernando del Valle de Catamarca, Sarquís, 2009; p. 13.
¿Qué tienen en común Rosa Ocampo, la India, Eulalia Ares de Vildoza, Julia Brandán y una mujer de pueblo? Que además de ser todas tucumanas, ellas cinco reviven cada vez que Blanca Gaete las interpreta.
Como parte de las actividades del recientemente 1er encuentro de la Mujer en la Escena Teatral del NOA (noroeste argentino), de Tucumán se presentó en la Casa la Cultura de la Universidad Nacional de Jujuy (Unju), la obra Cuatro Mujeres, Cuatro Miradas, una adaptación hecha por Gaete de Rosas de Sal, la obra de teatro de Jorge Paolantonio, que por más de 20 años ha interpretado y que le ha valido distintos reconocimientos.
«Gaete es una actriz provincial, nacional y latinoamericana, directora de teatro, directora de radioteatro, titiritera, docente de teatro y expresión corporal. Inició su carrera en 1966 en el radioteatro contando cuentos en Radio Municipal y el programa se llamaba “Cuentos de Blanca”. Allí narraba y proporcionaba lenguajes creativos a los niños.
La obra teatral “Rosas de sal” fue estrenada en la sala “Catulo Castillo” de Buenos Aires en octubre de 1990, con dirección del recordado teatrista Manuel Chiesa«.
La actriz recurre a los personajes de La India, Eulalia Ares de Vildoza, Julia Brandan y la mujer del pueblo (escritos por Paolantonio) para hablar de las féminas de Catamarca, incorporando a la tira piedras, como se conoció a la payada Rosa Ocampo, con texto de su autoría.
Un doloroso juego infantil
En un escenario vacío donde una vela en una mesa ilumina un costado, aparece Rosa Ocampo para entre balbuceos, expresiones de dolor y mucha angustia contarnos su vida, una que esta signada por la miseria.
Es cierto que se casó, pero ello no mejoró su vida, pues el marido abusaba de ella, le tiraba de los cabellos, la humillaba y al final, Rosa terminó loca en las calles. Allí comenzó a ser conocida como La Payana, o la tira piedra, y es que este nombre se refiere a un juego infantil que se practica con cinco piedras pequeñas u objetos similares, que consiste en ir tomándolas del suelo al tiempo que se arroja una de ellas al aire y se vuelve a tomar sin que caiga al piso. En otras latitudes este juego tiene otros nombres y son principalmente las niñas que en círculo, con las amigas, las que lo juegan.
Rosa Ocampo vivió a dos cuadras de Blanca Gaete, cuando la actriz era una niña, y ahora vivirá en el recuerdo, no solo porque su nombre aparece en un libro sobre la zona norte de Argentina, donde Rosa vivía, sino porque ahora muchos pueden conocerla a través del arte de Gaete.
Sincretismo religioso
Para exorcizarse de la tragedia de Rosa Ocampo, la actriz se desdobla en un rincón mientras una música muy tenue ayuda al público en la espera – aunque en realidad el tiempo se hace más largo – mientras Blanca se transmuta en una india quechua que hace un ritual de purificación, que cuenta su vida y desventuras amorosas – en una mezcla de religiosidad y mundana acción – que la lleva a tener una relación- o más bien violación – de parte del hombre que la utiliza sexualmente. Ella tiene un hijo, que luego le es arrebatado, mientras ella es un objeto de sacrificio.
Eulalia Ares de Vildoza
Pero si las dos primeras mujeres reflejan la imagen de las féminas sufridas, la que a continuación nos ofrece la actriz es muy distinta, es -literalmente una mujer de armas tomar.
Con un simple manto, Blanca Gaete se transforma en un monje que en realidad es Eulalia Ares de Vildoza, quien en la época de las guerras civiles de Argentina estuvo casada con el Teniente José Domingo Vildoza, partidario del derrocado Gobernador Ramón Rosa Correa, y se opuso a Moisés Omill, quien gobernaba Catamarca en carácter de interino.
«Según la revista Todo es Historia, “ante la falta de reacción de los pocos opositores que quedaban en la provincia, a quienes calificaba como ‘gallos de corral’, Eulalia reunió a sus vecinas y esposas de oficiales perseguidos, para buscar la manera de derrocar a Omill”. Eulalia viajó a Santiago del Estero para comprar armas y mandó a pedir municiones a Buenos Aires.
Las 23 mujeres se encontraron en la iglesia a la medianoche. Cambiaron sus faldas por ropa masculina, y “empuñando fusiles, comandadas por Eulalia, se apoderaron del Cabildo al sorprender a los guardias dormidos”. Como el gobernador no estaba, fueron a la casa, también acompañadas por algunos oficiales que se les habían reunido. Pistola en mano, Eulalia golpeó la puerta de sus habitaciones y pidió a Omill que saliera. En ese momento, uno de los soldados disparó un tiro y fue contestado con otro desde el interior. En medio del tiroteo y la confusión, Omill “huyó saltando las paredes del fondo de su casa, sin sombrero, descalzo y con los pantalones en la mano”. Corrió a pedir ayuda a los frailes del convento de San Francisco quienes le prestaron un hábito y un caballo. Y así, disfrazado de monje, huyó a Tucumán.
Horas más tarde, Eulalia presidió una reunión en el Cabildo, y como “gobernadora” por unas horas, “ordenó ruegos de acción de gracias por el triunfo de la revolución, que se engalanaran los frentes de las casas y que se distribuyeran limosnas a los pobres”. Finalmente, el Congreso Nacional nombró interventor de Catamarca al General Rojo y le presentó a Eulalia el agradecimiento “por su noble cooperación al restablecimiento de la paz y el orden constitucional del país”. Eulalia falleció a los 75 años, el 16 de junio de 1884″.
De esta manera, Eulalia Ares de Vildoza demostró que las mujeres pueden tener mando militar y plantearse grandes retos civiles y que no son siempre aquellas sufridas féminas que uno piensa, principalmente en las épocas pasadas.
Julia Brandán
Pero si Eulalia Ares fue la mujer de armas tomar, la próxima mujer en aparecer en escena en la piel de Blanca Gaete no se queda atrás, pues Julia Brandán supo hacer frente a las violaciones o acosos sexuales permanentes de los hombres de Catamarca, transformándose en un ícono de la cultura urbana y marginal de la ciudad durante las décadas 60 y 70.
Ella decidió – desconozco si consciente o por problemas mentales – vestirse de hombre y vagar por las calles como un varón, con la permanente compulsión de un gesto que se dice es parte de la simbología urbana catamarqueña: tomarse la vagina y gritarle a los hombres: “¡¡Bicho… bicho… comelo, comelo!!”
La actriz recurre al desparpajo, a la desfachatez para recrear a esta mujer que debió usar las mismas herramientas que habían usado contra ella: el acoso, para que los hombres – principalmente – vieran lo dañino y violento que resulta una actitud de permanente acorralamiento sexual.
La mujer del pueblo
Cierra el espectáculo una mujer de pueblo que entona una copla – basados en la coplera tucumana siqueira – y se va llevando todo lo que encuentra a su paso, como limpiando el vendaval que han dejado las distintas mujeres en escena, mientras va saliendo de escena va entonando sus coplas.
Son miradas sobre la mujer, lo que le sucede en una sociedad que antes y ahora parece no entender que todos tenemos derechos y que los míos finalizan donde comienzan los tuyos. Lamentablemente, la mujer parece llevar la peor parte en estos derechos.
La actuación de Blanca Gaete despierta admiración, rabia, rencor, esperanza, dulzura, por los sentimientos que ella transmite en cada uno de los roles que asume en este unipersonal y que despertó en el público una catarata de aplausos al finalizar la función, donde la fuerza estuvo en la interpretación, porque el escenario es un lienzo en blanco que permite a la actriz demostrar sus capacidades histriónicas sin otro recursos que la voz, y el cuerpo.
El teatro permite que mediante la ficción se rescate del olvido a quienes luchan en el anonimato por surgir, o que han sido víctimas de sus circunstancias. Esos seres olvidados denuncian, y a través de ellos se cuenta y se comparte una fracción de la vida diaria de nuestros pueblos, que no siempre aparece en los grandes medios, ni en las redes sociales, pero que de igual manera son producto de nuestra manera de ser, o esa es mi Visión Particular.
Francisco Lizarazo
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