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Mitades que hacen un todo a la hora de narrar la historia

«dadas unas condiciones iniciales de un determinado sistema, la más mínima variación en ellas puede provocar que el sistema evolucione en formas completamente diferentes».

Concepto del “efecto mariposa” del meteorólogo Edward Loren

Un hombre tiene una misión: dar a conocer de pueblo en pueblo lo que sucedió en la villa donde él vivía. No hace esta tarea por altruismo ni por querer narrar historias como los trovadores, lo hace porque es su manera expiar sus culpas, de apaciguar a sus demonios internos, todo porque – como muchos otros – no hizo nada cuando vio que un botón había caído al suelo.


Como apoyando la teoría del efecto mariposa, el pequeño botón desemboca en una catástrofe en un pueblo que por rencillas, divisiones y otros temas menores ha quedado partido en dos: una mitad antigua – dirigido de manera feudal por una duquesa – y una zona moderna, donde el empresario dueño de la fábrica es el amo y señor. La tensión entre ambas mitades del pueblo no es más que el producto de la lucha entre opresores y oprimidos.


Para contar la historia de este pueblo a la orilla del mar que está dividido en dos partes el hombre no está solo, pues – como Tom Hanks en El Náufrago construyó a Wilson de una pelota – él se vale de uno 50 muñecos – armados con trozos de tela y botones – que le acompañarán en su nada grata tarea de relatar lo que motivó que los dos pueblos se enfrentaran aniquilándose entre sí, solo quedando vivos los poderosos y los tontos, mientras que la fuerza productiva y la gente sencilla muere.


La historia de este ser solitario tiene nombre: «Medio Pueblo» y su creador es Martín Giner, quien nuevamente es llevado a escena por el Grupo La Rosa Teatro, esta vez en el Teatro Estación Perico, para contarnos sobre explotadores contra sometidos, pero donde todos deben responder ante una autoridad, que no siempre tiene las mejores intenciones.


Germán Romano tiene la responsabilidad de prestar la piel para el personaje de este monólogo asistido, lo de asistido es porque cuenta con los muñecos para crear toda la ilusión y magia que propone el dramaturgo, que lo ayudan en la primera parte de la obra a establecer el quién es quién en cada mitad del pueblo.


Las historias de estos personajes van entrelazándose para conocer la dinámica del pueblo. Está el maestro, el trabajador, el pescador, el obrero, la bruja, el capitalista dueño de la fábrica. Del otro lado de la orilla está el comerciante, el pisatario, el labrador, el niño víctima de todos porque tiene la cabeza grande y nadie quiere estar cerca de él, mientras en el otro lado del pueblo se burlan de él diciéndole «niño calabaza», pero nadie es totalmente feliz porque a ambos lados del pueblo se sufre por las condiciones que imponen los poderosos, aunque son los abogados los que verdaderamente tienen el poder y saben manipular para lograr su cometido.



El director de este montaje, Leandro Amarelle, teje una escenografía – de Edith Villarrubia –  como si fuera un ajedrez de estacas rojas y grises que permite a Romano ir llenado los espacios con los muñecos mientras va narrando la historia del pueblo.


La segunda parte de la obra desarrolla la tesis inicial sobre el botón que desencadena la tragedia en medio de situaciones que son tratadas con humor para evitar hacer un manifiesto político, aunque la obra lleva en su interior un gran contenido social reivindicativo, porque a veces las malas noticias es mejor tomarlas con algo dulce.


Los muñecos – elaborados por Carlota Campero – son un elemento rico en contenido visual y narrativo que Romano utiliza muy bien para ir creando la atmosfera de la obra, permitiendo al espectador involucrarse sentimentalmente con esos personajes, escogiendo partido sobre cada uno de ellos, que reflejan a cada mitad del pueblo y que por sí solos forman un conjunto de seres que tienen sus propias vidas y calamidades, sin dejar de mencionar que en medio de tanta tribulación siempre hay momentos para el amor, la felicidad y la diversión, porque así somos en realidad los hombres, mitad tragedia y mitad comedia.


Hay que destacar el trabajo tanto del director como del protagonista ya que es un texto largo que tiene muchos matices, pues no solo es contar la historia de la obra, sino la de cada uno de los muñecos, dándole voz y personalidad física a cada uno de ellos, lo que se logra al ver el resultado final. Amarelle también recurre a la iluminación y a la música para darle soporte a la actuación de Romano, que como un trovador va dando a conocer a cada uno de los habitantes, con sus problemas, alegrías y frustraciones.

Este es un pueblo grande donde el público tiene mucho que ver y aprender, pues los muñecos parecen multiplicarse y cada uno es un personaje destacado.


El final es la búsqueda de la redención, pues el narrador descubre su verdadera personalidad y asume su propio muñeco, para tomar su parte de responsabilidad al no hacer nada cuando vio que el botón se cayó del «niño calabaza», provocando las siguientes acciones que terminan en la aniquilación del pueblo y ahora, como uno de los pocos sobrevivientes de esta exterminio, va contando lo que sucedió.


Pero como la historia la escriben los vencedores, el empresario de la fábrica pagó para que el relato se contara a su manera. También la duquesa pagó grandes sumas de dinero para que el relato fuera a su favor. Todos fueron complacidos. El «niño calabaza» solo tenía un botón para pagar al narrador, por lo que consiguió muy poco de él, así que tal vez cuando vea la obra será espectador del relato pagado por alguno de ellos, o quizás el hombre supo incluir la verdad en cada narración y así podremos enterarnos de la verdad, porque como decía Fox Mulder – en los Expedientes Secretos X – «la verdad está allá fuera» y en cada función que esta obra se presente en la provincia de Jujuy, será una nueva oportunidad para que la audiencia conozca una historia que – no por simple e imaginativa – está más cercana de lo que creemos, o esa es mi Visión Particular.      

Francisco Lizarazo

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