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¿Necesitamos mezcal para saber quiénes somos?

El alcohol puede ser un ingrediente para animar una fiesta, pero «un poco de más» puede ser el detonante para «aguar» cualquier reunión y exponer los bajos instintos de los seres humanos.


Recientemente estuve en un cumpleaños, donde la gran mayoría de los invitados no pudieron asistir porque la lluvia les impidió llegar a la casa de la anfitriona. Aunque fuimos pocos en el encuentro, no faltó la comida, la bebida – cerveza, vino y tequila – sin olvidar el pastel para cantarle las mañanitas al homenajeado. Fue una velada íntima, que culminó al día siguiente porque los invitados tuvimos que quedarnos en casa de la anfitriona, por la hora que terminó y la distancia de la residencia, para pasar la «resaca» por la gran ingesta y mezcla de licores. Esta fiesta no llegó a mayores, porque si bien hubo discusiones culturales acaloradas, la sangre no llegó al río y nadie reveló secretos ni sacó la careta de su lado oscuro.


Pero no siempre sucede así y, por ejemplo, mientras mayor grado de confianza existe mayor es la posibilidad de que el mezcal provoque el paso a realidades que no queremos conocer. Tomemos el caso de Laura y Alex, quienes para celebrar la inauguración de su casa invitan a sus amigos, pero la lluvia les impide llegar y solamente acuden Mauro, el mejor amigo de la dueña de casa – y que entre nosotros está perdidamente enamorado de ella- y Jimena, la prima de la anfitriona.

Como sucede con frecuencia en estos grupos pequeños, que además se conocen íntimamente, el licor comienza hacer estragos y afloran sentimientos ocultos- y otros no tanto – hasta llegar a decirse y hacer cosas de las cuales luego llegan a arrepentirse.


Pero adicionalmente al mezcal, digamos que hay un par de elementos que se combinan para que estos sentimientos ocultos se revelen: una silla destartalada y abandonada en el ático de la casa y un vecino que puede ser un «titiritero» que juega con los asistentes a la fiesta para lograr sus propósitos.

¿Les parece medio confusa esta escena?, pues esto es el producto de la imaginación de Cristian Magaloni y César Blanco, quienes escribieron «Posesos, Posesivos y un poco de Mezcal« una obra de teatro, dirigida por el propio Magaloni que se está presentando todos los martes de septiembre, a las 20:30 hrs, en el Foro Shakespeare, Zamora 7, Col. Condesa, de la ciudad de México.


El planteamiento de Magaloni es que esta fiesta de amigos en Halloween con Laura, sicoterapeuta, interpretada por Ana de los Riscos junto a su novio Alex, un actor que ni triunfa ni fracasa del todo, en la piel de Ramón Valera; Mauro, escenificado por Gustavo Proal, artista plástico enamorado de Laura; y Jimena, Valeria Bazúa, la prima excéntrica de Laura, dentista, extrovertida, pasional y juguetona, puede convertirse en un motivo para que los seres humanos afloren sus más bajas pasiones y muestren de lo que son capaces una vez que se han quitado la máscara.


Este último punto, la máscara es el inicio de la obra, ya que vemos a los personajes principales sentados en un sillón cubriendo sus caras con bolsas de papel – no solo porque están en Halloween – sino como queriendo significar que todos llevamos algo oculto.

Al principio de los 90 minutos que dura esta pieza lo que el espectador ve son juegos, risas y mucho ingerir mezcal, mientras un personaje conocido como «largirucho» (Michael Miller) es un narrador omnipresente, además de ser paciente de Laura, quien nos irá contando lo que ha tramado para esta noche.


El montaje pareciera ser una comedia de humor negro con muchos doble sentidos e insinuaciones, con personajes vestidos como la mujer maravilla, un zombi, el hombre invisible y gatubela,  hasta que los efectos del alcohol hacen que se den a conocer sentimientos ocultos como el amor no correspondido, la infidelidad, las relaciones sexuales y otros que generalmente ocultamos por el miedo al qué dirán.

«Posesos, posesivos y un poco de mezcal» es una obra que toca muchos aspectos simbólicos como la lucha de poder, que la representa la nombrada silla abandonada en el ático, así como la manipulación que una mente enferma como la del «largirucho» puede obrar para que se desarrollen los acontecimientos que ven los espectadores en escena.


Los actores logran momento de verdadera intimidad y de una gran fuerza dramática a la hora de decirse las verdades y logran pasar de las primeras escenas de humor y «rompimiento del hielo» para dar paso a todo el infierno que lleven internamente, finalizando como si aquí no hubiera pasado nada y que todo fue producto de los vapores y exceso del mezcal.

La dirección de Magaloni crea el ambiente distendido de la primera parte y va generando ese clima necesario para que los actores naveguen en ese mar de pasiones y sentimientos, sin embargo en su doble función de director y autor debería h

aber estudiado más qué es lo que le interesaba mostrar porque -a la larga – el personaje del “larguirucho” genera «ruido» en el espectador porque no queda clara su participación directa en el resto de las acciones. El juego del poder con la silla es un recurso que – al igual que en el juego de la botellita, muy usado en las fiestas – permite ser el catalizador para que los personajes se quiten las «mascaras» internas y muestren quiénes son en realidad.

Con la producción de La Misenplas, un grupo nacido en España pero que ya está sembrado en México, esta obra es una muestra de un teatro inteligente en su escritura y puesta en escena, que vale la pena ver para darnos cuenta que «parafraseando» el slogan de TNT «pasa en el teatro, pasa en la vida real», pero no me haga caso, acuda al Foro Shakespeare y saque sus propias conclusiones sobre si necesitamos mezcal para saber ¿quiénes somos? y si lo que ve en escena le ha pasado a ustedes o a alguien que conozcan, porque al final, esta es mi Visión Particular.

Francisco Lizarazo

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