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¿Puede la imaginación salvar un matrimonio?

Ahora es necesario separarnos, no sigamos haciéndonos mal,

lo nuestro ya se estaba convirtiendo simplemente en una rutina,

y el amor, el amor es otra cosa, al amor hay que alimentarlo todos los

días con esas pequeñas cosas que nosotros ya perdimos.

Prometimos no llorar

Palito Ortega

Cuando se tienen 20 años de matrimonio surge una gran pregunta ¿cómo se han mantenido? ¿Acaso la rutina no ha hecho mella en ese amor? ¿Cuál es la fórmula para seguir tanto tiempo en pareja?


Dicen que la rutina es el peor mal de los matrimonios y que muchos se mantienen unidos por la costumbre y no por verdadero amor. Tal vez eso les pasa a Matilde y a Carlos, que tienen ese tiempo juntos – sin hijos – con una vida plagada de rutinas como hacer el amor los miércoles impares.


Carlos es el hombre que provee, el que trabaja en la calle y cuando llega a su casa se siente amo y señor de su castillo. Cada vez que arriba a su hogar hace exactamente lo mismo: sentarse en su silla favorita y leer el periódico, mientras Matilde ejerce de ama de casa y tiene que lidiar con la falta de ayuda de su esposo en los quehaceres y debe sortear los altos precios de los alimentos, que ya ni para comprar tomates y hacer una sopa se puede.


La sopa de tomate es el desencadenante que usa Martín Giner para crear su obra «Verduras imaginarias» que se presentó en el Teatro El Pasillo, con las actuaciones de Carlos Delgado y Natasia Rivero con la dirección del propio Giner y la producción del grupo Bajofondo Teatro (Inc), de la población de Salta.


Esta es una comedia de enredos – con toques de absurdo – donde la sopa de tomate – que en realidad es de chaucha – abre las posibilidades para que un matrimonio – en un acto – «juegue» a imaginarse cosas, aunque el resultado puede ser peligroso, porque como asegura Carlos dejarían de ser un matrimonio «normal», como si esa condición no estuviera sobrevalorada en la actualidad.


La imaginación permite a Matilde pensar en cómo sería ese hijo que no ha llegado al matrimonio, tal vez lo único que evitaría mayor rutina entre ellos y aunque Carlos se resiste al juego poco a poco se envuelve en él, llegando a ver a su descendiente, pero eso también puede traer inconvenientes, al no saber diferenciar la realidad de la ficción, algo así sucede en ¿Quién teme a Virginia Woolf? de Edward Albee, cuando se crean la ilusión de un hijo para sostener el matrimonio de George y Marta.


Al final, Matilde logra su propósito – tener la ilusión del hijo – perdiendo tal vez la cordura para quedarse en la fantasía, mientras que Carlos se aferra a la realidad – que representa su sillón – dejando a su esposa en la oscuridad mientras se apagan las luces en la escena.


El autor y director presenta una propuesta minimalista donde la importancia radica en el texto y las actuaciones, no en grandes escenografías ni en efectos. En escena lo que se ve es el drama, cargado de mucha comedia, de dos seres humanos que están juntos aunque no quieren reconocer que los une solamente es la rutina y la idea de que algo podrá pasar para mejorar la situación actual.  


En Carlos Delgado (Carlos) y Natasia Rivero (Matilde) se ve química en el escenario, hay compenetración en sus actuaciones. Se nota que tienen el texto asimilado y lo han hecho parte de ellos, por lo que el público asiste a una interpretación fluida y coherente en el decir y los movimientos de los actores. Es una historia cruda que con humor permite tocar algunos temas que no siempre son fáciles de digerir, como frustraciones, sueños, anhelos, tiempos pasados que afectan al presente.


Las relaciones de pareja no son nunca fáciles, pero no imposibles de mantenerse, y a veces no basta el amor o el deseo, también debemos recurrir a la imaginación para evitar la rutina que para muchos es el gran mal del siglo XXI, o esa es mi Visión Particular.

Francisco Lizarazo

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