El mundo es una mierda… ¿y por eso vamos a dejar de coger?
El Mono
«Él había trabajado en un taller donde se reparaban motores de los ferrocarriles: Los empleados eran todos hombres mayores y tenían apodos de animales. Habló de un cuartito, de una lucha singular después del horario de trabajo. Mencionó también ritos, ceremonias oscuras que formaban parte de la vida cotidiana. Tuve la sensación de que a través de sus palabras ingresaba a un lugar mítico. Desde entonces, cada vez que me visitaba, le pedía que me contara más detalles».
Con estas palabras, Jorge Accame relata el génesis de su cuento ‘Quería taparla con algo’ que en su versión teatral subió al escenario de la mano de Producciones La Vuelta del Siglo en el teatro El Pasillo de Jujuy.
Cinco hombres con nombres de animales: el Mono, la Cabra, el Tucán, la Hiena y el Pescado son trabajadores de un taller, de qué poco importa – aunque parece ser que lo de ellos son los motores y se sienten orgullosos de su oficio – porque lo que en realidad tiene relevancia es que ellos cada noche se transformen verdaderas bestias sedientas de violencia y sexo.
Para Rodolfo Pacheco, director de esta obra, es la quinta pieza que dirige de Jorge Accame, antecediéndoles “Hermanos” y “Jueves de comadres”, “Cruzar la frontera” a medias con Carmen Baliero y “Pavesas”.
El ambiente de este taller es lúgubre, sórdido, de hombres grasientos, sudorosos, que si bien toman mate y conversan sobre sus actividades diarias, lo que está en el fondo es la violación de una mujer, no es la primera vez y por lo que se ve tampoco será la última ocasión en que lo hagan.
Pero en esta oportunidad, el Tucán (Gustavo Ramírez) tiene remordimientos pues la «presa» se trata de una muchacha con problemas mentales y él se siente identificado pues su hija también tiene un desorden mental.
Sin embargo, eso poco le importa a sus compañeros: Mono (Saturnino Peñalva), Hiena (Ariel Posse Varela), y Pescado (Joaquín Ramos), por lo que comienza una lucha de palabras para ver quién o quiénes se quedan con la «Loca» (Sarita Pérez) que está perdida en su propio mundo y mientras recita palabras como sacadas de un cuento o historia de caballeros medievales es inconsciente de su negro futuro.
Tucán logra imponerse y los otros se abstienen de violar a la joven escapada del manicomio local, pero el jefe de la banda: el Mono, reta al defensor de la joven a batirse en duelo con la Cabra (Rodolfo Pacheco) para dirimir el futuro de la chica. La lucha se realiza en medio de los gritos de los trabajadores y en medio sobras y contraluces, para que Tucán se imponga, pero…
Al final – en contra de las normas que dictan los relatos con finales felices – nadie puede salvar a la nueva víctima que sigue diciendo incoherencias perdida en el laberinto de su mente, mientras los animales esperan saciar sus bajas pasiones y el telón va cayendo dejando al público con el agrio sabor del mal que se impone y triunfa.
Este relato de Accame adquiere dimensiones de real violencia al verla interpretada en escena, muy diferente a la violencia que se puede interpretar al leer el texto o al ver el comic dibujado por Carlos Aón y que se recoge en el libro «La Fábrica». El hecho de que los personajes tengan nombres de animales le agrega una fuerza al comparar el comportamiento de las bestias salvajes con lo que los hombres pueden hacer en otros ambientes.
Pacheco como director ofrece un ambiente oscuro, por eso la escasa iluminación del escenario, creando una atmosfera de miseria humana con personajes que no logramos distinguir bien entre las penumbras, pero que sabemos son seres violentos y que están sedientos de sangre, de sexo, sin importarles quien sea la víctima, pero con una doble moral: ya que la madre y las hermanas son intocables y de ellas no se puede hablar.
Los actores ofrecen una muestra de lo bajo que puede llegar el hombre y el premio final para ello es el aplauso desde la platea, sin que nadie nos diga que se acabó la obra, aunque no sabemos si queremos aplaudir a los actores o castigar a estos seres malvados y que poco les importa el mundo exterior.
Uno se llega a preguntar como espectador si así somos los seres humanos y qué pasaría si en realidad no tuviéramos valores familiares, que cada día parecen desaparecer en los hogares.
El trabajo de producción se completa con la técnica de Julia Suárez y un sello especial de música en vivo de Juan Muñoz, diseño gráfico de Rodrigo Moltoni, la fotografía de Ariel Posse Varela, en maquillaje está Noemí Salerno.
El teatro busca que el espectador se confronte con realidades, se haga preguntas, se cuestione y en «Quería taparla con algo» esto se cumple y nos mueve a pensar y actuar para lograr tener un mundo mejor, más «vivible», o esa es mi Visión Particular.
Francisco Lizarazo
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