Gay Talese es considerado el padre del nuevo periodismo por la manera en que describía a sus personajes en sus
entrevistas. Famosa es aquella historia sobre el día en que Frank Sinatra estaba resfriado.
Talese aplica técnicas y recursos literarios a sus artículos de prensa y los comienzos de su actividad periodística se remontan a las crónicas deportivas cuando todavía era un estudiante de instituto. Este tipo de relato lo siguió haciendo en The New York Times y siempre desde el punto de vista .de las historias de los personajes secundarios que no deslumbran ni aparecen en las primeras páginas.
El periodista ha escrito muchas historias de boxeadores y del que más se ha ocupado es de Floyd Patterson a quien le dedica toda «la tercera sección del libro, titulado «El Perdedor» con ocho artículos en los que el autor acompaña al boxeador en sus combates de revancha contra el sueco Ingemar Johansson —en el primero de los cuales se convirtió en el primer campeón de los pesos pesados de la historia en recuperar el título perdido— y las posteriores derrotas contra Sonny Liston. Talese analiza y profundiza en la personalidad de Patterson para tratar de explicar el espíritu contradictorio de un boxeador esencialmente bueno al que no le gustaba mirar directamente a los ojos de sus rivales, amante de la soledad, aparentemente falto de confianza y que solía disfrazarse tras perder un combate para que nadie lo reconociera».
Talese vive en Estados Unidos así que no podrá contar la historia de Mario «Rocky» Arguello, un boxeador en su ocaso profesional, así que trataré de contar yo esta historia, que como la de muchos boxeadores está forjada a los golpes, no tanto los físicos, sino por los que más duelen, que son los morales, los que da la vida con sus enseñanzas.
«Rocky», apodo tal vez tomado de la película protagonizada por Silvester Stalone, o por el peleador «Rocky Marciano», viene de defender la corona y — lamentablemente – su oponente fue mejor arrebatándole el título que Mario detentaba. Este fue un combate donde corrió mucha sangre, principalmente la del campeón.
Según he escuchado de otros boxeadores cuando pierden una pelea, los golpes que más duele no non los que les dan los contrarios, sino los que ellos mismos sienten en su alma, cuando caen en la consciencia de que están por perderlo todo y Mario no fue la excepción, esos golpes fueron mortales en su espíritu y en su alma.
Pero «Rocky» no está solo, siempre lo acompaña el «Grillo», ese entrenador que en el caso de los pugilistas es más que eso y se transforma en confidente, amigo, que hasta padre ha sido para Mario, algo que si uno revisa en la bibliografía o en películas siempre sucede porque estos entrenadores pasan horas y días con sus boxeadores, quienes generalmente tienen vidas destrozadas, provenientes de hogares separados, peladores, malos estudiantes y sí, Mario es todo esto y un poco más, porque su vida de niño no fue fácil y gran parte de las cosas las resolvía a los puños.
Pasado algún tiempo, que Arguello ha utilizado para lamer sus heridas como hacen las fieras cuando descansan de una pelea, llega la oportunidad de una gran pelea, esa que puede regresar la fama y la fortuna… pero algo falta y es el ánimo, la entrega, el deseo, aquello que en Rocky III se llamó “el ojo del tigre”.
Mario no ha sanado sus heridas internas, las externas ya no se ven, y el miedo lo invade ante la nueva pelea en el cuadrilatero. Llega Grillo para animarlo y lo que encuentra es un cuadro de depresión, tristeza, miedo y pocas ganas de pelear. El pánico se hace presente, mientras Mario come desesperadamente para llenar su vacío. Allí en el vestidor comienzan a aparecer los fantasmas, los rencores, las palabras que no se han dicho estos dos hombres que mezclan entre gritos e insultos sus desilusiones, sus fracasos amorosos y familiares, enfrentándose en una lucha verbal, tan o más fuerte que si fuera en el propio ring.
Afuera el tiempo sigue y los minutos corren para la pelea, pero adentro los ánimos están por estallar y así lo hacen, pero la sensatez llega con un juego infantil y que pasa casi desapercibido para quienes puedan ver a estos dos seres, una simple toalla permite recordar que siempre han estado juntos y ambos se necesitan.
Mario «Rocky» Arguello se sube al ring para dar lo que tiene en sus entrañas, a pelear como si en ello le fuera la vida, convencido de que ha hecho las paces con el mundo y con su padre, su gran tormento. Detrás le sigue el «Grillo» confiado en que esta sí será la pela del regreso.
Suena la campana y tras una respiración profunda, comienza el pecado final, enfrentarse a lo desconocido, lanzado el primero derechazo cometiendo el último pecado, enfrentar la vida antes de que todo se apague y baje el telón para «Respiro… el último pecado», una obra de teatro co-producción argentina boliviana, entre Alto Teatro y Nueva Escena de Jujuy, que se presentó en el teatro El Pasillo en dos funciones a casa llena.
Los autores de este drama deportivo son Freddy Chipana (quien además dirige) y Rubén “Chuña” Iriarte, quien hace el papel de «Grillo», el entrenador de Mario Rocky Arguello (Jorge Jamarlli) .
Los dos actores se notan que entrenaron para sus personajes porque en Jorge se ve la flexibilidad que tiene al saltar la cuerda y lograr que el público realmente vea a un boxeador entrenado. Lo mismo pasa cuando hace sombra, se nota el entrenamiento.
En el caso de Rubén hay técnica al moverse como el entrenador que da espacio a su púgil y lo anima siempre buscando sacar lo mejor de él. Pero también construye un personaje que tiene sus miedos, sus temores, sus peleas internas y que no siempre sabe cómo salir a flote en la lucha cuerpo a cuerpo con sus sentimientos.
Vi varios ensayos antes del estreno de la obra y puedo dar fe del proceso de entrega de los actores – que tienen procesos distintos a la hora de crear sus personajes – y de la compenetración que llegaron a tener para dar esa imagen de amistad, de entrega que deben tener un boxeador y su entrenador.
De esta obra resalta el carácter de la amistad entre estos dos personajes, como sucedía con Mickey Goldmill (personaje que interpretaba Burgess Meredith) y Rocky Balboa (Sylvester Stallone) que a pesar de los demonios internos y las rencillas siempre se tendrán el uno al otro.
Este sería el mensaje de la pieza teatral, que la amistad todo lo puede y supera cualquier obstáculo, cualquier pelea, que nos ponga la vida.
María del Carmen Echenique, es la asistente de dirección, mientras que Verónica Pérez es la responsable de la producción, Ariel Posse Varela y Celia Lettoli son los encargados de luces y sonido, y Silvana Anún realizó la gráfica.
Todos los días pelamos con nuestros fantasmas, miedos, temores, hasta con nuestros seres queridos y como dice un relato oriental, triunfará en nuestra lucha interna el lado que más alimentemos, por eso un buen grito para desahogarnos, un tiempo frente al saco de boxeo siempre son consejos a la hora de librar nuestras tensiones y como en esta obra lo importante es detenerse y dar un respiro, antes de ese golpe que puede significar el fin o el inicio de algo, o esa es mi Visión Particular.
Francisco Lizarazo
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