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«Señorita y Madame»: «Incluso pudimos haber sido amigos…»

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En 1902 nacen William Kane y Abel Rosnovsky. El primero en EEUU, hijo de una adinerada familia de banqueros, mientras que el segundo lo hace en Polonia en una familia de campesinos al servicio de un señor feudal.

Kane y Abel viven vidas distintas, que van de una exquisita educación y una vida cómoda a las penurias de la segunda guerra mundial en Europa, años de cárcel, momentos de hambre y desesperación.

Llevan vidas paralelas, pero las decisiones de uno alteraran la vida del otro, hasta que sus vidas se cruzan, y mantienen una lucha por derrotar el uno al otro. Una lucha de ambición y de poder, un choque de egos desmesurados.


Al final, Abel se da cuenta lo inútil de esta lucha entre ambos y que de haberse hablado a tiempo, de haberse llegado a conocer más ce en cuenta que «Incluso pudimos haber sido amigos».

Esta es la temática del libro de Jeffrey Archer que en 1985 dio origen a la serie Kane & Abel, que fue protagonizada por Peter Strauss   (Abel Rosnovski) y Sam Neill (William Lowell Kane).

Aunque esto fue una ficción publicada en un libro, luego llevada a la televisión, la realidad también tiene su dosis de rivalidad que pudo transformarse en una unión y no en destrucción.

Rivalidad en el mundo de la belleza


El dramaturgo venezolano Gustavo Ott utiliza la historia de la disputa en el campo de la belleza que tuvo como protagonistas a Helena Rubinstein y Elizabeth Arden, para hablarnos en «Señorita y Madame» del «cenit de la Industrialización, el advenimiento del fascismo, las debacles financieras, las guerras mundiales y la invasión de la publicidad moderna en nuestras vidas».

En el Teatro San Martín de Caracas, Luis Domingo González es el responsable de dirigir la historia de estos símbolos del poder femenino en el mundo de la industria de los cosméticos


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Con una exhaustiva investigación, que lo ayuda su formación como periodista, Ott nos cuenta la vida de Helena Rubinstein, quien nació en 1872 en una familia judía en Cracovia, pero salió de su tierra en con 20 años para irse a vivir a Australia, llevando determinación y unas pomadas que preparaba su mamá con el ingrediente secreto que le había dado una actriz de Hungría.


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En Melbourne, Rubinstein abrió el primer salón de belleza de la historia. En 1905 tenia una fortuna de la época de 100.000 dólares. Volvió a Europa, se casó con su publicista y en 1908 abrió en Londres su primera tienda que volvió loca a los ingleses. Rubinstein fue la primera en darse cuenta de que había tres tipos de pieles femeninas: normal, seca y grasa, y que cada una de ellas necesitaba un tratamiento específico. Pronto siguieron las mascaras contra el acné, el tónico facial, la crema de noche.


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Con la primera guerra mundial el marido de Rubinstein se la llevó a USA y allí empezó la batalla campal con Elizabeth Arden, seudónimo de Florence Nithingale Graham, quien nació en una familia de campesinos canadienses en 1878.


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Ella se trasladó a Nueva York y siendo cajera en un salón de belleza se descubrió al poco tiempo una enorme aptitud para aplicar los tratamientos faciales, al poco tiempos se asocio con una dama y abrió su salón cosmético en la Quinta Avenida.


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Un viaje a Europa antes de que estallara la primera Guerra Mundial le permitió entender desde otro lugar el maquillaje, en tanto descubrió el rimel de pestañas y la sombra de los párpados.


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Estuvo -y allí empiezan a entremezclarse las vidas de estas dos mujeres- en el salón de Helena Rubinstein y compró muestras de todos sus productos. Haciendo ingeniería reversa consiguió las fórmulas exactas de los productos de su rival con vistas a quitarle el excesivo tenor graso de su diseño.


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No solo la consiguió sino que entretanto se casó con Tommy Lewis el banquero que había conseguido para ella su primer gran préstamo y que se convirtió en su asesor financiero.


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En 1915 se enteró de que la Rubinstein -que le llevaba 6 años- quería establecerse en USA. Se estaba por desatar una guerra sobre todo porque Arden no soportaba la idea de que la Rubinstein se autoproclamara la reina mundial de la belleza.


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Ambas se divorciaron de sus maridos originales y los cambiaron por un principie georgiano (Helena) y otro ruso (Elizabeth). Pero – al igual que sus primeros esposos, estos también las vivían. Mientras tanto, una se dedicaba a coleccionar pintura, mientras la otra se hizo aficionada a los caballos de carrera. Las unía – además del odio recíproco – las joyas, de las que poseían colecciones solo comparadas a las de la propia reina de Inglaterra.


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Se odiaban y se robaban a los mejores empleados y cada una decía de la otra lo mismo: esa horrible mujer. Aparecieron libros que denostaban a la rival con información confidencial aportada por la otra. Pero detrás de los escarceos circulaba mucha energía que servía para que ambas mujeres compitiendo entre sí colaboraran en la creación de los emporios de la belleza.


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Helena Rubinstein murió en Nueva York en 1965 de una trombosis a los 93 años, que la encontraron en su despacho, adonde nunca de dejo de concurrir. Elizabeth Arden la sobrevivió 18 meses y también hallo la muerte en su despacho.


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Al final, los herederos no tuvieron las agallas de las fundadoras y fueron los emporios desarmados para ser adquiridos por los rivales, empresas que no eran consideradas «competencia» para las divas de la industria de los cosméticos, que se dedicaron al odio y la admiración mientras «el pez pequeño terminó comiéndose al grande».


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El elenco de 4 actrices de esta obra teatral está encabezado por Verónica Arellano, como Helena Rubinstein y Valeria Castillo, como Elizabeth Arden, acompañadas de Irabé Seguías, Ana Castelucci y Jennifer Morales, quienes interpretan un gran número de personajes de apoyo, que van desde las hermanas y madre de Helena, pasando por sus respectivos esposos, a Goering e incluso a Revlon. En escena se ve la lucha entre estas dos divas del mundo de los cosméticos, pero se ve también una lección de actuación de parte de Arellano y Castillo, quienes constantemente están desdoblándose para presentarnos las diversas facetas de sus personajes, de acuerdo a la etapa cronológica que narra la historia.


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La escenografía de Domingo Cova es minimalista, teniendo en primer plano del escenario dos puertas, una dorada y otra roja, representando los colores de cada una de las empresas, junto a otros pocos elementos que se incorporan de acuerdo a las acciones, resulta funcional y permite centrar la atención sobre las actrices y el texto. La iluminación de Gerónimo Reyes sirve para crear la atmosfera de apoyo al texto, generando en el espectador los sentimientos que afloran en los personajes.


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El vestuario de Hermes González, los diseños de Manuel González, junto a la musicalización y videos de Alfonso Ramírez son complementos meritorios para crear la atmosfera de de este enfrentamiento entre Rubinstein y Arden.


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Además de las referencias históricas para conocer este mundo que no siempre es tan glamoroso, «Señorita y Madame» – al igual que Kane & Abel – es una pieza que plantea el tema de la intolerancia, del no escuchar al otro y prejuzgar, llegando incluso a no nombrar al enemigo sino con palabras como «la otra» o “esa mujer». La moraleja de esta obra de Ott es que de las gran des peleas corporativas los beneficiados terminan siendo los herederos, quienes se desasen de las empresas y despilfarran los recursos – afortunadamente no siempre es así, aunque en este caso sí – generando vidas que solamente se dedican a trabajar olvidando que esas riquezas nunca nos la llevaremos a la tumba, mientras que lo «comido y lo bailado» será nuestra recompensa final y así seremos recordados, o esa es mi Visión Particular.

Francisco Lizarazo

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