Los mensajes en las campañas, en las exposiciones, en los discursos, en las propuestas teatrales o artísticas deben ser claros, concisos, que no se presten a reinterpretación, aunque sí a reflexión.
No siempre lo que se dice desde el arte es claro, contundente, aunque las ideas sí lo sean, y tratar algunos temas genera más discusiones de forma que de fondo, desvirtuando cualquier intención colectiva o personal de enviar un mensaje sobre lo que nos sucede como sociedad.
Una campaña que levanta no pocas polémicas tiene que ver con qué debemos decir: ¡ni una menos! o ¡ni una más! Por ejemplo, para organizaciones y organismos especializados de las Naciones Unidas, bajo la coordinación de la CEPAL, el derecho a vivir una vida libre de violencia en América Latina y el Caribe, quedó plasmado en el Informe ¡Ni una más! Esta iniciativa tuvo apoyo desde UNETE en América Latina y el Caribe, que el para «erradicar la violencia contra las mujeres y las niñas, trabajando en escuelas y comunidades para transformar las relaciones de género y promover la resolución de conflictos sin violencia». El nombre de esta propuesta fue también “Ni una más”
Por otra parte, «la necesidad de decir “basta de femicidios”, porque en Argentina cada 30 horas asesinan a una mujer sólo por ser mujer, motivó la creación de la campaña «ni una menos» iniciativa de un grupo de periodistas, activistas y artistas que luego fue creciendo para transformarse en una campaña colectiva.
Pero si hay diferencias entre si decir ni una menos o ni una más, la definición sobre el concepto referido a la violencia contra la mujer no se queda atrás y por un lado tenemos quienes apoyan el término Femicidio para señalar «los asesinatos de mujeres considerándolos como homicidio, sin destacar las relaciones de género, ni las acciones u omisiones del Estado». Entre tanto, hay quienes abogan por Feminicidio para catalogar «los asesinatos de mujeres por su condición de género, es decir tomando en cuenta las relaciones de poder y se vincula con la participación del Estado por acción u omisión, derivado de la impunidad existente».
Sea que tomemos un término u otro, lo cierto es que – al menos en Argentina – en los primeros 43 días del 2017 se produjeron un total de 57 femicidios, según un informe elaborado por el Instituto de Políticas de Género Wanda Taddei.
El Registro Nacional de Femicidios de la Justicia Argentina, vinculado con la Oficina de la Mujer, en la órbita de la Corte Suprema de Justicia publicó que «dos de cada diez mujeres asesinadas en la Argentina habían presentado denuncias por violencia de género». Otra cifras dan cuenta de que en «Argentina hay 50 ataques sexuales por día. Durante 2015 se observaron 3746 violaciones, según la estadística nacional de delitos. Esta cifra representa una tasa de violaciones de 8,7 cada 100.000 habitantes».
Ante esta situación, el teatro ¿puede hacer algo? la respuesta es que sí tomando en cuenta que en reiteradas oportunidades se ha señalado que el arte escénico es un instrumento de sensibilización, de transformación, de reflexión y de mirada a la sociedad contemporánea.
Entonces ¿qué se está haciendo?
En el caso específico de Jujuy en la actualidad hay dos montajes teatrales que buscan crean conciencia sobre este flagelo, en el que «58% de los homicidas fueron parejas o ex parejas de las víctimas, mientras que otro 12% fue cometido por familiares. De esa manera, 7 de cada 10 mujeres fueron asesinadas por personas de su círculo íntimo». Veamos detalles de estas dos producciones
Gritos que caen en saco roto
Andrea Campos subió a escena «Tú Sabes que Grité», su segunda obra escrita y dirigida, que se estrenó en el Teatro El Pasillo.
A diferencia de su primera obra, donde hacía un homenaje a los caídos en la Guerra de la Malvinas, principalmente las víctimas más inocentes que eran los niños, en este caso trata el tema de la violencia contra la mujer desde la definición del Feminicidio, que es víctima de los malos tratos de su entorno familiar más íntimo – en este caso el esposo o pareja – y lo hace contándonos la historia de Julia, que se desdoble en varias mujeres, para dramatizar lo que en la actualidad sufren y deben padecer muchas mujeres en la actualidad.
Esta obra que ya está haciendo gira por diversos escenarios de la provincia de Jujuy expone que a veces la violencia física no es necesaria, basta con el mal trato al hablar, el menosprecio hacia la condición de mujer, el amedrentamiento y amenaza con lo que puede pasarle o ya le pasó, para dejar una huella en la psicología femenina que termina por esclavizarla ante la figura masculina. Esto en el mejor de los casos, porque a veces el resultado llega por la atadura física, que se ve en la obra, y el fallecimiento ante una sociedad que no siempre está atenta a los llamados de atención que se le hacen y que luego se horrorizan – cuando lo hacen – o se sienten impávidas, ante una nueva muerte y el grito de auxilio pasa desapercibido, hasta la próxima víctima fatal.
El montaje de Campos cuenta con las actuaciones de Julieta Salas, Eugenia Mamaní, Julia Suarez – las tres interpretando a Julia – y Miguel Chauquí, el esposo, pareja de Julia.
Las actrices bailan y se complementan como si se tratara de varias mujeres que viven la misma situación, destacando la imagen visual que se ofrece al espectador cuando ellas están atadas con cables de colores o el sentimiento de temblor corporal y miedo que expresan al usar las tazas del café que ofrecen al hombre para desviar la atención sobre lo físico. En este montaje de Campos lo físico está por encima de lo verbal. La expresión corporal de las «Julias» sobrepasa al texto.
Quien lamentablemente no se destaca en «Tú sabes que grité» es Chauqui, pues aunque su personajes a veces es más tímido o trata de solventar las acciones de violencia con su pareja, en el camino quedan las buenas intenciones, pues el texto pasa por el actor pero no se siente que él transmite con sus acciones, ni físicas, ni verbales.
Como el teatro es algo vivo y en constante evolución, del estreno a otra de las funciones de esta pieza, se nota que el final fue «pulido» y queda mucho mejor ahora, pues en el estreno hubo un falso final que le restaba impacto al texto final dicho por Julia y que deja un mensaje claro sobre la poca participación de la sociedad en la prevención de los casos de feminicidio.
Hay en la dramaturgia una poética especial, donde los sentimientos se desdoblan o se reafirman en varios actores que se van pasando el texto, o lo repiten, como si en un canon y que da a la propuesta teatral un elemento de coro griego, de repetición en el tiempo y en el espacio, que nos martilla en la cabeza hasta que nos entra el mensaje que nos quiere dar la dramaturga… porque no todos entendemos a la primera.
Completan el equipo de esta obra Saturnino Peñalva, en la asistencia técnica y Federico Giriboni en la dirección musical.
La vida y la muerte para generar cambios
La segunda propuesta teatral para hablar del feminicidio o femicidio, porque ambos términos se pueden usar en esta siguiente obra, viene firmada por un mexicano, se trata de Roberto Vázquez, activista social, que hace teatro urbano, de la calle, considerado como buen dramaturgo y director de la agrupación teatral Utopía, que trabaja en Aguascalientes, México.
La obra es La voz del Viento, escrita junto a Olimpia Zárraga, que en Jujuy es dirigida por Germán Romano en una producción de La Rosa Teatro, que también se estrenó en el teatro El Pasillo.
La Voz del Viento busca reflejar la situación de un lugar de México tan complicado como Ciudad Juárez, donde la desaparición de mujeres y la violencia contra las féminas es pan nuestro de cada día, pero que es una ola de maltrato que se vive en toda Latinoamérica, por eso el tema no deja de ser de interés para la Provincia.
Se recurre al teatro dentro del teatro, o al juego de las máscaras, para que la vida y la muerte – interpretados por Agustina Orquera e Hilario Alurralde – dancen entre colores llamativos – a la usanza mexicana – y se transformen mostrarnos – de una manera cruda – el lado más oscuro de los seres humanos, que tienen la capacidad de torturar, asesinar y vejar a otro ser humano simplemente porque tienen la posibilidad y muchas veces esos crímenes quedan impunes por actuaciones cómplices de autoridades que se hacen la «vista gorda» o terminan culpando a la víctima o justificando al victimario.
Este montaje tiene fallas en el mensaje porque no queda claro eso que la sinopsis tan eficientemente menciona: la lucha incansable de una madre. La búsqueda, como único sustento de su existencia, el motor y la esperanza.
De entrada, la vida lleva las de perder pues desde su aparición en escena está dominada por la muerte, quien la lleva amarrada con una cadena como a un perro. Ya allí perdimos toda esperanza de un trato justo entre ambos personajes, claro, quien puede pensar que un trato con la muerte sea justo.
Se establecen juegos entre la muerte y la vida, por eso se colocan máscaras para desdoblarse. Así la vida puede asumir una condición humana, que siente y padece, pero esta idea se queda en el camino pues a Orquera le falta ese «cambio de switch» para marcar la diferencia entre un ser etéreo con alguien más corpóreo. La muerte siempre es mala y aunque se ponga una máscara su condición de traición no la abandona, por eso aquello de la mona aunque se vista de seda…
Este juego perverso es interrumpido muchas veces porque la vida se asquea de su comportamiento y de lo que sienten los humanos al ser humillados, pero eso se pierde al no lograrse el desdoblamiento y el espectador queda como queriendo sentirse impactado por los diversos roles de la vida.
La mejor escena de este montaje, que en general es rico en colorido y parece una fiesta de día de Muertos por sus flores de papel, es políticamente incorrecta, pues se trata de la violación de la joven que luego es buscada desesperadamente por la madre.
Digo que es una escena políticamente incorrecta en su tratamiento porque da a entender que ella se busca la violación pues no observa las mínimas reglas de seguridad personal, al aceptar una bebida que un desconocido le ofrece en un bar. El mensaje no queda claro porque más bien debería alertar sobre estas conductas y que no sirvan como una manera de justificar el delito de la violación, que seguramente muchos abogados utilizan para defender a violadores y sátrapas que comenten asesinatos contra las mujeres, simplemente porque sienten que pueden hacerlo y no pasa nada.
La madre busca desesperadamente a su hija e intenta conseguir el apoyo en las autoridades, pero a estas poco le importa el dolor de la madre. La idea es interesante pero ojo hay que cuidar las formas, porque es un monólogo muy dramático y que invita a la reflexión, pero en varios momentos se distrae la atención porque se «crea ruido» ya que la muerte (muy bien interpretado por Alurralde) – disfrazado de funcionario público – está moviéndose para demostrar el poco interés que le produce esa declaración de la madre. Puede uno entender que esa es la intención del director al crear esa molestia, pero más importante que recordarnos lo ineficiente que son las autoridades en estos casos, sería resaltar el texto que dice la actriz.
El final de La Voz del Viento es un recordatorio de las miles de vidas de mujeres que se han perdido en México y en el resto de Latinoamérica, con cruces y más coronas de colores, con un texto sobre la necesidad de que no haya ni una muerte más. Pero aquí, al igual que en el caso de «Tú sabes que grité» hay un falso final, y al contundente texto, con apagón que indica que es el momento preciso para aplaudir y quedar conmocionado con el tema tratado, se le añade una última escena con los actores saliendo cargando el cofre con el que entraron trayendo diversos artilugios utilizados durante la obra.
Los falsos finales en las obras de teatro o de las películas no siempre generan el efecto deseado, porque se pierde el mensaje que se quiere dar. Puedo mencionar un solo caso, al menos que recuerde, donde el falso final da pie a una escena que resume el mensaje que se quiere dar en la obra. Es en la última escena de la película «Jesucristo Superestrella» – de Norman Jewison estrenada en 1973 – cuando luego de la crucifixión, los actores se marchan del escenario en el autobús o colectivo que los trajo, asumiendo sus roles de actores, que simplemente cumplieron un papel en ese desarrollo bíblico que fue la pasión y muerte de Jesús.
Los mensajes que los directores, dramaturgos, actores y técnicos ofrecen desde la platea deben ser claros, entendibles, sin lugar a dudas, aunque luego el público puede estar de acuerdo o no con lo visto en las tablas, porque el teatro es un medio de comunicación que tiene una responsabilidad, como la televisión, la radio, el cine, y como lo menciona Daria Sukharchuk en su artículo Algunas reflexiones sobre la cobertura de la violencia sexual en los medios «centrar en el comportamiento de la víctima expande la idea nociva de que la violencia sexual puede ser justificada, y que aquellas a las que les sucede de alguna manera se lo han buscado. Historias mal escritas a menudo romantizan el crimen diciendo que la víctima era «demasiado hermosa» y el atacante «no pudo controlarse».
Igualmente, a veces los medios resaltan que «los perpetradores son, en su mayoría, retratados como monstruos, personas sin auto-control. Y en los casos en que tal ángulo es imposible, a los lectores se les da una visión más comprensiva, por ejemplo, decir que una investigación criminal pondrá en peligro el futuro del atacante».
Que en Jujuy se esté hablando de la violencia contra la mujer en dos obras de teatro es una muestra de que el tema es de interés para la comunidad teatral, ahora hay que ver si el público, ese gran misterio que a veces apoya el teatro independiente y otras lo deja a la deriva, está también interesado en saber qué hacer para afrontar un flagelo que crece día a día en la Provincia y que ya ha costado la vida a 17 mujeres en los últimos tres años y que en lo que va del 2017 registra siete casos, según cifras aportados por la jueza especializada en violencia de género de Jujuy, Mónica Cruz Martínez.
Tratar el tema de la violencia contra las mujeres nunca es fácil porque se tocan aspectos muy privados de las personas y en algunos casos «las historias de agresión que son recogidas por los medios de comunicación, suelen informarse de una manera sensacionalista que a menudo hace más daño que bien», como lo escribió Sukharchuk. Eso no quiere decir que nos limitemos, nos autocensuremos y no tratemos estos temas. Muy por el contrario, hay que seguir haciéndolo, tal vez utilizando el ensayo y el error, pero siempre teniendo claro que el mensaje debe no solo transmitir un respaldo moral hacia las víctimas, sino exponer que hay mujeres que han logrado librarse de los malos tratos y han rehecho su vida, así damos esperanza para otras víctimas, o esa es mi Visión Particular, de este tema y de estas obras que aún están a tiempo de ver en las salas teatrales independientes de Jujuy.
Francisco Lizarazo
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