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Teatro dentro del teatro

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A propósito del teatro penitenciario (II)


Para ser un viernes la ciudad estaba bastante calmada, no había largas filas de vehículos, incluso el metro de Caracas no tenía su acostumbrada aglomeración de personas, por eso llegué temprano y pude hacer aquello que tanto le recomiendo a mis alumnos: ver la vida pasar parado en una esquina, aunque en este caso en particular no estaba en una esquina sino sentado en una silla de cemento en el Teatro San Martín.

Los niños corrían como si poco importara lo que estaba pasando dentro del Teatro. Jugaban, algunos comían y otros se entretenían mirando el celular, chateando con los amigos o actualizando sus estados en las redes sociales. En algunas mesas se veían señoras mayores, con el rostro cansado de la espera, imagino que tendrían horas ahí evitando las

aglomeraciones de carros y cualquier retraso que diera por tierra con su principal aspiración: ver a quien en pocos minutos estaría subido a las tablas.

Aunque uno ve esos rostros cansados, porque el paso del tiempo no se detiene, se podía apreciar un destello de felicidad en sus ojos, una alegría pícara de quien sabe que en pocos momentos podrá compartir con el esposo, el hijo, el nieto, el hermano, el ser humano que aunque está tras las rejas sigue siendo un familiar querido.


Adentro los preparativos siguen, se ajustan las luces, se dan indicaciones de movimiento, se coloca la utilería, se hacen arreglos de último minuto en los vestuarios, porque todo debe estar perfecto para que la representación que está por comenzar deleite al mejor de los públicos: la familia.

Mientras los minutos siguen con su tic tac, afuera los funcionarios del Ministerio de Poder Popular para el Servicio Penitenciario dan algunas indicaciones sobre la entrega de alimentos que han llevado para sus seres queridos. Las instruc

ciones son claras: todo deberá ser entregado al servicio de custodia, quienes luego de una revisión las entregarán a sus destinatarios, que solamente podrán consumirlos en el trayecto de la salida de la función hasta llegar al Centro Penitenciario, no debemos olvidar que aunque en pocos momentos serán actores sobre un escenario, siguen siendo privados de libertad del Internado Judicial de Rodeo II y existen normas de seguridad y protocolo que deben cumplirse.

Cada familiar se va acercando a los custodios y en calma se cumple este requisito, para dejarle a su ser querido una torta, una fruta, aunque en realidad lo que les están dejando es un acto de amor.

Lo

s minutos pasan cada vez más lentos para los actores, que quieren que se levante el telón y dejar de ser quienes son por unos minutos y transformarse en el personaje asignado para demostrar su talento actoral, o por lo menos para hacer reír a quienes desde las butacas los verán.

La espera terminó y el público comienza a entrar en la sala del teatro, buscan sus asientos numerados. Algunos se intercambian lugares para estar juntos como familia, otros ofrecen sus espacios designados en las primeras filas a quienes por la edad no pueden subir muchas escaleras para llegar a las butacas que están en lugares superiores.

El silencio solo lo interrumpe algún niño que pregunta a su madre qué es lo que van a ver, o por el ruido de algún celular que aún no ha sido apagado. Pero transcurridos unos minutos las luces se apagan para dar paso a «La Torta que puso Adán», obra del dramaturgo y poeta venezolano Aquiles Nazoa.


El texto de este sainete relata de manera breve y jocosa, como menciona su prólogo «un sainete o astrakan donde en subidos colores se les muestra a los lectores la torta que puso Adán” y nos muestra la creación del hombre por parte de Dios y cómo Eva comete el pecado de comer la manzana instigada por la culebra, o el diablo, como se le quiera ver, trayendo la expulsión del Paraíso terrenal.


Si bien esta es una obra corta, es ideal para quienes están iniciándose en el arte escénico o para grupos que no tienen recursos para una gran escenografía. Pero más allá del texto de Nazoa, lo llamativo en este montaje es que el grupo incorporó la pieza como parte de un «video» que sobre la creación del humano exhibe un profesor a unos internos en un centro penitenciario durante unas clases.

La concepción de este trabajo incluye música de rap (a cargo del diablo o la serpiente) y bailes ofreciendo una propuesta distinta a la plateada por el texto original, lo que enriquece el montaje.


Haciendo teatro dentro del teatro, «La Torta que puso Adán» es una parte del montaje presentado porque la otra se refiere a la generación de valores dentro de los centros penitenciarios, como inclusión, responsabilidad, disciplina y sentido de patria, con mensajes de esperanza y a favor de erradicar la violencia en nuestro entorno.


Al final, los actores salen a escena recibir el mejor regalo que se puede tener: el aplauso del público, que – seamos honestos – vale no tanto por ser la audiencia que lo recompensa a uno como artista, sino porque viene de los seres queridos, de los familiares que están viendo otra faceta de esos hombres que aunque están pagando una deuda con la sociedad, también están buscando una manera de reivindicarse, de ser mejores en la vida, o esa es mi Visión Particular.

Francisco Lizarazo

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