«Argentina es un país de origen, tránsito y destino de hombres, mujeres y niños víctimas de la trata de personas con fines de explotación sexual y trabajo forzoso. Mujeres y niños argentinos; inclusive muchos de ellos provenientes de áreas rurales o provincias del norte son forzados a ejercer la prostitución dentro del país».
Informe 2014 sobre Trata de personas elaborado por el Departamento de Estado USA
El Gobierno argentino ha rescatado 8.151 víctimas de trata de personas desde que se sancionó la Ley 26.364 el día 9 de abril del 2008. De esta cifra, 274 fueron rescatadas durante marzo del 2015.
Tanto el informe del departamento de Estado como las cifras del Ministerio de Justicia y derechos Humanos de Argentina revelan una realidad que no se puede ocultar: Sin clientes no hay trata y este problema puede continuar hasta convertirse en un flagelo que no solo ataca a este país, sino que se extiende por todo el planeta.
Pero también existe otro tipo de trata – no solo organizado por bandas criminales con fines de explotación sexual y laboral – y es aquella que de manera velada se lleva a cabo en casas de familia que «ofrecen» empleo y educación a mujeres jóvenes que generalmente provienen de las provincias y cuyas familias se ven en la necesidad de colocarlas como personal doméstico.
Dionisia es una joven analfabeta, que hasta alguna discapacidad presenta, que ve su futuro cambiar 180 grados cuando debe abandonar su tierra – y a su primer amor Rufino – para trasladarse a la casa de una señora, donde deberá servirla, más allá de lo que uno pudiera desear.
Antes de partir hacia su nueva vida, recibe de su enamorado una botellita verde azulada, sin nada en su interior, pero será su único recuerdo de esa vida pasada, de los tiempos felices y que será su ancla para no perder la cordura – o para recuperarla – luego que entre al servicio de la Señora.
Uno pudiera creer que son siempre los hombres dueños de casa los que buscan tener una relación con la muchacha de servicio, pero qué pasa cuando es la patrona la que tiene esas intenciones.
Dionisia la Menora tiene una mirada dulce, casi infantil que entre risas y secretos nos contará su vida en el pueblo, su relación con su mamá, con sus hermanas y – por supuesto – con Rufino, todo mezclado con el encanto de quien es inocente y no tiene malicia en sus palabras.
Pero el rostro de Dionisia va cambiando para contarnos su nueva vida, con una fachada de felicidad, de salidas a misa – porque su patrona es muy católica – una cama limpia, pero donde la ropa nueva no existe, debiendo remendar sus pocas pertenencias una y otra vez, aunque la lencería íntima aparece nueva de tanto en tanto.
La protagonista de esta historia nos revelará los padecimientos que debe sufrir a manos de su Patrona, quien termina convirtiéndola en una esclava sexual que, adicionalmente, la mantiene en cautiverio en casa y no le permite el contacto con su familia, a pesar que Dionisia le escribe a su mamá largas cartas donde le cuenta los tratos que tiene la señora con ella.
Alejandra «Alessita» Valle debuta en las tablas asumiendo el papel de esta sufrida joven en el monologo creado por Mauro Santamaría y que con la dirección de Gastón Alexis presentó el grupo La Trastienda en el teatro El Pasillo dando inicio a las actividades escénicas del mes de mayo del 2015.
Un ambiente limpio, minimalista, es el lienzo que ofrece Alexis para que la actriz se mueva para desarrollar su personaje que se mueve entre el espacio vacío y una silla como única escenografía, relatándonos este drama crudo sobre una realidad que pocas veces leemos en los diarios o vemos en escena. Incluso, esta obra fue prohibida en su natal provincia de Corrientes – por resolución provincial – a finales del 80 porque las autoridades aducían, en esa época, que su contenido era “muy fuerte” para la ciudadanía. Situación que pese a ser «muy fuerte» sigue presente en Argentina y en otras partes del planeta, porque este tipo de trata de personas no es habitualmente conocida, es encubierta.
Gastón Alexis, en su condición de director invitado del grupo La Trastienda, no utiliza grandes escenografías ni busca grandes efectos, no los necesita, ya que el texto es lo suficientemente profundo y actual como para captar al público y en su actriz tiene el elemento preciso para llegar al interior de quienes están en las butacas atentos a lo que escribió el dramaturgo.
Valle ofrece una actuación sincera, profunda, que lleva al espectador desde la risa inicial por la inocencia de Dionisia, hasta el repudio y el dolor que refleja el personaje al ser humillada y utilizada de esta manera por quien debería ser una guía, más siendo «aparentemente» devota de la religión, ya que acude a misa todos los domingos.
Con una gabardina azul, sobre una ropa sencilla, Dionisia/Valle va desnudando su alma y sus recuerdos hasta verse reducida y asqueada por la actitud de su patrona, que al final solo le queda como salida utilizar el regalo de Rufino – que se rompió en una palea con la señora, como se rompió su espíritu – para acabar con su sufrimiento, aunque la salida termine siendo una nueva prisión, esta vez una con verdaderos barrotes y uniforme azul.
Dolor es el sentimiento final que tienen los espectadores, quienes a los largo de unos 40 minutos, hemos vivido y padecido con Dionisia, hemos reído y llorado con su vida, pero – principalmente – asistimos de la mano de Santamaría a un teatro social que nos debe hacer reflexionar sobre la miseria humana y el abuso sexual como una práctica que hay que condenar.
Ojalá la propuesta de Mauro Santamaría, Gastón Alexis y Alejandra Valle fuera solamente un juego de la mente, un divertimento, pero lamentablemente – o afortunadamente – el teatro es un espejo de las sociedades, lo que en muchos casos habla muy mal de nuestra realidad, o esa es mi Visión Particular.
Francisco Lizarazo
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