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Un globo descubre historias cercanas

Serían cerca de las 12,30 de un día cualquiera, en realidad de un lunes, cuando iba caminando por la calle Otero de San Salvador de Jujuy y pasé al lado de tres personas que no sé si veían una vidriera o se estaban protegiendo del sol, lo que sí sé es que mi cerebro utilizó una fracción de segundo para revisar mi disco duro, llamado cerebro, dando con el lugar donde esas caras me habían parecido conocidas. Ellos habían estado sobre las tablas del teatro El Pasillo ofreciendo una función teatral desde Tucumán.


Esa fracción de segundo que tomó mi mente en reconocerlos fue suficiente para pararme en seco y desandar mis pasos y así de sopetón – que castizo sonó eso – los felicité por su trabajo y ahí comenzó una conversación sobre teatro, dramaturgia y la vida con Manina Aguirre, Hugo Galván y Miquicho (Miguel Ángel) Salazar. Fueron cerca de 30 minutos donde – como lo dijo Hugo – no eramos artistas y periodista hablando, sino seres humanos que se encontraron y establecieron un diálogo, una conversación, de la que todos esperamos haber salido más sabios o por lo menos más tolerantes con el otro.


Reconozco que pocas veces puedo conversar con los actores de una obra antes de escribir una crítica, así que todo lo que opine de sus trabajos en esta puesta en escena – dirigida por Jorge Salvatierra – ya se los dije en persona.


Ellos tres protagonizan la obra Globo flotando contra el techo de un shopping, de Alberto Rojas Apel y lo primero que llama la atención es el detalle del cuento, lo bien contado que está la historia. Al ver la obra recordé aquello que alguna vez enseñé en la universidad a los alumnos de periodismo: Uno debe pararse en una esquina y verá pasar muchas historias y algunas nos llamará tanto la atención que sentiremos la necesidad de escribirla y contar lo que le sucede a esas personas.


Pues eso hace el autor de esta pieza al narrar la historia de un niño, su padre y un trabajador de un shopping que deben afrontar la pérdida, de un globo, de una vida, hasta lograr la liberación del alma.

Eloy, en la piel de Manina Aguirre, es un niño de 8 años que va a un centro comercial, mall o shopping con su papá, y como está divorciado de su mamá estos momentos con él significan mucho, por eso aquel globo que le regala Francisco (Hugo Galván) es más que un presente, es un tesoro, algo que lo une a su papá, pues ese no es solo por la figura de  Buzz Lightyear (que en otros montajes ha sido rojo o amarillo) sino porque representa – al menos para Eloy –  un lazo que solamente ellos pueden establecer, pero el globo se suelta de la mano del niño y trepa hasta la cúpula del lugar, y allí quedará a pesar de los llantos de Eloy.


Este hecho desencadenará una serie de lamentables sucesos, que al principio el padre no entenderá  y establecerán una distancia entre él y Eloy, al que verá por última vez de espaldas subiendo por el ascensor a la casa de su madre. La próxima vez que sepa del niño ya será muy tarde por lo que ahora tiene una sola tarea: el globo.

Mientras esto sucede, Pancho, el ordenanza del shopping, interpretado por Miquicho Salazar, será el testigo de la lucha interna de Francisco, quien pasará de ser un simple espectador a ser considerado una amenaza para el centro comercial, o Mall, o un loco que vive su tiempo mirando al techo buscando ver un globo entre tantos que se han soltado de la mano y terminan en el techo.


La obra me recordó a la película japonesa Rashōmon, dirigida en 1950 por Akira Kurosawa, porque el espectador ve tres versiones de un mismo hecho: un globo que se escapa de las manos de un niño y acompaña a los protagonistas en un viaje interno para saber cómo finaliza esta historia, y si bien el dramaturgo – según me contaron los actores – no establece relaciones entre los tres actores, Salvatierra pone en contacto a Pacho y a Francisco para que hablen y nos acerquemos el drama interno que cada uno vive. También Eloy cuida y acompaña a su padre en esta aventura por recuperar el globo para dar un cierre a la ida del niño, con la liberación final del globo.


Digo que me recuerda a esta película japonesa porque en ella se narra el crimen de un samurai a través de cuatro testimonios incluyendo el del mismo difunto (que habla a través de una médium) que en este caso vendría siendo Aguirre, quien presta su cuerpo y voz de mujer para que el alma del niño pueda contar su versión de la historia. Este punto, el alma del niño en la piel de una mujer adulta me causa ruido, porque el papel – no la actriz –  no termina de crear ese mundo del infante – como también lo mencionan en una crítica que leí sobre el montaje realizado en el Cervantes – porque sus gestos, voz, movimiento no atrapan de la misma manera que lo hacen Galván, quien muestra una gran sensibilidad en escena, y Salazar, que con sus personajes y actuaciones atraen por lo vivencial que las siente el espectador.


Le pregunté a los actores qué pasaría si en lugar del padre que pierde al hijo fuera la madre y Galván me contó una anécdota de una crítica que le hicieron y que rescataba precisamente que fuera el padre el que cuenta la historia, porque la reacción de las madres que pierden un hijo han sido llevadas con mayor frecuencia a las tablas, al cine y a la televisión, mientras que esa situación del padre que pierde a un hijo es pocas veces vista y sí, viéndolo desde ese punto de vista, realmente está bien pensado por el dramaturgo que sea el padre el que transite por esta amarga experiencia.


El silencio en la sala era una muestra del sentimiento que despierta la puesta en escena y nos presenta de una manera distinta lo que se siente al perder a un hijo y cómo la sociedad puede ser a veces impasible ante el dolor ajeno. El final es significativo, el globo que se aleja y la dramaturgia en ese momento es clara, ese es el final y solo resta aplaudir, sin necesidad de que desde la sala técnica nos adviertan con las primeras palmadas. Cuando ese resultado se logra, es que desde el escenario, todos – actores, director, dramaturgo, técnicos, producción –  han logrado su cometido. Y en este caso se logró con creces.

La escenografía es simple, lo que permite montar la obra en cualquier espacio, incluso en México se hizo una versión con títeres.


Únicamente una pequeña mesa, una silla y dos bancos son suficientes para que estos personajes queden en la memoria de quienes presencien la historia creada por Alberto Rojas Apel, porque en este caso no se necesitan efectos, ni grandes decorados o vestuarios, basta con unas actuaciones que sin casi moverse de sus lugares logran con sus voces hacernos sentir el drama que están viviendo los personajes, que son tan creíbles que uno puede llegar a pensar en algún conocido, amigo o pariente que pudo o puede pasar por una situación semejante. Aquí indudablemente hay un ejemplo de dirección que está clara en lo que quiere de sus actores, aunque que no se siente la mano que lleva a los intérpretes con marcas de movimiento o de entonación. Todo fluye como un barco que, aunque sabemos que tiene un capitán, navega sin hacer ruido ni aspavientos. 


En la breve charla con los actores les contaba que – como ejercicio – cerré los ojos en la función y lo que escuche – como si fuera radio teatro – tenía tanta fuerza que los movimientos o el resto de los elementos en escena eran innecesarios para poder entender lo que se estaba viviendo.

Me dijo Aguirre que esta historia es tan fuerte que su propia hija no ha querido verla, porque su hijo – nieto de Aguirre – se llama Eloy.


Globo flotando en el techo del Shopping es una producción del Grupo de teatro independiente Debut – Artes, de Tucumán, que además de los actores en escena cuenta con el trabajo de Eliana González, en la asistencia de dirección y producción; Alfredo Solórzano, en la asistencia técnica; Gustavo de Souza, en la música original, mientras que el vestuario y utilería son del propio grupo y la luz y sonido son de La Colorida.


Es cierto que no siempre vamos al teatro para que nos toquen el alma, pero como dice Jhon Dryden «la obra de teatro debe ser una imagen justa y vivaz de la naturaleza humana» y reconforta cuando – como en este caso – además de ver una sala llena de público, ellos salen satisfechos de haber visto algo que les dejará  algún sentimiento… qué, eso puede ser lo de menos, o lo de más, dependiendo de cada uno como espectador, o esa es mi Visión Particular.

Francisco Lizarazo

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