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Un relato “Terrenal” para entender la vida y sus pecados

Dice una canción “seré yo así o es que el camino no tiene fin” y eso lo traigo a colación porque al ver “Terrenal”, obra de teatro de Mauricio Kartun uno ve que la envidia, el mal, el apropiarse de lo ajeno y poco importarle el otro, todo en nombre del yo en primera persona, no son temas de hoy, de la tecnología, del individualismo. NOOO, nada más alejado de la realidad. Estos son temas de ayer, del principio de los tiempos y claro, ahora somos mejores haciendo todo lo anterior, porque cada día nos importa menos el otro o el resto del mundo.

Vamos por partes y no se alarmen, no es que llegaron tarde a la función y por eso no entienden nada.


«Terrenal. Pequeño misterio ácrata» – que se presentó el quinto día del Festival Internacional de Teatro Relevos en la sala mayor del Teatro Mitre de Jujuy, puede parecer en un primer momento una versión latina de «Esperando a Godot» – de Samuel Becket –  porque Caín y Abel, los protagonistas de la obra de Kartun, están en un lugar alejado – un loteo para ser precisos – y ahí dirimen sus diferencias: ¿Qué planto yo en mi mitad de la tierra? ¿Qué hago yo en esta zona y cómo evito que mi hermano pase? ¿Dónde está Tatita que hace 20 años se fue?, y otros temas que uno pudiera considerar «menores» o «domésticos» entre dos hermanos, interpretados por Claudio Martínez Bel (Caín) y Claudio Da Passano (Abel).


Abel – el vendedor de carnada

Abel dedica su tiempo a vender carnada en la carretera que conduce al río Tigris, por donde pasan los pescadores. Un trabajo sencillo que le da para subsistir y que no pide mucho de él. Por su parte, Caín es agricultor, se enorgullece de ser productor de morrones en la parte del terreno que le corresponde. Pero no solo cosecha, también comercia sus productos. Se pudiera decir que es mercantilista y se preocupa por demarcar su parte del terreno, no anda compartiendo tierra con su hermano… es más, si pudiera le quitaría todo para agrandar el negocio


Caín – el productor de morrón

Pero al ir desarrollándose la trama uno empieza a ver otro subtexto, dos hombres vestidos de negro, a uno le queda peor el traje que al otro, que tampoco le queda bien. Usan sombreros negros y cualquiera pudiera decir que son mafiosos, pero no, se nota que son seres venidos a menos, por culpa del padre ausente, que simplemente les heredó un lote, aunque hay pagarlo y nadie sabe si el progenitor volverá, creando rencilla y odio entre los hermanos, que a veces se manifiesta, mientras que en otros momentos está ahí pero no es tan evidente. Eso sí, no creo que sean hermanos que se quieren mucho.


Tal vez la explicación de lo que hasta ahora vemos esté en el subtítulo de la obra  “Pequeño misterio ácrata” y ¿qué es ácrata? La respuesta es que significa «aquella persona que bajo un criterio fundamentado, niega cualquier existencia de autoridad en su región».


Entonces ¿esta obra puede girar no solo sobre la relación de hermanos y la ausencia del padre? o es que ¿ellos reniegan de la autoridad del padre?


Tatita – el padre ausente

Pues más que negar la existencia de la autoridad paterna lo que se ve es que es el progenitor – el Tatita – es el que ha decidido negar a sus hijos y por eso se fue… pero cuando ya uno tenía las respuestas a esta obra, nos cambiaron las preguntas y apareció Tatita (Rafael Bruza) para aclarar la situación y es que en realidad estamos hablando del mito de Caín y Abel y de Dios que los ha abandonado a su libre albedrio y ahora llega a ver qué hicieron sus hijos con el talento – o terreno – que les dejó … ¿suena a leyenda de la biblia verdad?


Al llegar Tatita – también de negro y sombrero como si fuera un Blue Brothers, al igual que los hijos – comienzan las recriminaciones por el abandono, algo que al parecer importa muy poco al padre quien estuvo en otros lugares haciendo quién sabe qué. Tatita está más interesado en saber qué hicieron sus hijos en su ausencia y si pagaron la deuda sobre el terreno, porque resulta que Tatita no era dueño del loteo, sino que lo invadieron, como el hombre lo hace normalmente cuando necesita casa, y se le «olvidó» decirle a los hijos que había que pagar por esos 20 años de ocupación.


Tatita genera que se incremente el odio entre los hermanos y mientras habla con dureza a Caín se desvive por recibir las atenciones de Abel, que lo lleva a un asado, con música, mujeres y bebidas incluidas, dejando al otro hijo rumiando su frustración contra el hermano y con el desaprensivo padre.


La leyenda de Caín y Abel termina como ya uno conoce, la muerte de un hermano a manos del otro, por celos, odio, envidia y todos los epítetos negativos que uno puede imaginarse a esta altura del partido. Sin embargo, y pese a que el mal triunfa, Tatita no mueve un dedo en contra de su hijo, no lo regaña, no le recrimina, no lo destierra… en fin, no hace nada y eso enfurece a Caín, lo desconcierta lo desencaja, y es él el que toma la decisión de irse, de huir de ese “paraíso” terrenal  que por 20 años ocupó y del que sacó provecho.


Pero Kartun no deja el tema ahí, sino que le da una vuelta de tuerca y es Tatita quien expone el castigo de su hijo… criar al hijo que su difunto hijo engendró en la mujer de Caín – situación que él desconoce – mezclando así la sangre del muerto con el vivo, que ahora llevará una marca, no la que uno se imagina de la biblia, sino en forma de cuerno.


Si bien la obra trata un tema bíblico, la forma de contar la historia no tiene nada de religioso, olvídense de ver personajes en trajes blancos celestiales o que presentan los tiempos de la antigüedad, porque este Caín y Abel son más unos personajes de comedia – los trajes y sombreros negros recuerdan a Buster Keaton – y juegan con la comedia negra, los malabares en sus palabras y sus acciones. Pudiera ser que estamos ante un tributo a  los hermanos Marx (no Karl) y podemos distinguir a Chico, Harpo y Groucho en estos tres actores que maneja un lenguaje porteño,  como dirían los conocedores de este acento propio de los habitantes de Buenos Aires.


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Son pocas las veces en que elogio la dupla dramaturgo/director ejercido por una misma persona, pero aquí hay que resaltar que Kartun logra que la puesta en escena sea tan rica en gestos, movimientos y expresiones sin dejar de lado el texto y sin que ese mismo texto obstaculice la labor de los actores.


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La escenografía no podía ser más sencilla, es casi inexistente, y en realidad el espectáculo no se afecta, porque lo importante es ver a los tres actores diciendo e interpretando una historia que no por bíblica deja de ser actual y muy terrenal.


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Los actores son máquinas sincronizadas, aceitadas que manejan no solo el tiempo del verbo – que a la larga pudiera ser una cualidad del director – sino del cuerpo, del gesto, de la pantomima, algo que requiere preparación, ensayo y un toque de locura personal, para que los efectos no se vean como pensados, sino que sorprenden aunque uno vea la obra muchas veces. 


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Los rostros de los actores semejen ser unos payasos – y no es alocada la comparación – con las caras limpias, blancas y un diminuto bigote, con una lágrima en el borde del ojo, como si los mencionados Buster Keaton y Groucho Marx se unieran en estos semblantes para recordarnos lo que es el arte de la pantomima y del pierrot.

«Posesión» y la »nada» para desmalezar lo terrenal

Muchas veces la acción de un crítico se basa en lo que ve de la obra, conoce del tema, del dramaturgo, o de la trayectoria de la agrupación que representa una obra.


Y sí, la crítica tiene mucho de subjetivo en el sentido de que por más equilibrado que uno sea, siempre dependerá de lo que uno – con mayor o menor grado de conocimiento –  siente de aquello que ve en escena.


Por eso, tener un encuentro de desmontaje sobre una pieza teatral con el propio dramaturgo y/o director siempre es un privilegio para saber hasta qué punto uno está en lo cierto o si – por el contrario – le sucede como dice Fito Páez – en «Al lado del camino» – que «errar a veces suele ser humano».


Mauricio Kartun ofreció una extensa charla, en el Centro Cultural Coquena,   sobre los orígenes de «Terrenal» y más que una disertación fue una clase magistral sobre qué tomar en cuenta a la hora de trabajar los elementos para escribir, ya sea una obra de teatro – como en su caso – o cualquier texto que tenga como fin comunicar.  

Nada como conocer los detalles de una creación y su proceso de producción para reflexionar sobre el trabajo propio y allí explicó la manera en que trabaja las ideas para llevarlas a la escena.


Para que los noveles dramaturgos tomaran luces sobre su trabajo, así como actores, productores y críticos, Kartun se confesó amante de varieté, por lo que cuenta con un gran archivo de fotos sobre artistas de variedades, de ahí uno puede inferir el guiño a los hermanos Marx y Buster Keaton entre otros artistas de este género en particular.

Conocedor del tema de los payasos habló de algunos de los tipos y destacó el Carablanca (Clow, Pierrot) y  Augusto (con varias clasificaciones).  El Clow es aquel que suele ir maquillado de blanco y enfundado en un elegante vestido brillante. De apariencia fría y lunar, representa la ley, el orden, el mundo adulto, la represión -características que no hacen sino realzar el protagonismo del augusto. Es el personaje más pulcro y elegante de todos los payasos.

Augusto es el «payaso» es el «extravagante, absurdo, pícaro, liante, torpe, sorprendente, entusiasta, provocador. Representa la libertad y la anarquía, el mundo infantil. Vestido de cualquier manera, lleva una característica nariz roja postiza y grandes zapatos».


Para graficar la aparición de los payasos en la obra, recordó la escena en que Caín da una bofetada a Abel, y ese es otro de los tantos gags que se usan en la comedia de variedades, muy típico en El Gordo y el Flaco o en Abbott y Costello, que eran cómicos más de acciones físicas.

Otro tema que le interesa  -por un asunto de recuerdo familiar – es el del loteo, o los terrenos que se venden para construir casas. «En mi infancia vivía en el barrio San Martín de la provincia de Buenos Aires, en el conurbano profundo, un lugar en crecimiento continuo, por lo tanto, continuamente había loteos, y mi papá me llevaba para verlos porque en su vida compró tres lotes con la intención de invertir». Eso por un lado es una motivación que quedó en el autor hasta que decidió armar esta obra. En otro momento de su vida, observó que en un loteo en particular, dos hermanos habían dividido la tierra y cada una trabajaba en su parte». Esa anécdota se entiende que forma parte de «Terrenal» por todo lo que mencioné antes.

La mitología  también es parte del relato que construye Kartun para dar forma a su obra y explicó que para él la historia de estos dos hermanos tiene que ver con el enfrentamiento entre las tribus de condición nómada frente a las que han alcanzado el estatus de sedentarias (una pelea entre dos modos de vida, de producción, de ver la vida)

Dijo que él se conmovió con la idea de que «el mundo es inocente hasta el momento de empezar a medirlo y ponerle precio. El hombre entra en una compulsión horrorosa que es la de adquirir cosas y ponerle precio, acumularlo».

Así que con estos elementos o ingredientes lo que quedó fue armar de una manera creativa una propuesta que tuviera un mensaje claro sobre la solidaridad o el no tener nada de un sector de la humanidad frente al que quiere poseerlo todo, mientras el padre prefiere alejarse y no tomar partido, mientras sus hijos dirimen sus diferencias, unas que a veces hacen que la sangre llegue al río.

Terrenal es una alegoría, un guiño a la realidad contada con desparpajo desde un caleidoscopio de circunstancias, perspectivas, anécdotas para llegar a un punto: el teatro y sus reflexiones, pero siempre partiendo – como lo explicó el dramaturgo – de aquello que nos inspira, que nos seduce y nos motiva. Ya lo decía D.B. Russell  (Ted Danson en C.S.I Las Vegas) “solo escribimos de aquello que conocemos» y yo cada día quiero conocer más para escribir mejor sobre el teatro que veo, o esa es mi Visión Particular.

Francisco Lizarazo

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