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Un viaje a las entrañas de Tecún Uma

Marisela Berti que es más metódica que una Generala me organizó el viaje, me consiguió unos boletos de avión económicos con un hotelito incluido y, me da algunas indicaciones para que el viaje con mi hijo sea lo más seguro posible. Me ahorré unas 14 horas por tierra. Eso no tiene precio.

De pronto sientes ese afecto de paisanas que te llena de bríos. Con esos bríos llegamos a Tapachula, sin dejar la angustia de que ya teníamos las visas de turistas vencidas. En una carpeta la vida resumida, y una cita en el consulado de Tecún Uma que no teníamos ni la menor idea de dónde quedaba. Por más que Marisela buscó a en el Google Mapa no lográbamos desentrañar dónde estaba y cómo era esta ciudad que ni salía reflejada, los mapas sólo indicaban hasta Ciudad Hidalgo, luego Guatemala.


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Al llegar supe por qué. Tecún Uman es un poblado fronterizo, que está pegadita a Ciudad Hidalgo. No sabría decir, si ahí comienza Guatemala o termina. La sensación es que allí se olvidaron de Guatemala. No hay progreso. El comercio muy básico, los mercaditos de comida, los merenderos y el transporte en triciclo parecieran ser la fuente de ingreso del guatemalteco fronterizo. Este pedazo de tierra, no tiene mucho que ver con la Guatemala que vio crecer a Augusto Monterroso.


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Y si de algo sirve leer, sirve para socializar, pues el Cónsul que me entrevistó resultó muy culto y sensible a la literatura y estuvimos una media hora platicando de Monterroso y Rulfo. El doctor Díaz es un hombre caucásico, joven, no creo que llegue a los 48 años, de ojos azules penetrantes y cabello abundante, no necesita para nada el Caboki. Nos trató muy bien, estaba muy agradado que hubiéramos realizado la travesía para hacer la entrevista en su consulado.

Incluso, yo diría que estaba un poco sorprendido. Nos aprobó de inmediato la visa, y aprovechó para darle algunos consejos a mi hijo: “México, es un país de oportunidades, no desaproveches tu juventud”. Al ver la confianza con la que nos abordó yo sí aproveché para hacerle un gesto con mis dedos en forma de tijeras. Pensé que si un Cónsul le aconsejaba a mi hijo que se afeitara el afro a lo Bob Marley, por fin iba lograr deshacerme de esos rulos. Pero, el doctor Díaz me miro impresionado y dijo enfático: “No, es joven, cada quien debe tener su cabello como le guste, eso sí, que se prepare, que no desperdicie su juventud, además es un chavo culto e inteligente”. Reímos los tres, y mi hijo me peló lo ojos censurándome. Le dimos un apretón de mano al Cónsul, mientras recalcó: No tomen el triciclo, caminen hasta la aduana, están seguros. Y en verdad, estábamos seguros.


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Caminando nadie nos matraqueó, obviamente habíamos entendido cual era el anzuelo de la matraca. En internet salen muchas noticias malas sobre esta frontera de Tecún Uman, y la verdad es que los hechos de violencia ocurren es de noche. En el día la ciudad despierta con un grueso de pobladores muy sencillos y humildes que hacen maromas para ganarse el pan. La mayoría anda en chancletas, no usan zapatos.


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Las mujeres también andan en bicicletas, se cubren de la lluvia con una toalla encima y así se desplazan por las calles mientras hacen las compras del día. Unas pocas motocicletas ya ocupan la ciudad, y los coches son escasos. Todo queda junto: El Seguro Social, La cruz Roja y el Consulado. Todo en la misma calle. Una plaza sin gracia y aunque parezca extraño sin estatua, de nadie.


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En las aceras, mujeres y hombres prenden los fogones de carbón o leña sobre latones. Allí van preparando tacos para la venta. Uno que otro pequeño restaurant, sin ningún lujo, eso sí la comida es más cara que en Ciudad Hidalgo y Tapachula, y tiene sentido, pues es precisamente de México que viene muchos de los alimentos y la importación. Como toda ciudad de paso, a nadie le duele Tecún Uman, sólo la usan. Por eso sus habitantes están como suspendidos en el tiempo, excluidos del progreso.


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Son chaparritos, mucho más que el mexicano del DF, morenitos y por ahí te consigues unas maracas de ojos claros, quizá algún gringo en su paso dejó su semilla y floreció. Mucha artesanía. Las mujeres tejen de todo, además de sus largas cabelleras espesas y dóciles. Las más jóvenes visten a la moda, sus jeans y blusas pegaditas, las más mayores sus faldas tradicionales, que por cierto son hermosas. Los hombres casi todos en bermudas, el calor los obliga a andar con la camisa a medio abotonar y sus chanclas.

Todo el mundo cambia dinero, cualquier casa, es “casa de cambio”: peso, quetzal, dólar. Nadie está estresado, hay una lentitud pasmosa, y aunque parezca contradictorio el quetzal es una moneda fuerte, más fuerte que el peso. Por la cantidad de personas que trabajan en el transporte del triciclo, uno se da cuenta que las opciones de superación laboral son mínimas. Los hombres son delgados, atléticos, y eso se debe al pedaleo. Para mi asombro, no vi a nadie mendigando. Todos trabajan, en lo mismo, pero trabajan.


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Como llegamos muy en la madrugada a Ciudad Hidalgo, que es bastante pueblo también, pero donde existe un OXXO, y eso hace una gran diferencia, sufrimos el peculiar “cobro de peaje informal” antes de la aduana. No es como en la frontera de San Cristóbal-Cúcuta que quien te matraquea son los guardias fronterizos, acá son hombres humildes del pueblo que trabajan el triciclo. Al mediodía ya había entendido que todo lo que fui pagando de esquina en esquina, era un cobro informal. No tenía que ver con la aduana, sino hombres que se parar estratégicamente en los cruces de calle cerca de migración y te dicen que debes pagar “30” pesos para avanzar. Es corrupción. Pero, es cándida.

La sonrisa del bicicletero que maneja el triciclo es tan gentil, que mientras pedalea y te sumerge en el matraqueo habitual, no puedes evitar reírte, la picardía está en la complicidad de cada uno.


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Más tarde, en el hotel, en Tapachula, ya con mi visa en mano, me senté a sacar las cuentas, entonces me di cuenta que José el que manejaba el triciclo había hecho conmigo en un viaje, lo que seguramente le costaría hacer en unos 20 viajes. Pero, no me sentí molesta. ¿Qué otra cosa pueden hacer? Además manejar ese triciclo con dos y hasta tres personas de pasajeros, es un trabajito poco deseable, José se merecía su día de suerte, su turista asustada.


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Tapachula es otra cosa. Está la marca del progreso. Y aunque no hay metro ni metro bus, es una ciudad en plena efervescencia. Los taxis son costosos. Muy costosos, y el monopolio comienza desde el aeropuerto donde obligatoriamente tienes que subirte al taxi que ellos te indican. Una sola línea. La del aeropuerto.


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El miedo es un negocio y el mexicano de Tapachula lo gerencia muy bien. “Por la seguridad”, no salen otras líneas de taxi desde el aeropuerto, pero la tarifa es grosera, el triple. Ya de regreso a DF, mi miedo había desaparecido, así que desde el centro de la ciudad tomamos un “Tapachuleco” que es una Vans que sirve de transporte público, cómodo, rápido, muy seguro y cinco veces más económico.

El mexicano de Tapachula es dulce, acostumbrado a los turistas son conversadores. Les encanta los extranjeros, en nuestro hotel “Cervantino” se quedaron unos suecos, y la dueña nos dijo con orgullo: “Ellos vienen de Suecia”. Los suecos hacían la travesía por tierra, querían conocer las entrañas de Latinoamérica. ¡Y vaya que estábamos en las entrañas!. Horas más tarde, un grupo de gringos y canadienses habían llegado a un Hotel unas cuadras más abajo. El Centro de Tapachula estaba de fiesta. Los extranjeros gastan, compran, bebe y comen. Todos ganan. Son felices. En Tapachula descubrí un dulce de coco, que en Venezuela mi madre llama “piñonata” y es típico de los Andes y Barquisimeto. Se lo comenté a la vendedora y le pareció increíble, ellos le llaman dulce de coco a secas.


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Por curiosidad, como era muy económico fuimos a conocer a Puerto Madero. El comienzo de la carretera, antes de las Escolleras, es muy lamentable, demasiada pobreza y abandono. Allí se siente otra energía, y la voz gubernamental que salía del megáfono nos lo ratificó: “Se cambian armas por computadoras”. Mi hijo me dijo: “Oye, mami qué buena campaña”. Por dentro pensé, así será la violencia. Pero, no quise seguir la plática ya que conociendo a Néstor iba a querer que nos devolviéramos y yo pretendía llegar al Puerto de Chiapas.

También se vive del triciclo, y de la moto-triciclo, pues adaptan las motos, les colocan esa plataforma con asientos y caben fácilmente 4 personas. Esta vez escogimos la mototriciclo. (¿Se nombrará de esta forma?). La lluvia no nos permitió avanzar más y lamentamos no conocer toda las Escolladeras ni llegar a Puerto de Chiapas.


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Ya en el aeropuerto, agradecimos el viaje. México me sigue asombrando con su calidez humana. El mexicano es cariñoso, cordial, educado. No tienen prisa. Es trabajador, incluso con tan pocas opciones se inventa la jornada de la nada. Es discreto, y sabe que el turista es una fuente de ingreso, así que lo tratan con sumo cuidado para que siempre regrese.


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Al llegar a casa, el calor húmedo de Tapachula aún se sentía en mi ropa. Estos pueblos, casi olvidados se quedan estacionado en mi iris y resumo que las fronteras de los países son las habitaciones de la casa, donde se guardan los secretos y las vergüenzas. Pero, también donde se guarda una belleza inusual que jamás encontraremos en las grandes metrópolis.

Gracias Tapachula, Ciudad Hidalgo, Tecún Uman, Puerto Madero.

Gennys Pérez

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