Las relaciones familiares no siempre son fáciles y armoniosas porque como dice el refrán: «Cada cabeza es un mundo», pero a veces conociendo algo de esos mundos podemos aprender a ser mejores y a mantener nuestros afectos.
Por ejemplo, en una casa sin figura masculina y donde viven tres mujeres, abuela, madre e hija, siempre habrá alguna que lleve la «voz cantante», es decir, que asume el rol de proveer, de organizar, de llevar adelante las responsabilidades del hogar, más si la abuela ya es muy mayor y la hija es una adolescente que está pendiente de otras cosas y menos del trabajo en el hogar.
Entender estas relaciones vinculadas a la vida cotidiana no es una tarea sencilla, así que Claudia Peña, creó una historia generacional entre mujeres y llamó a su obra teatral «Línea Materna». La puesta en escena, dirigida por la propia dramaturga, se presentó en el teatro El Pasillo, de Jujuy.
Pero la historia que narra Peña tiene un ingrediente adicional, que le da un sentido educativo y pedagógico al montaje, ya que toda la representación está hecha con marionetas – de manipulación directa – que fueron diseños por Fernando Arancibia, y quienes dan vida a estos personajes son Carolina Sató y Sofía Lajad, con producción de La Faranda, provenientes de la población de Salta.
Los personajes están bien demarcados: La abuela que ya en la madurez vuelve a ser un poco una niña, que quiere bañarse, peinarse y no hacer caso del orden, porque ella está en su mundo, aunque tiene la suficiente lucidez como para asesorar a su nieta, la Nana, quien está descubriendo el mundo que la rodea, el enamorarse de un hombre, el desamor por la lejanía, sin olvidar algo de rebeldía hacia su madre. Por último, la madre es la figura de mando, la que debe trabajar y pagar deudas, pero que también olvida un poco su rol de madre e hija y se aleja de sus seres queridos porque ella es la «proveedora».
Aunque puede parecer una obra infantil, por la utilización de las marionetas, la realidad es que «Línea Materna» pone al descubierto las experiencias entre mujeres, así como las relaciones abuela-nieta y madre-hija, así el público aprende más sobre el complejo mundo de las familias, sin que parezca una clase magistral, aburrida y moralista.
Hay en esta puesta en escena un trabajo delicado y que no se delimita únicamente en la casa de las tres mujeres, sino que nos lleva a la plaza, al columpio, al circo, todo desarrollado con las marionetas principales, y otras que apoyan las acciones, dándole fluidez a la temática presentada sin que decaiga el espectáculo, que a pesar de ser con marionetas no es para chicos, porque su reflexión va dirigida a los mayores.
Gorditas a lo Botero
El diseño de las figuras de la madre, la hija y la abuela es parecido, asemejándose a una imagen del colombiano Fernando Botero con sus «gorditas» pero también con referencia a las figuras femeninas prehistóricas, desnudas, con rostros similares, que a veces confunden al espectador por la semejanza entre la hija y la abuela, mientras que la madre tiene una cejas que la diferencia de las otras mujeres.
Las muñecas están elaboradas de goma espuma tallada y tela con pintura acrílica. No son marionetas que siguen los cánones actuales de la belleza, sino que tratan de ser bellas dentro de su propio estilo, y cuando las mujeres van al circo, el espectador descubre otras figuras, más de cartón, marcando la diferencia de vidas, salvo el hombre que se relaciona con la adolescente que sí es una marioneta del mismo material que las protagonistas.
Un elemento que entra en el campo de la reflexión y que es muy sutil en su tratamiento, aunque muy visual, lo representa unas lonjas de piel que las mujeres arrancan de sus cuerpos. Esta acción está asociada con el dolor de vivir, a reinventarse como mujeres, al desarrollo como ser humano, pero también parece un guiño a «la libra de carne» para seguir viviendo, mediante el pago de un tributo por existir.
En la estética del montaje, con su texto y los movimientos en escena, Peña juega con lo lúdico para dejar su mensaje, sin dejar de entretener al público.
El diseño de iluminación y música, de Fernando Arancibia, aportan elementos que complementan las acciones creando la atmosfera para que nos concentremos en lo que pasa en el escenario sin desviar la atención. Tal vez la intervención de las actrices titiriteras pueda crear algo de ruido al desviar la atención, lo que se podría corregir al usar el teatro negro, pero Carolina Sató y Sofía Lajad aportan gracia al involucrarlas en las acciones y se siente armonía en el montaje.
La compañía teatral “La Faranda” relata una historia simple, sencilla, para mayores de 15 años, con unas protagonistas comunes, en tareas cotidianas, con sus angustias e ilusiones, con ternura y momentos de orden, como es la vida, y así el mensaje de la necesidad de entendernos para crecer como seres humanos llega mejor, o esa es mi Visión Particular.
Francisco Lizarazo
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