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Vernos en el interior gracias a la Terapia

¿Acaso no estamos todos un poco solos y buscamos alternativas para sentirnos más “normales en la vida? o ¿Cómo hacemos para seguir nuestras existencias cuando un ser querido no está a nuestro lado?


¿Qué es la cordura?  Definir este punto no es fácil, a menos que uno sea muy cínico y crea que “los cuerdos no son los que no ven cosas. Son los que las ven, como todo el mundo, pero se quedan callados”. Esta cita de la obra “Terapia: tres sesiones y un diagnóstico”, de Martín Giner es una muestra de lo que las teorías de Sigmund Freud, sobre el complejo de Edipo, han hecho en nuestra personalidad.


Es que los psicólogos reducen todos nuestros temores a la infancia y la relación con nuestra madre, por ello no es raro que en esta obra teatral el paciente muestre un claro patrón de Edipo y se haya creado un mundo con su madre y otros personajes producto de su imaginación para “vivir” mejor su soledad y rechazo de la sociedad.


Giner, quien es un autor muy visto y montado en Jujuy ( “Freak Show, circo de fenómenos”; “Mediopueblo”; “Verduras Imaginarias”) basa su obra en la relación del médico y del paciente en una sesión de psicoanálisis para hablarnos de los sentimientos humanos, de sus frustraciones, sus negaciones, el no aceptar la realdad, y lo hace mediante el juego de roles, los diálogos mal entendidos, todo en clave de humor con un final que rompe con lo que el público espera, que es casi una constante en sus obras, lo que hace muy atractivos sus textos.


La obra teatral «Terapia, tres sesiones y un diagnóstico» estuvo en escena en el Teatro El Pasillo, en un montaje que vino de Tucumán con Catto Emmerich (el paciente) y Gabriel Carreras (El Doctor), en los papeles principales y con  Raúl «Bigote» Aguirre, debutando en las lides de la dirección, pero que no es nuevo en el oficio pues cuenta con más de 25 años de carrera como actor.


Los diálogos parecieran ser parte de una obra del teatro del absurdo, donde el autor plantea una la realidad que va más allá de lo que observa el público. Ni el psicólogo está tan cuerdo como cree, de hecho escucha la voz de su mujer muerta, que no asume su condición y por eso le habla e increpa al marido, que – además – tiene sueños recurrentes que le comenta a su propio psicoanalista mientras le narra el caso del joven con su madre, ni el paciente está tan alejado de la realidad, como quiere hacernos creer el dramaturgo.


La puesta en escena se completa con el trabajo de Ana Hynes en la asistencia de dirección y entrenamiento vocal; Carolina Bloise en la asistencia técnica y Daniela Villalba en el entrenamiento vocal.


Gabriel Carreras, a quien vimos hace poco en Jujuy en «Un Tonto en una caja», también de Giner – ofrece una aparente imagen de doctor serio, responsable, interesado por la salud mental de su paciente, mientras debe enfrentarse a su propio dilema con la esposa fallecida, a la que añora. Lo que se ve del actor es lo que uno espera en un especialista que hasta usa el Test de Rorschach para analizar la personalidad de su paciente. Una gran actuación que merece aplausos al final sobre todo cuando vemos que lo que pensamos originalmente no era lo que en realidad sucedía.


Emerich construye un paciente como si fuera el nerd más nerd de todos los tiempos, es decir, un “idiota” de marca mayor, todo para que el público crea que realmente a este paciente le faltan “cinco para un peso”, como dicen en Argentina. La relación de este paciente con la madre – que es imaginaria aunque él la ve en persona –  es similar a la de Anthony Perkins en “Psicosis”, tanto que el médico en su sesión inicial le habla de esta cinta al paciente, pero la situación – como en todas las obras de Giner – da un giro inesperado, lleno de mucho humor y referencias a otras películas.


El actor nos ofrece un personaje inocente, que sabe que sus amigos son imaginarios, que no existen pero los prefiere como su familia porque siempre están ahí para él. El paciente es un niño grande, con mucho humor, pero -insisto – no todo lo que brilla es oro y el actor logra transformarse al final para que su personaje asuma su verdadero rol.


Hay “química” entre los actores, lo que hace entretenido y dinámico el montaje – nada fácil en una puesta donde hay dos sillas, una mesa y el test de Rorschach – recayendo en los actores todo el peso de llevar adelante las acciones por 50 minutos. Afortunadamente, el texto ayuda mucho y el director mantiene la atención sobre los actores haciendo que el tiempo pase volando, mientras uno se divierte.



¿Es mejor ver la realidad y no aceptarla o quizás es preferible aceptar la realidad viviendo en un mundo de fantasía? Ese sería el mensaje del texto de Giner que pone a dos personalidades distintas a enfrentarse para que los actores ofrezcan una comedia que permite pensar y analizar si a los psicólogos van todos los que son o si a estos también les hace falta algo de ayuda, o esa es mi Visión Particular.

Francisco Lizarazo

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