“Mientras ella esté aquí va todo bien, puedo ir a mirarla a cada rato, pero mañana cuando se la lleven… ¿Cómo haré cuando me quede solo?»
Hace un tiempo, el canal de cable TNT lanzó su campaña «pasa en las películas, pasa en la vida, pasa en TNT» y eso que uno pudiera creer que es una idea original de la televisora, es en realidad lo que sucede no solo en la televisión, sino en la literatura en general, en especial en las novelas y el teatro.
Muchos escritores han basado una novela en hechos reales, por ejemplo Truman Capote lo hizo en «A Sangre Fría», lo que le valió el título de de un género literario: la non-fiction novel («novela de no-ficción» o «novela periodística»). En el teatro Elio Palancia se basó en un hecho real para escribir su obra «Penitentes». Otro ejemplo en la literatura lo refleja Fiódor Dostoievski, en su novela corta – o cuento largo – «La Mansa» que se basa en dos hechos reales. El primero es la «muerte por suicidio de la joven hija de un amigo querido, que lo lleva a anotar en su diario “¿…qué buscan en la muerte ustedes, almas que todavía no han vivido…?». Mientras que el segundo es una noticia de periódico informando de una joven que se arrojó desde una ventana mientras abrazaba una imagen de la Virgen.
Con estos dos hechos, el escritor ruso relata la historia de un usurero, un hombre de 40 años que se había casado una muchacha mansa – de 16 años – y tras su muerte busca encontrar una razón de este final.
Al principio, Él no la quería, solo buscaba humillarla, dominarla, hacerle sentir que las decisiones las tomaba él – principalmente las relacionadas con la economía doméstica – pero la cercanía, el roce hacen que sus primera intenciones vayan cambiando para pasar al cariño, a la devoción, al amor sublime y al desconsuelo, por la pérdida del amor, en un acto sin sentido. Por eso dice las palabras que comienzan este texto.
Ella es inocente, pero sabe que dada su baja condición social deberá elegir entre dos pretendientes, el dueño del almacén – viejo y barrigón – o el usurero – viejo con mala fala pero de mejor ver. Al final se decide por el segundo y ahí comenzará su viacrucis, de ser tratada con humillación y frialdad a ser víctima de un hombre enfermo de amor, lo que en ella general igualmente sentimientos encontrados, que tal vez es lo que la llevan a la muerte… Solo tal vez, porque de certeza nunca la hay en la vida.
En su obra, Dostoievski deja el relato en la voz del usurero, un hombre atormentado, pero ahora el dramaturgo César Brie recurre – como lo hiciera Akira Kurosawa en la película Rashomon – a la fallecida para entre usurero y muerta tratar de descubrir que sucedió en la vida de estas dos personas: una que no amaba y pasó a amar mucho y otra que tampoco amaba y pasó a amar mucho y luego a la indiferencia.
Con el nombre de «La Masa», un cuento ruso», esta obra se estrenó este 2017 y está en gira y El Pasillo fue el teatro de Jujuy para contar esta historia en dos funciones, que fueron muy distintas una de la otra.
Iván Hochman interpreta al usurero, mientras que Abril Piterbarg asume el papel de la joven que termina casándose con un hombre mayor. La dramaturgia y dirección es de César Brie, con asistencia de dirección de Florencia Michalewicz. El vestuario está a cargo de Carolina Ferraioulo, mientras que la escenografía es de Duilio Della Pittima y la música original de Pablo Brie. Además se usan temas musicales como «Arpeggione Sonata D821, Mov. II: Adagio» – Franz Schubert // «Ausencia» – Violeta Parra. El diseño gráfico es de Cachi Bratoz, la producción es de Larisa Rivarola Szabason y Liza Taylor, mientras que la prensa la lleva Simkin & Franco.
Si bien la obra original sitúa las acciones en los recuerdos del personaje interpretado por Hochman, la adaptación de Brie gana porque aparecen los gestos, los sentimientos de ella, para conocer cómo era esa relación, con el juego de las dos voces que se contraponen, se unen y generan un trabajo que nos permite entender los distintos puntos de vista, los altibajos de esta relación que comienza como un «trato comercial», para luego ir influyendo y cambiando la vida de los personajes.
Brie en su condición de director apuesta al minimalismo. Solamente una mesa y una silla son los recursos con que los actores juegan y hacen que el público entre en la fantasía de la transformación de los objetos. La mesa es una puerta, es una cama, una ventana, un ataúd, todo para ayudar a los actores a contar este cuento ruso, donde la tragedia está servida, ya que desde el principio sabemos que ella está muerta y que él quiere tratar de hilvanar los hechos desde que se conocieron, su «noviazgo», las peleas de pareja, la dominación y el resultado final que es la muerte de ella, por suicido o por descuido, lo cierto es que él no será el mismo, luego de este desenlace.
Se nota que el director respeta el texto de su dramaturgia y los movimientos no son elaborados, son simples, como todo en escena, porque la intensidad está en los personajes, en la forma en que hablan, en la manera de decir y vivir el texto.
Las actuaciones de Piterbarg y Hochman merecen destacarse, son limpias, con un agradable timbre y volumen de voz. Se nota que en los actores hay empatía, que más allá de un texto memorizado hay una asimilación de las vidas de los personajes y eso les lleva a una interpretación creíble, atractiva para el espectador que está en las butacas interesándose en la vida de estos seres, signados por el drama, la tragedia, un poco de felicidad, pero no mucha… recordemos que el texto original es de un ruso y ellos no son muy dados – en general – a la alegría, y quién puede reprochar ese sentimiento sabiendo las condiciones de vida en la Rusia zarista.
Mencioné antes que la mesa es un elemento vivo, que se transforma en otros recursos que adquieren significados de acuerdo al momento de la obra, pero en la primera función celebrada en Jujuy este protagonista «cayó en acción», pues en un momento de intensidad se partió, dejando a los actores con la dualidad «seguir o parar» y como el «show debe continuar, ello lo hicieron, sabiendo que el público entendería que eso pasa hasta en las mejores familias. Para el segundo día ya la mesa estaba reparada y reforzada, por lo que los espectadores de esa función pudieron apreciar todas las imágenes que genera la mesa en cuestión.
Aunado al problema con la mesa – y como apoyando a la Ley de Murphy que señala que si algo puede fallar, fallará – en el cuarto técnico también pasaron lo suyo, pues la computadora se «tildó» y la música no se reproducía mientras sucedía lo de la mesa. Como ya no había mesa y los actores trataban de resolver sobre la marcha las acciones, así también lo tenía que hacer el técnico de iluminación para apoyar lo que sucedía en el escenario con el movimiento de los actores.
Pero aunque los que asistimos a la primera función no pudimos apreciar en su totalidad el juego de los actores con la mesa, sí pudimos apreciar en «vivo y directo» esa magia y compenetración entre Abril Piterbarg e Iván Hochman, quienes sin «inmutarse» – o al menos sin darlo a conocer al público – supieron sortear este gran escollo, evitando que la obra se viera afectada en su intención. Eso habla de la relación entre los actores y del poder enfrentar los infortunios que suceden cuando las acciones se están desarrollado frente al público, sin la posibilidad de decir «corte» como sucede en el cine y la televisión.
Si bien los personajes están separados por la muerte, en el escenario, los actores siempre están apoyándose – sobre todo luego del «fallecimiento de la silla – para que el espectador reconstruya lo que fue la vida de esta pareja.
El «La Mansa» no hay victimarios, solo víctimas, de sí mismos, de la sociedad, de los equívocos, no se juzga desde la escena, ese podría ser el trabajo del espectador si quiere tomarse unos minutos para reflexionar sobre lo que sucede «puertas adentro» de un hogar formado por un hombre de 40 años, con una vida hecha, llena de frustraciones, y una joven de 16 años que comienza a vivir, si es que eso podía llamarse vida en la época que refleja la novela del escritor ruso, o esa es mi Visión Particular de esta obra que merece ser vista en su gira por Argentina y si llega a escenarios internacionales es una recomendación válida para ver teatro bien hecho.
Francisco Lizarazo
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