Hoy, por fin DF me acarició. No es lambiscona. Es una ciudad fuerte, de identidad y cultura férrea; su caricia es distante, pero dulce, solidaria.
A DF hay que ganársela a pulso, no a empujones ni sobaditas. Es una ciudad que exige respeto, un tono, que la trates bien, que seas educado, cordial, que seas dócil a sus ventarrones, a su lluvia, a sus temblores y sus cambios de humor; sobre todo dócil a su gente.
No basta una sonrisa prefabricada. La tienes que sacar del alma. Es una ciudad demandante, agotadora, enorme, no eres nadie, y eres todos al mismo tiempo. Nada es tuyo, y todo te pertenece.
A pesar de los días áridos, hoy nos miramos a los ojos por primera vez en casi un mes, y supimos que nos vamos a llevar bien. Eso sí, siempre que no me la dé de lista y quiera propasarme con ella; a ella se le respeta, eso fue lo que no entendió el sanguinario Hernán Cortés, así que debo mantenerme alerta, escuchando sus sonidos, ese ruido majestuoso que brota de las profundidades de su volcán; esa música única, ancestral, que a veces no escucho con suficiente atención, porque aún mi corazón está en el grito de mi Venezuela.
Texto: Gennys Pérez
Fotos: Francisco Lizarazo
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