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Hoy estuve en El Palacio de Bellas Artes, un señor muy risueño me convence de que me lustre las botas por 20 pesos, de repente me asalta esa curiosidad de lo que se siente poner la bota en el soporte de madera y que te las lustren. Nadie me ha lustrados los zapatos en toda mi vida, siempre me ha parecido un gesto extraño, medio abominable, realmente repugnante. Quizá sea por la sensación de que tú estás arriba y la otra persona está ahí agachada a tus pies.
El señor, ya de la tercera edad insiste, me dice con toda honestidad: “Leonardo ya se fue, ahora el que llegó es Miguel Ángel”. No sabía de lo que hablaba hasta que sigue su plática, “Leonardo señorita, el que inventó el avión, ese se fue tempranito, vino un chingo de gente a verlo”. Y fue ahí cuando me percaté de los posters de la exposición que está en el Palacio de Bellas Artes sobre Leonardo Da Vinci, y Miguel Ángel. Volvió a insistir, “esas botas están sucias y usted tan bien vestida…”. Miré mis botas y efectivamente tenían una nube de polvo algo sospechosa.
Ya Don Alberto me había robado el corazón. “Vientos”, le dije, estrenando un nuevo modismo mexicano que acabo de aprender. Subí mi bota al soporte de madera y Don Alberto silbando y cantando lustró mis botas. Me habló largo del maratón que se hizo para ver las réplicas de estos gigantes de las artes plásticas, luego aseveró: “Todo eso lo pagó Slim”. “¿Usted sabe quién es Slim?”. Le dije que no, sólo para escucharlo hablar más. “Slim es el hombre más rico del planeta, y le pago todo a Leonardo y a Miguel, pasajes, hotel, todo, esos dos fueron tratados como reyes, bueno es que se lo merecen”. Sonreí.
Esta escena me pareció sencillamente sublime. “Ponga la otra bota, 10 pesos cada una”. Luego aseveró. «¿Usted ya visitó La Piedad?». Nuevamente le dije que no. Necesitaba escuchar otra maravilla de su relato. “La Piedad te hace llorar, señorita… Y eso que es la réplica… Yo no me imagino qué me pueda pasar si voy a Italia y veo la original, me orino, o me da un infarto… Uno no soporta tanto dolor”. Ya estaba al borde de las lágrimas, este país es un relato cojonudo, pensé. “¿Usted sabe cuál es la diferente entre la réplica y la original?”. Y esta vez, de verdad dije que no, porque no lo sabía.
Entonces, Don Alberto dijo: “Es que Miguel, hizo esa escultura chavito… Chavito, chavito, como de 24… Y entonces los demás artistas viejos y envidiosos no le querían dar su crédito, todo el mundo se adjudicaba su obra, entonces Miguel se llenó de coraje y agarró un cincel y la rayó… rayó su propia obra, aquí en el pecho, (golpeó su pecho con coraje) y la firmó… Le puso su nombre, Miguel Ángel, para que todo el mundo supiera que era de él. Esa fue la única obra que firmó, para que lo respetaran los pendejos”.
Hoy ha sido un día tan espectacular, que poco a poco, lentamente, México se me adentra en las venas.
México, DF
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