La bandera tricolor ondeó en Mundial de Tango 2013
El tango nació en Buenos Aires pero se escucha, se baila y se siente en el corazón de millones alrededor del mundo. Cada año, durante la segunda quincena de agosto, el Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires organiza el Mundial de Tango en las categorías Escenario y Pista. En esta edición, una pareja venezolana logró alcanzar el cuarto lugar entre casi 400 parejas inscritas.
Por: Milena Wetto
“Pareja argentina gana Mundial de Tango de Pista”, rezaban los titulares de la prensa sureña el martes 27 de agosto. Pero para nosotros, los venezolanos, la gran noticia fue otra: una pareja de criollos había logrado llegar al cuadro de honor de tan reñido y prestigioso campeonato, que reúne en un solo lugar a los mejores bailarines de tango de los más recónditos rincones del planeta.
Y es que el tango ha trascendido su originaria porteñidad para convertirse –declarado en 2010 por la UNESCO– en patrimonio inmaterial de la humanidad, al que le rinden culto hombres y mujeres de todo el globo terráqueo. Prueba de ello la multiculturalidad esparcida sobre el escenario: representantes de Colombia, México, Brasil, Chile, Costa Rica, Grecia, Rusia e Italia, llegaron a la gala final, pero en el camino quedaron japoneses, tailandeses y parejas de 37 países.
El Tango de Pista es el típico tango tradicional que se baila en las milongas de todo el mundo. Cero acrobacias, cero show –para eso está el Tango Escenario, con una competencia aparte–; por el contrario, éste es un tango elegante, sobrio y muy sensual, donde el abrazo y los pasos improvisados son los protagonistas.
En la edición de este año, la categoría de Tango de Pista (o Tango Salón, como también se le llama) convocó a 382 parejas que durante dos
semanas fueron eliminándose bajo la mirada rigurosa de un destacado panel de jueces. 101 parejas llegaron a la ronda Semifinal -73 más 28 ganadores de diferentes subsedes regionales e internacionales-; en este primer filtro la pareja venezolana obtuvo la más alta calificación. Posteriormente, sólo 40 fueron ascendidas a la etapa Final que se disputó, como ya es costumbre, en el mítico Luna Park bajo la mirada de más de 10 mil espectadores. Y ¡Oh, gran sorpresa! en este último paso, nuestros compatriotas también obtuvieron la puntuación más alta del jurado, un detalle no menor que auguraba una buena noche. Y así fue…
Con un nuevo jurado, seleccionado especialmente para tan importante cita, y en cuatro rondas de diez parejas cada una, fueron subiendo al escenario los finalistas, dando la ilusión de una auténtica milonga, al compás de los más tradicionales tangos escogidos por el Dj Horacio “Pebete” Godoy. En la segunda ronda, apareció Frank, alto, elegante, acompañado de la diminuta y hermosa Jenny, delicada, enfundada en un vestido color violeta, estratégicamente seleccionado para la fácil identificación de los jueces y el público.
Tres tangos
Sólo tres tangos debían ser suficientes para demostrar las destrezas adquiridas por años y años de estudio, prácticas y desvelos. En poco más de diez minutos, y al terminar el “chan chán” de la última canción, cada pareja se jugaba su destino: volver a intentarlo el próximo año o catapultarse al cielo de las estrellas tangueras.
Los argentinos Jesica Arfenoni y Maximiliano Cristiani –éste último compitiendo por octavo año consecutivo– se hicieron del primer lugar. Pero, reiterando el inicio de estas líneas: para los venezolanos que tuvimos el privilegio de presenciar ese gran show, escuchar el nombre de nuestro país sobre el escenario y ver ondear nuestra bandera en la platea, fue el mejor premio de todos. Jenny Gil y Frank Obregón son los cuartos mejores bailarines de tango del mundo, y es aquí donde esta nota deja de ser una crónica para convertirse en la entrevista que develará, para quienes no los conozcan, a los artífices de esta conquista, a los culpables de haber dejado mi garganta sin voz la noche del lunes 26 de agosto y los responsables de dejar el nombre de nuestro país en alto, más allá de nuestras fronteras.
Mucho más que salsa y güagüancó
Frank Obregón, maracucho criado en Caracas, es músico –contrabajo y percusión– y bailarín profesional; Jenny Gil, caraqueña, es bailarina, actriz y, en sus inicios, competidora empedernida de aeróbicos. En Venezuela desarrollaron, como es obvio, las danzas típicas latinas: salsa, afro danza, samba, danza contemporánea. El tango llegó a ambos como una consecuencia lógica de todo bailarín que busca siempre nuevos ritmos, nuevos retos.
Tan asumido fue el reto del tango, que Frank llegó a ser el coreógrafo principal de una de las compañías más importantes del país: Tango Caracas. En la búsqueda de talento nuevo para esta compañía, Frank conoció a Jenny, con la que le tocó bailar en uno de los espectáculos. Y si existe gente que aún duda de aquello que llaman “química”, tendrían que ver la luz en los ojos de Frank cuando recuerda: “De todo el tiempo que yo tenía bailando, nunca había sentido lo que sentí cuando abracé a Jenny por primera vez, fue una explosión interna que perdura hasta el día de hoy, cada vez que bailo con ella”.
Una vez consolidada esta pareja, dancística y sentimentalmente hablando, continuaron las exhibiciones de tango en Venezuela, hasta que surgió en ambos la necesidad de ir por más.
“En 2006 –cuenta Jenny– ganamos el Campeonato de Tango Escenario en Venezuela; el premio era venir a Buenos Aires a la semifinal del Mundial. A raíz de esa participación, recibimos varias invitaciones para ir a bailar a Uruguay y la propuesta para integrar el cuerpo de baile de una conocida casa de tangos; un año después tomamos la decisión de venir y quedarnos a probar suerte en la capital del tango”.
Que un par de venezolanos enseñen y exhiban su tango en Buenos Aires, podría parecer tan osado como que un argentino llegara a Venezuela a impartir clases de salsa o de joropo llanero; por eso nunca faltaron “profetas del desastre” que alertaran a Frank y Jenny de su locura. Pero quien no haya hecho algo similar frente a un soñador, que lance la primera piedra. Había una meta y un sueño que cumplir, y la pareja Obregón-Gil compró un boleto a Buenos Aires con fecha de regreso un año después.
“Pasamos de vivir muy bien en Venezuela, a ganar el 10% de lo que ganábamos antes y vivir en un cuarto de pensión de 3 x 3. Con mucha dificultad nos alcanzaba para pagarlo y comer, así que no había dinero para tomar clases”, comenta Frank, y agrega que por esa razón, se dedicaron a visitar diariamente las milongas, esos salones detenidos en el tiempo, donde viejos y nuevos porteños van a conectarse en un abrazo y caminar la pista a cualquier hora del día y de la noche. “Aprendimos viendo bailar a los milongueros, y a ellos le debemos lo que sabemos; copiamos sus movimientos y tomamos muy en cuenta los detalles que de vez en cuando nos aconsejaban”, recuerda Jenny.
Al tango le debemos todo
La difícil situación económica de la pareja los obligaba a tener que levantar el colchón contra la pared para traspasar lo visto en la milonga al reducidísimo espacio de su pieza. Días y días de ver, retener, imitar, practicar, volver a mirar, mejorar.
Cuarenta y ocho horas antes de vencerse el boleto de regreso, Frank y Jenny tenían en su pensión medio paquete de arroz y agua del grifo. Era el momento de tomar una decisión trascendental: quedarse y seguir “remándola” o regresar a Venezuela y darle el gusto a los agoreros.
Hoy, casi siete años después, todo eso forma parte de su anecdotario: “Siempre hemos hecho nuestro trabajo con mucho respeto y creo que eso es lo que nos ha dado un lugar en este espacio tan competido. Nuestra única intención es poder entregarle al tango tanto o más de lo que el tango nos ha entregado a nosotros. Al tango le debemos todo, gracias al tango pudimos comprar nuestra casa y salir de las pensiones, por el tango conocí a mi pareja, y el tango sigue dándonos día a día felicidad y satisfacciones”, concluye Frank, con tono emocionado.
Sin fórmulas mágicas
La historia de Frank Obregón y Jenny Gil tal vez no difiera mucho de la de miles de hombres y mujeres que han descubierto una vocación y la han hecho el eje de sus vidas. Para nadie ha sido fácil ni automático. Nadie obtiene el éxito y la realización personal por vías cómodas o expeditas. Pero el resultado bien vale la pena.
Cómodos somos los que descubrimos el prodigio de estos compatriotas plácidamente sentados en una butaca del Luna Park, desde donde todo parecía tan sencillo.
El éxito no tiene fórmulas mágicas: trabajo, esfuerzo, voluntad y pasión son los ingredientes; cocción lenta, la mejor preparación. El resultado final: Frank Obregón y Jenny Gil, un par de venezolanos que llevan el tango en las venas y el tricolor en el corazón.
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