Cuando daba clases en la Universidad siempre decía a mis alumnos que el castellano es un idioma rico en sinónimos, y que es bueno usarlos con regularidad porque eso denota dominio de la lengua. En castellano, o español como quieran decirle, las palabras tienen muchas variaciones y por ejemplo algo tan sencillo como un tubo de plástico para beber agua, jugo o cualquier líquido puede hacernos pasar trabajo dependiendo de donde estemos.
Un «pitillo», como se le dice en Venezuela, puede entenderse como droga en un país donde se le llame pajilla o pajita, aunque también se le dice absorbente, como Cuba, o en Chile y Bolivia donde se le conoce como bombilla, caña es en Perú y cañita en Colombia. En Argentina y Ecuador se le dice sorbete, mientras que en panamá es conocido por carrizo, y como popote en México, o calimete en República Dominicana.
Total que hablar castellano no es tan fácil como uno pudiera creer y puede terminar siendo tan complicado comunicarse como si estuviéramos hablando en China algunos de los tantos dialectos propios de esa tierra.
Pero además de palabras distintas para significar cosas que usamos todos en cualquier parte del globo azul que habitamos, cada región tiene sus expresiones características y sus modismos, que hacen que quien pronuncie esas frases sea fácilmente reconocible.
Volviendo al ejemplo de los venezolanos, los nacidos en la tierra de Bolívar tenemos una manera particular de comunicarnos, que tal vez sea muy típica nuestra pero que a veces requiere traducción para que otras personas puedan comprender lo que queremos decir.
Por ejemplo, y aquí recurro a ch-vere.com,
Cuando un venezolano dice:Estoy hasta el culo de trabajo. Quiere decir: Tengo sobrecnarga de trabajo en estos momentos.
Cuando un venezolano dice: Marico, me estás mojoneando. Quiere decir: Lo que mencionas… ¿es en serio?
Cuando un venezolano dice: Eso no es mi peo. Quiere decir: Lo siento, pero yo no estoy involucrado en ese proyecto.
Cuando un venezolano dice: Que bolas tienes tú, ni Mandrake. Quiere decir: Estoy absolutamente seguro de que esto no es factible.
Cuando un venezolano dice: Esto no va a salir ni a coñazos. Quiere decir: Me temo que no lo estamos haciendo correcto.
Cuando un venezolano dice: ¿Por qué coño de madre no me dijiste esto antes? Quiere decir: Ajustaré mi agenda para ver cómo puedo programar esta nueva tarea.
Esta es una pequeña muestra de esas cosas que decimos los venezolanos y lo que en
realidad queremos decir, de acuerdo a esta página más en broma que en serio.
Pero lo que si debemos ver como algo serio es que esa manera de expresarnos, de ser, tiene una razón, una justificación, si es que acaso la necesitamos para ser como somos.
Quien quiera saber cómo somos los venezolanos, o cómo fuimos en alguna época – porque parece que la actual que vive el país no es ni la sombra de lo que fue en un tiempo – dejo un relato de la periodista Lis Martínez, quien en el año 2010 escribió:
Ser venezolano y la gracia de mezclar arepas con champán
Para una mente convencional, un venezolano es una persona nacida en un país ubicado en el norte de América del sur, que fue independizado por Simón Bolívar y donde se come arepas, que se llama Venezuela.
Pero ser venezolano implica mucho más que eso. Ser venezolano es ser parte de una mezcla insólita de razas y costumbres, es tener mil y una experiencia en un país lleno de contrastes, es levantarse con el calor de 35 grados de los Valles el Tuy y en una hora llegar a Caracas a congelarnos con aquel friito decembrino que llamamos Pacheco. Es iniciar una rumba en la Guaira, a la orilla de la playa, y terminarla comiendo arepas y fresas con crema -rodeados por una densa neblina- en el Junquito.
Es ir a una fiesta: bailar vallenato, reggaeton, merengue, salsa, música disco de los 80 y terminar con un joropazo o un golpe de tambor. Música tan diversa como son nuestros gustos y pasiones.
Es reunirse en casa de nuestros padres o abuelos y compartir con nuestros primos, familiares y amigos, y darnos cuenta de que no somos blancos ni negros, sino que somos la mezcla de todas las razas. Es tener un tío negrito, una tía catira de ojos claros, un primo ojitos azules y una prima de rasgos asiáticos.
Es Mochima, Morrocoy, los medanos de Coro, los picos nevados de Mérida, la Gran Sabana, los llanos, el Orinoco,
los morichales de Monagas y los chaguaramos de la Regional del Centro.
También ser venezolano implica un gusto general por lo bien hecho, por las cosas de calidad, y de allí el hecho de que seamos uno de los países donde el fenómeno de la fidelidad a las marcas es más notable. Es el país donde a la harina de maíz se le llama Harina Pan, donde a los detergentes de los llama Ace y a las gaseosas Pepsi.
Ser venezolano es la polarcita de los fines de semana y la novela (no telenovela, aquí a los culebrones los llamamos novelas), es el gusto por comenzar el día con un cafecito o un guarapito dulce. Y también es el gusto por un buen ron criollo que no nos impide degustar, cuando el bolsillo lo permite, un buen escoses mayor de edad, como se dice por ahí.
Es desayunar arepas, almorzar un buen pasticho y cenar sushi, es la variedad. Nuestras raíces son como nosotros y así tenemos que aceptarlo e impedir que gente con una ideología obtusa e inflexible intente imponernos un modelo de lo que no somos.
Los venezolanos no somos negros, ni blancos, ni asiáticos, ni indígenas, somos diversos somos de todo y a la vez somos una mezcla única e irrepetible. Somos el guayuco pero también la tanga, somos la arepa y la panqueca, somos la gaita y el rock, somos el español y el indio.
No sé si somos mejores o peores que otros hermanos del continente, pero sí somos – o fuimos – unos «echados pa´ lante» que donde nos encontremos nos hacemos querer y somos solidarios, o esa es mi Visión Particular.
Comments