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    VP Producciones
  • 13 sept 2012
  • 6 Min. de lectura

Viviendo en Buenos Aires: Mi visión particular, al sur del Sur


Por: Milena Wetto

Escribo esta nota en una tarde que anuncia tímidamente la llegada de la primavera, tomando una copa de Malbec jovencísimo y escuchando La Yumba (La Shum-ba), uno de los tangos más pasionales y armónicos de Pugliese. Si hace 20, 10 o incluso 5 años, una vidente hubiese vaticinado que hoy, día de Nuestra Señora del Valle (patrona de mi isla y nombre con el que me bautizaron) estaría aquí y así, hubiese soltado la carcajada y tildado de fiasco total a la adivinadora. Sin embargo, aquí estoy desde hace exactamente 18 meses y puedo asegurar, sin temor a equivocarme, que han sido los 18 meses más enriquecedores de mi vida.


¿Por qué salí de Venezuela? Por las mismas razones que la mayoría de los que han salido en los últimos diez años, que por tan sabidas no vale la pena comentarlas. ¿Por qué a Argentina? Fácil: no tenía la barrera del idioma, era muy sencillo asentarse legalmente y todo parecía indicar, en su momento, que era un país con relativa estabilidad política, social y económica. Una razón aún más poderosa me hacía escoger este país y no otro: Mi única hija ya tenía un año aquí, haciendo su carrera universitaria.

Cuando tomé la difícil decisión de dejar todo atrás en Venezuela, era poco o nada lo que sabía de este país y de esta ciudad. Mis endebles conocimientos se basaban más en los prejuicios y clichés escuchados por décadas sobre los argentinos, que en datos concretos y comprobables. Hoy, con año y medio haciendo vida en esta hermosa ciudad, tengo herramientas suficientes para hablar con algo de propiedad, no tanto sobre los argentinos en general, pero sí sobre el porteño, ese peculiar habitante de la Capital Federal que, más allá de estas fronteras, define y perfila –equivocadamente, tal vez- al típico argentino y su idiosincrasia.

Ciudad Cosmopolita y acogedora


Para los que no la conocen, tendría primero que explicar, grosso modo, cómo es esta ciudad, sus virtudes y defectos, lo que le falta y lo que le sobra respecto a mi Caracas natal o a la que me tomó en adopción (Porlamar) y qué la hace tan especial ante mis ojos, para luego intentar describir la compleja personalidad del porteño, sus virtudes, sus costumbres y sus neurosis, que confirman algunos de los típicos clichés, pero que también echan por tierra muchos otros.


Buenos Aires es una ciudad inmensa y plana; no nos abraza un valle como en Caracas, y aunque crece a orillas del Río de La Plata -un río ancho como el mar, pero oscuro como el Guaire- también lo hace a espaldas del mismo y éste es sólo visible desde muy pocos ángulos de la ciudad; de él solo nos llega una humedad impertinente que hiela los huesos en invierno y nos arruina el peinado en el verano.


Pero la Capital Federal tiene también una excelente distribución urbanística, una muy eficiente red de colectivos (autobuses) y Subtes (Metro) y un ordenamiento lógico que hace que hasta un recién llegado pueda orientarse fácilmente. Acá todos los edificios y casas tienen números: pares a un lado de la calle, impares al otro. Es tan sencillo y lógico que no logro entender por qué no podemos tener esto en nuestra complicada Caracas!


Buenos Aires es una ciudad caminable, disfrutable, vivible. El guía turístico que me enseñó la ciudad por primera vez dijo: “A Buenos Aires hay que caminarla viendo hacia arriba”. Y es verdad, su arquitectura, de fuerte influencia europea hace que te quedes sin aliento; pero yo acotaría acá una pequeña advertencia: si no miras hacia abajo, tendrás altas probabilidades de embarrar tus zapatos con alguna deposición canina. Podría decir, sin temor a equivocarme, q

ue en Buenos Aires hay casi tantos perros como personas. Ninguno callejero. Y aunque todos tengan dueño, estén bien cuidados y hasta paguen para que “paseadores” profesionales los saquen a caminar, son pocos los porteños que han adquirido la costumbre y asumido la responsabilidad de acatar la ley, aplicar el sentido común y recoger la caca de sus mascotas. Así que aquí hay que aprender a caminar con los ojos en la barbilla.


Como toda ciudad grande y cosmopolita, sus habitantes están siempre apurados y ensimismados en sus propios asuntos, pero el porteño es un ser amable y hospitalario. No dudan al momento de ayudar a un turista extraviado o a una anciana para cruzar la calle. El encargado de la tienda, el chofer del autobús, el señor del kiosco o el cajero del banco, todos son personas educadas, acostumbradas a tratar con el público y con la considerable masa de turistas que durante todo el año  los visita.

Esta ciudad y el inmenso país que lo circunda han vivido momentos muy difíciles y no tan lejanos, tanto en el plano político como en el económico. No les ha sido fácil crecer en este país a los de mi generación y las siguientes. Esto ha hecho que el argentino –y el porteño en particular- sea un ser quejumbroso y melancólico que se regodea en el recuerdo de tiempos gloriosos que no volverán; pero también son personas muy conscientes de sus derechos y logros conquistados y los defienden con uñas y dientes. Ésta, creo yo, es la gran diferencia entre venezolanos y argentinos y una de las razones por las que no puedo estar de acuerdo con los que piensan que, más pronto que tarde, Argentina pueda estar –políticamente hablando- en la misma situación que mi país. Es la historia y la experiencia pasada lo que más nos diferencia, no los actores políticos, por desgracia.

¿Verdad o mito?

En la década del 70 fueron muchos los argentinos que migraron hacia otras partes del continente. Venezuela recibió un gran contingente; muchos de ellos hicieron grandes negocios y permanecieron en nuestro país aún después de calmadas las aguas en latitudes australes. Tal vez ellos fueron los que contribuyeron, con sus costumbres y actitudes, a crear ese “prototipo” del argentino que los venezolanos tenemos en la cabeza. Un ser de hablar muy particular, que más que gustarnos, nos incomoda y que no sé por qué extraña razón, nos hace verlos como prepotentes y engreídos.

En mi caso particular, puedo decir que la personalidad del porteño, salvo contadas excepciones, es más bien sencilla y gentil. A diferencia de nosotros, ellos se derriten con nuestro acento caribeño, al punto de haberme topado con personas que me piden que repita frases, solo para deleitarse con mi “tonada” tan particular. Aunque cada día llegan más y más venezolanos a estas tierras, seguimos siendo una novedad, un agradable hallazgo para los argentinos. Esto, sin duda, ha sido la pieza fundamental para mi adaptación en este país.

Pero más allá de cómo ha sido mi experiencia personal, venir a Buenos Aires me ha servido para confirmar creencias y también para desterrar mitos y clichés que algunos tienen sobre los argentinos. Ya tiré al cesto de la basura el de la prepotencia y la antipatía. Los argentinos son simpatiquísimos! Trataré de explicar otros:

La pronunciación y la conjugación: tal vez de las cosas que se me han hecho más complicadas, por ser el lenguaje mi principal herramienta de trabajo. El “voseo” y la conjugación tan particular de la tercera persona del singular, hacen que me descubra como extranjera desde el primer segundo de la conversación y ha significado un gran reto en mi trabajo como periodista y correctora (¡el diccionario de Word no tiene el “idioma” argentino!). Es cierto que pronuncian las “ye” como “shé”, pero no son todos los argentinos. Son sólo los porteños y habitantes cercanos a la provincia. Mientras más te alejes irás encontrando un hablar muy distinto, más parecido tal vez al de los bolivianos o peruanos en el norte, o un verdadero “portuñol” cerca de la frontera brasilera. Argentina tiene tantos o más acentos que Venezuela, por lo que es un error suponer que todos los argentinos hablan como aquel personaje que caracterizaba Nora Suárez en el Show de Joselo.

El lenguaje porteño: El “Ché” y el “boludo” es como nuestro “pana” y nuestro “wón”. Y sí, se usa cada dos por tres y para todo. Esto es una realidad. Pero el argot porteño va mucho más allá que estas dos palabras. Es todo un conjunto de modismos que terminan construyendo un nuevo lenguaje que poco tiene que ver con el castellano regular. Eso sin hablar del Lunfardo, especie de slang propio del porteño –algo parecido a nuestro argot “malandro”-, nacido en el arrabal y que no sólo tiene términos propios y originales, sino que suele cambiar el orden de las sílabas en las palabras. Otrora lo utilizaban los reos para hablar entre sí y despistar a los carceleros y policías, pero hoy, palabras como “garpar” (pagar) “zapán” (panza) o “lonpa” (pantalón), son de uso común, incluso en algunos medios de comunicación. Por todo esto, mi estancia en esta ciudad ha significado un ejercicio permanente de traducción simultánea, no sólo para entender, sino para poder ser entendida.

El mate, el tango, el asado, el fútbol:

Definitivamente las grandes pasiones del argentino. El tango es un fenómeno netamente porteño, y tal vez por eso, sea aún más digno de admiración, pues desde este pedacito minúsculo de tierra ha sabido llegar a todos los rincones del mundo, conquistando a miles de apasionados tangueros. En el último Mundial de Tango celebrado en Buenos Aires hace pocas semanas, participaron más de 800 parejas, muchas de ellas de lugares tan lejanos y dispares como Singapur, Rusia, Tailandia, Italia y Japón. Pero el mate, el asado y el fútbol son pasiones nacionales, así como el vino, que se toma desde siempre y desde chicos, sin falsos pudores ni poses de entendidos. Con el asado y el vino me llevo muy bien; no tanto con el mate: no logro superar la barrera “higiénica” de esta práctica comunitaria de compartir la bombilla, además de que el amargo sabor de la yerba no está entre mis gustos favoritos. El fútbol merecería un capítulo aparte. Nunca había visto tanta pasión por un deporte como el de los argentinos por el fútbol. Ni siquiera nosotros con el béisbol –y magallaneros y caraquistas saben de qué estoy hablando- logramos acercarnos ni un poquito al fervor que despierta en estos sureños el deporte del balompié. Ahora entiendo por qué Maradona es Dios, o por qué River y Boca son conocidos en todo el mundo, pero nunca podré entender a las barras bravas, la corrupción y la delincuencia enquistada en la hinchada de los equipos locales, que se lleva año tras año vidas y millones en daños materiales frente a la mirada indiferente de unos e impotente de otros. Es el punto donde la pasión se convierte en fanatismo, en fundamentalismo… y eso nunca, en ningún ámbito termina bien.

La terapia necesaria: Los argentinos van al sicólogo o al siquiatra como nosotros al dentista. Es una práctica común y normal que no sorprende a nadie. En una de mis primeras reuniones sociales, el tema de conversación fue a qué edad habían comenzado la terapia y por cuánto tiempo la habían hecho. Yo no podía creerlo. En mi país decir que haces terapia es sinónimo de estar demente o al menos, un poco desequilibrado y si la haces, es uno de tus secretos mejor guardados. Acá, hasta te la cubre el seguro médico! Conclusión: La terapia no sirve de nada, pues el argentino tiene fama de neurótico y por lo poco que he visto, creo que esto no es mito. 

¿Suramericanos o europeos?  Los argentinos hablan como italianos, toman el té (o el mate) a las 5 como los ingleses y son de gustos refinados como los franceses. Se sienten europeos, y quizás por esto algunos piensan que se creen superiores al resto de sus compatriotas latinoamericanos. Pero luego de ver la impresionante arquitectura de esta ciudad, la influencia real que ha dejado tanta inmigración europea y relativamente reciente, y conocer un poco la historia de la Argentina de finales del siglo XIX y principios del siglo pasado, todo es perfectamente entendible y uno termina hasta dándoles la razón. Basta con mirar fotos antiguas de los palacios y edificaciones construidas y que aún hoy se mantienen engalanando las calles de una ciudad que luego creció con poco orden; basta con escuchar las historias de quienes vinieron en las posguerras con nada en los bolsillos pero intentando mantener vivas sus costumbres, para apreciar, entender y rubricar que Buenos Aires está llena, aún hoy, del glamour, la cultura y el más refinado estilo europeo. Pero al mismo tiempo, los argentinos tienen lo mejor del latino: son amigueros, familieros, entusiastas, pasionales, distendidos, informales, francos y pícaros. ¡Lo mejor de ambos mundos!, se podría decir.

Creo que no es difícil ver que estoy enamorada de este lugar que me ha hecho sentir en casa desde el mismísimo momento en que me bajé del avión y que me ayuda a recordar a mi Venezuela querida sin tanta nostalgia. Si bien es cierto que la adaptación a un nuevo lugar depende en gran medida de nuestra propia actitud, también es indiscutible que esta ciudad me la ha puesto fácil. Hoy, luego de 18 meses que cambié el sol y la playa por las cuatro estaciones bien marcadas de este país austral, el escocés por cientos de vinos degustados a puro placer y la salsa y el merengue por la cadencia sensual del bandoneón, sigo maravillándome día a día con esta urbe llena de contrastes y continúo en mi tarea de VIVIR EN BUENOS AIRES!!

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